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Sí, se puede caer más bajo

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En los últimos años, incluso décadas, asistimos a una degradación de la política que se manifiesta no solo a través de declaraciones en medios de comunicación o redes sociales, sino, lo que es todavía más vergonzoso y preocupante, en el Parlamento, el lugar que se supone la representación de la soberanía popular. La lista de ejemplos es inagotable: el uso partidista del terrorismo (incluido el de Estado) como argumento definitorio del contrincante político, con el consiguiente desprecio a las víctimas y sus familiares; la rotura de España, que a día de hoy no se ha producido ni se producirá; la judicialización permanente; la corrupción en favor de la financiación de determinados partidos; la utilización del propio Estado para desacreditar, espiar o salvaguardar dicha corrupción; la mentira utilizada con total impunidad; el descrédito como país ante la propia comunidad europea; el “donde dije digo, digo Diego” desmentido una y otra vez por la hemeroteca; el desprecio a la Constitución; la valoración negativa de cualquier actuación por parte de los sucesivos gobiernos por parte de las oposiciones de turno; el insulto y la falta de educación; la desvergüenza; etc, etc, etc. Todo ello para conquistar el poder o mantenerse en él.

Todo ello cuando la ciudadanía o una parte más que significativa de ella se las ve y se las desea para llegar a fin de mes, poder comer, pagar las facturas. Da igual que la coyuntura sea una crisis económica o una crisis sanitaria del tamaño de una pandemia.

Cuando parece imposible que los mensajes de la clase política puedan caer más bajo, llega uno nuevo que ya ni siquiera sorprende, porque la dignidad se ha perdido o, peor aún, la falta de dignidad se ha normalizado.

Y lo más preocupante: la mansedumbre y la falta de movilización de una sociedad harta y asqueada.

¿Se puede caer más bajo? Sí, se puede. Sí se puede. Si, se puede. Sí se puede. Sí, se puede. Sí se puede. Sí, se puede.

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