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Esclavitud Moderna

Temporeros recogiendo una cosecha de repollos

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Dicen que Inglaterra “cultivaba” sus propios esclavos. Compraba el mismo número de hombres que de mujeres y nunca los traía directamente de África, sino que lo hacía desde Jamaica para que ya les hubiera dado tiempo de aprender algo del idioma y, además, se hubieran encargado de arrancarles a latigazos sus esperanzas de ser libres. De esta manera, consiguieron acabar rápidamente con la trata y oponerse a ella, sin prescindir del rédito económico que le proporcionaba el uso de la mano de obra esclava.

Millones de africanos fueron esclavizados en los cuatro siglos en los que duró esta oscura etapa. Eran capturados, vendidos y transportados en nefastas condiciones para trabajar las recién colonizadas tierras de América en lo que se conoció como el “Pasaje del medio”, un triángulo comercial en el que Europa incrementó sus ganancias a costa de las vidas de millones de personas que no eran consideradas como tal.

El viaje al que sometían a los hombres, mujeres e incluso niños y niñas que serían convertidos a la fuerza en esclavos nos parece hoy inhumano. Durante dos, tres e incluso seis meses que duraba la travesía a bordo de uno de aquellos viejos buques sobrevivían con una comida y bebida al día, los pies y manos anulados con grilletes, hacinados bajo cubierta, con un calor y hedor insoportables. La situación era tan sumamente cruel que muchos, tras ver frustrados sus intentos de amotinamiento, terminaban por suicidarse lanzándose al océano. Se estima que dos millones de personas esclavizadas perdieron la vida en esta travesía.

En estos días se ha absuelto por segunda vez a los Guardias Civiles que dispararon pelotas de goma a 14 inmigrantes que llegaban a la costa en 2014 y que murieron ahogados como consecuencia de ello. Al mismo tiempo se han conocido casos de incendios provocados en asentamientos en condiciones infrahumanas de inmigrantes trabajadores del campo. Y es raro el día que no se publiquen, aunque sin demasiada difusión, noticias sobre balsas a la deriva en mitad del Mediterráneo repletas de africanos.

Ha pasado más de un siglo desde la abolición de la esclavitud en Occidente, y sin embargo, parece que hay cosas que nunca cambiarán.

Este año he tenido varios alumnos de procedencia africana. Todos menores de edad. Muchos de ellos han llegado en embarcaciones a las costas de España. Uno estuvo a punto de ser lanzado al mar de noche en mitad de la travesía por no tener dinero con el que pagar el paso. Y, una vez llegado a la península, trabajó durante varios meses, sin papeles y sin contrato, en los campos que producen la fruta y verdura que después compraremos en los supermercados. Dormía cada noche en la misma plantación en la que trabajaba durante el día, a la intemperie.

Todos sabemos que la trata sigue vigente en muchos países. Se sigue comerciando con personas. Y a todos nos parece horrible.

Sin embargo, no hace falta irse a otros países para encontrarse de cara con esta realidad. Ya no lanzamos las naves en dirección a África a la captura de esclavos. Ya no están sometidos a trabajos forzados en los campos de algodón ni sirviendo en las grandes casas coloniales de América. Es casi peor. Hemos conseguido que sean ellos mismos los que se suban “voluntariamente” a una embarcación, con el enorme riesgo de morir ahogados, para ser explotados “libremente” en nuestros campos.

Hay quienes afirman que han muerto alrededor de 20.000 inmigrantes en el Mediterráneo en los últimos cinco años, caja fuerte y ataúd líquido de nuestros propios miedos e hipocresía. De seguir a este ritmo, en los próximos cuatro siglos alcanzaremos con creces la cifra de muertes en el océano ocasionadas por cuatro siglos de esclavitud.

Muchos dirán que lo hacen de forma voluntaria, que nadie los obliga, y que esto no es más que una vil exageración. Hay partidos políticos e incluso gobiernos que sostienen que se debe frenar este constante flujo de personas desde África hacia Europa. Insisten en que las organizaciones que los rescatan de una muerte segura en mitad de camino son mafias de trata. Aseguran cargados de sinrazón que se deben endurecer las medias para evitar el supuesto “efecto llamada”, construir muchos muros y lo más alto posible que dificulten aún más sus ansias de mejora y colocar concertinas afiladas que cercenen de cuajo sus anhelos. Hay incluso personas con poder que, al igual que hacían los ingleses con los esclavos, les hacen pasar un examen de “buenos españoles” para poder conseguir la nacionalidad y asegurarse así la buena adaptación al territorio y a sus costumbres. Aunque, en el fondo, todo esto no parece más que un complejo trampantojo para ocultar la verdadera realidad, la que se ha revelado con claridad durante la pandemia.

100.000 temporeros para recoger la fruta

El cierre de fronteras y la disminución de la circulación de inmigrantes a causa de la emergencia sanitaria ha suscitado el temor de nuestros responsables políticos a no ser capaces de recolectar los alimentos y poner en riesgo así el abastecimiento de comida a la población. Solo en España y según fuentes oficiales se requiere de alrededor de 100.000 temporeros inmigrantes para la recogida de fruta de cada año. Estos trabajadores vienen, hacen su tarea, cobran y se marchan a sus países de origen. Pero los hay que no pueden hacerlo así sencillamente porque sus países no tienen convenios de trabajo con el nuestro o porque sus condiciones de vida son tan miserables que buscan un lugar con más oportunidades donde establecerse, muchas veces llevados por la propia televisión, sin ser conscientes de lo que les espera.

No hay datos específicos de cuántas personas, además, se emplean de forma ilegal, pero se sabe que sólo en Lepe hay asentamientos que suman 2000 inmigrantes irregulares que se dedican a esta labor.

Nos hemos ahorrado los costes del “Pasaje del medio”, ellos pagan ya el incierto viaje a las mafias. Viendo las condiciones inhumanas en las que viven, también nos hemos desentendido de procurarles un techo y una comida diaria.

En el siglo XVIII a los esclavos se les liberaba dándoles los papeles de condición de libres, y con ellos, se les ofrecía la posibilidad de ser dueños de sus vidas, aunque como sabemos, muchos de ellos no supieran qué hacer con esta libertad tras una vida de esclavitud. En el siglo XXI, se les condena a la esclavitud al no proporcionarles los papeles que les posibiliten buscar un futuro mejor.

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