Zapatero, ¿el hombre bueno?
La claridad no es lo que alguien imagina como claro, sino adquirir la plena consciencia de lo que permanece oscuro
Lo de Junts. No oigo en Madrid más que a convencidos de que está hecho, pero eso mismo no suena ni en Catalunya ni en Waterloo. No entro a valorarlo, digo lo que sé. Palomas se han enviado hacia los oídos de Puigdemont -que no cabe mucha duda de que lleva las riendas en este asunto-; palomas y, ojo, gaviotas. Diga lo que diga Gamarra. Mucho ruido en torno al asunto, pero ruido vacuo hasta el momento. Gente que manda a unos u otros, al amigo del amigo, al que conoce al entorno, y los aludidos han dicho ya por activa y por pasiva que así no van a salir las cosas, que no vale con intermediarios, que los que quieran negociar con Puigdemont tendrán que sentarse con él y tendrán que tener el nivel y la capacidad de decisión necesarios. No hay negociación que no comience por un establecimiento del estatus y la categoría de los negociadores. Puigdemont, ahora de vacaciones en Collioure, junto a la tumba machadiana, dice que de segundones nada.
Pongamos las cartas sobre la mesa. En realidad, si escuchas a los independentistas de Junts, no te queda más remedio que enterarte de que no se fían de Sánchez ni de su gobierno. Tampoco es de extrañar repasando las declaraciones realizadas, la subida a la solución penal de los socialistas -que jamás vieron un golpe de estado ni una sedición mientras sucedían los hechos y que se unieron al carro de Maza y del Supremo, el carro del PP, por no abrir un flanco antipatriótico- y las alegaciones y posturas que el gobierno de coalición ha ido tomando, a través de la Abogacía del Estado, en los diferentes vericuetos judiciales europeos. No, Puigdemont no se fía de Sánchez ni de la idea que este tenga de cómo explorar una solución para Catalunya. Tampoco se fía mucho de alguno de sus hombres de confianza, que han servido de muñidores con ERC, pero que a fuerza de hacerlo les han obviado desde hace tiempo.
Por eso Puigdemont quiere contar en la negociación con “un hombre bueno”, alguien de quien se fíen ambas partes. Ese hombre, según ha manifestado a sus próximos, sería en su opinión José Luis Rodríguez Zapatero. ZP ha sido uno de los grandes baluartes de la campaña electoral, su posición dentro del partido socialista está totalmente reforzada. El expresidente del Gobierno coincide con los independentistas en una idea básica: que la grieta se abrió con la declaración de inconstitucionalidad en 2010 del Estatut refrendado por los catalanes y que “no hay otro camino que volver al momento en el que se produjo la fractura”, como ya declaraba en 2018. “Aquella sentencia fue un error”, dijo taxativamente. Al menos, como se ve, Zapatero y Puigdemont coinciden en el momento de inicio del problema y hasta en la forma en la que se inició. Hace un tiempo el magistrado Pascual Ortuño me regaló su libro sobre resolución de conflictos sin jueces y es lo que debería buscarse ahora. Una de las cuestiones básicas para ello es ponerse de acuerdo en el problema: “la confrontación legal y judicial no es, bajo ninguna causa, una buena vía para la resolución de conflictos”.
Algo tan evidente como que un conflicto político no puede dejarse en manos de los jueces, no puede reducirse a una cuestión de delitos y delincuentes, ha enturbiado la cuestión desde que el PP ligara tal posición al sentimiento patriótico y desde que parte de la izquierda comprara el marco para no ser estigmatizada como antiespañola por los adversarios y por parte de su electorado. Ahí andamos. En ese sentido Zapatero tiene las cosas más claras, según piensan los de Junts y también yo, no se crean. Aquí no hubo delitos ni nadie los vio -precisamente porque el plan indepe era soslayar, esquivar, el Código Penal y las leyes- hasta que Rajoy tras el 155, esa bomba nunca antes detonada que ahora parece un chichinabo, decidió largar el muerto y pasárselo a los jueces. Craso error. Cuando judicializas las cuestiones pierdes cualquier ascendiente sobre ellas o sobre su solución. Así hemos ido llegando hasta aquí.
“¿Podrías decirme, por favor, qué camino seguir para salir de aquí?, preguntó Alicia. Eso depende en gran parte del sitio al que quieras llegar, contestó el gato”. La gran pregunta es esa: ¿a dónde se quiere llegar? La respuesta pacata es a lograr una investidura para seguir en Moncloa; una más amplia sería a lograr gobernar durante una legislatura y, la más ambiciosa, a conseguir cicatrizar la enorme herida que se ha ido ensanchando en el problema catalán. Esas preguntas inquieren tanto a los socialistas como a los populares. Oigan, sí, que parece que también están dispuestos a oírlos si en vez de gaviotas mandan a un embajador de la talla requerida.
Por eso requieren a Zapatero -que ya lo logró en Euskadi-, porque él siempre ha mantenido que el gran error, provocado por el PP, fue aquella recogida de firmas contra un Estatut que habían aceptado los catalanes (73,90% de los votantes a favor y 20,76% en contra) y su interposición de un recurso de inconstitucionalidad. A eso súmenle los términos en los que se redactó aquella aciaga sentencia. Fue tras leerla cuando comenzaron las grandes protestas y las diadas crecientes en participantes e indignación.
De momento parece no haber prisa, pero las cosas están quietas hasta que se acelerarán. Habrá que pensar entonces si se busca una negociación estratégica, consistente básicamente en conseguir que el otro se rinda pronto, que acepte las condiciones aunque tengas que ceder un poco, o una negociación que renuncie a la victoria sobre el contrario y que permita alcanzar acuerdos compatibles con los intereses recíprocos.
¿Es Zapatero el hombre?
No tengo que contestarlo yo.
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