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Guerras culturales
Es una lástima que incluso cuando se habla de algo tan noble como la cultura, se haya instalado, especialmente en una parte de la opinión publicada, el lenguaje bélico, no tanto para mostrar el contraste entre discursos, teorías u opiniones diferentes, sino para visibilizar la derrota del que no piensa como yo.
El diccionario de la RAE muestra varias acepciones de la palabra cultura. La segunda es la que más y mejor se adapta al planteamiento de este artículo, cuando dice que es el conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar su juicio crítico. El juicio crítico sobre algo exige un estudio y un conocimiento de ese algo, para poder apreciar sus incongruencias o puntos débiles sobre los que volcar la crítica, con el único y principal objetivo de avanzar en el conocimiento y superación de determinadas situaciones, enfocándolo con un sentido universal.
Las llamadas “guerras culturales” casi nunca siguen estos cánones donde el conocimiento sea lo fundamental. Lo que se suele apreciar son, casi siempre, oscuros intereses de minorías. Hay diferentes casos que ejemplifican esto. Existen colectivos que niegan la violencia machista; o se burlan del cambio climático antropogénico; o sostienen que la ideología propietaria, que ensalza la propiedad privada frente al uso público de los bienes básicos y que es la máxima responsable de las insoportables desigualdades actuales, es algo natural y consustancial con el ser humano; o dudan de la forma esférica del planeta; o mantienen que la llegada del humano a la Luna fue un montaje de Hollywood, etc.
Llamar a esos planteamientos posiciones culturales es cuando menos un exceso verbal. Casi en este punto la famosa “guerra cultural” quedaría diluida por incomparecencia intelectual de esas posiciones aludidas, u otras similares. No obstante, la realidad muestra que sí existe una guerra cultural sobre esos planteamientos. A pesar de que su sostén científico, tanto en las disciplinas naturales como sociales, es inexistente, alimentada además, en la mayoría de los casos por creadores de opinión, que actúan o bien por esnobismo informativo, o como vulgares mercenarios de intereses espurios, más o menos malévolos o indocumentados.
La historia ha mostrado casos de “guerras culturales” que a veces se dirimieron, no con argumentaciones o contraste de teorías, sino con pura ideología de parte. Probablemente el caso más paradigmático del que la historia informa, aunque no el único, fue la controversia entre Galileo y la jerarquía católica, respecto a la teoría heliocéntrica, que se zanjó en primera instancia, a favor del que impuso la razón de la fuerza. Pero no siempre ocurre así, hay veces que es la fuerza de la razón la que se impone frente a la estulticia.
Recuerdo el caso que surgió en la Escuela Superior de Dover en el Estado de Pensilvania, en 2004, cuando desde el Consejo Escolar se pretendía igualar a nivel científico, para ser explicado así a los alumnos, la teoría evolutiva de Darwin en “El origen de las especies” con el concepto de “Diseño Inteligente”, que postula que las formas de vida en la Tierra son de tal complejidad que deben ser resultado de una inteligencia, a la cual no se nombra pero que casi todos dan por entendida. En su dictamen, la justicia determinó que los proponentes de la teoría del “Diseño Inteligente” solo trataban de disfrazar, bajo una supuesta teoría científica, sus propias creencias religiosas, donde Dios creó la vida. Unas creencias, a mi juicio respetables, no por lo que sostienen sino por respeto a los que las sostienen y siempre que quede claro que son pura ideología religiosa.
El último “truco” que se suele utilizar para validar la irracionalidad de algunos planteamientos en una “guerra cultural” es el de la libertad de expresión. Una libertad, primero, que no da derecho a la falsedad e incluso a la mentira como estrategia de argumentación y segundo, porque esa libertad queda profundamente dañada conceptual y prácticamente, con el uso banal, absurdo e irresponsable de ese tipo de planteamientos. Sería casi como apelar a la libertad de expresión para considerar que el gruñido de un gorila, o el rugido de un león es un punto de vista culturalmente útil para la especie humana.
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