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Lo de Torre Pacheco

Carla Leiras

23 de julio de 2025 17:36 h

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En la raíz de los disturbios xenófobos de Murcia hay una cuestión que se ha naturalizado de forma espeluznante: la constante campaña de criminalización hacia las personas inmigradas, a quienes se acusa, desde la desinformación/interés político, de recibir “más ayudas” (ocho de cada diez ingresos mínimos vitales los perciben nacidos en España), apoyo social (cuando tienen muchos más obstáculos administrativos: arraigo, padrón, nacionalidad, y hay la misma oferta social exacta que para los nativos de aquí, ninguna exclusiva o diferente para migrantes, a no ser cuestiones de asilo político por guerras); o el manido “les dan una vivienda” (en mi ciudad, Vigo, no existe parque de vivienda social, ni para españoles nacidos fuera, ni para los nacidos aquí).

Por otro lado, tres cuartos del total de delitos del estado se cometen por nativos españoles, y mucho del porcentaje migrante tiene un sesgo obvio: su mayoritaria situación de pobreza severa, sumada a la discriminación y el rechazo social y desarraigo. No legitima, no excusa, pero sí explica. Osea no es que “vengan programados biológicamente para delinquir”, como decía uno de esos grupos ultra; sino que primero, el contexto mayoritario que les acompaña suele ser desesperado, si hablamos de huidos de conflicto bélico o hambruna (y aun en esas, ¿cuál es la estadística de compatriotas senegaleses/as que roban o agreden, cuando son de los perfiles más empobrecidos?, ¿acaso no son una comunidad pacífica e integrada? y segundo: mala gente, y agresores, proxenetas y ladrones, los hay con carnés de todo el globo (algunos incluso cobran salarios públicos).

Dicho esto, cualquier violencia, cometida por cualquier perfil, es deleznable y condenable. Cualquiera.

Por otro lado nos dicen que el porcentaje de ultras que han pasado a la ofensiva es residual: pero es que con una sola persona agredida por sus rasgos ya es para escandalizarse, y además hay otros tipos de violencia. Quienes hacemos acompañamientos sabemos perfectamente lo que cuesta encontrar una vivienda a una persona de etnia gitana (aunque tenga nómina), o trabajo a personas con ciertos acentos. Sigue habiendo una xenofobia rampante, institucional, social, con la que hay que pelear a diario, y que deja en una situación de vulnerabilidad extrema a las personas racializadas.

Que toda esta violencia haya escalado hasta el punto de darse cacerías humanas, decididas en concentraciones en las que la policía mostraba una paciencia exquisita con los ultras reunidos sin convocatoria, cuando a otras en esa tesitura se nos “dispersa” en segundos… Negociación, escucha activa, un trato amable, te entiendo Paco, yo me encargo, descuida, sabéis bien cómo trabajo. Ese compadreo es muy llamativo (que no nuevo).

Los personajes que siembran odio en las redes con total impunidad, diciendo barbaridades, podrían ser procesados por delitos de odio, pero siguen emitiendo, escupiendo desinformación, bulos, vídeos falsos, sin que se intervenga ese canal y, mucho menos, a sus promotores.

Que ciertos empresarios ningún problema tengan con la inmigración lucrativa, la que les sirve de mano de obra “barata” de la que abusar, o los grandes millonarios que son bienvenidos con honores, convirtiendo el estigma en lo de siempre, el rico se integra sin problemas, su religión o cultura no se cuestiona; en otros perfiles se pone una lupa diaria para cotejar si “merece” vivir entre nosotros, la cuarta economía del euro, eso sí, en la que tenemos vecinos escondidos por miedo a una paliza de muerte.

Las mismas mentes que hace años acusaban al feminismo de hacer brocha gorda con todo el género masculino y rechazaban “ser salpicados de cosas que habían hecho otros y no ellos” usan ahora ese argumento en contrario para decir que claro que debemos juzgar a todas las personas con procedencia africana, marroquí, rumana... por lo que un grupo de delincuentes hayan hecho. Ahí sí cabe generalizar, bueno, solamente si son personas sin recursos.

Es de una miopía vergonzante, pero más que eso: es peligroso, aberrante, ilegal, atenta contra todos los consensos mínimos de una sociedad civilizada, que presume de serlo, pero sin embargo demuestra, con comportamientos de este tipo, que quienes hacen el país peligroso son ellos, quienes por algo tan aleatorio como un país de procedencia deciden que pueden usar la violencia sin contemplaciones, porque su vida sigue.

Eso sí que da miedo. Esos sí que sobran en el país.