El Oso y el Madroño, la primera 'marca Madrid' que sobrevive desde el medievo a cualquier intento de rediseño
Un escudo no nace de la noche a la mañana. Suele empezar como una imagen improvisada, creada para representar a un pueblo que en ese entonces comienza a serlo. Es el tiempo el que luego lo dota de forma, fondo y significado. Las referencias más habituales son los animales imponentes, leones o águilas, dragones y seres majestuosos... Conceptos, todos ellos, que en un primer vistazo ya sugieren poder y liderazgo, una forma de presentarse ante comunidades vecinas. Pocos imperios han surgido de un blasón con forma de rata o insecto. Pero más allá de su origen, un escudo no se convierte en símbolo hasta que un pueblo lo asume como propio. En Madrid ocurre lo mismo: su emblema histórico permanece arraigado en una ciudad donde ya no quedan osos y, casi desde el medievo, apenas se ven madroños.
“Los escudos no son inamovibles, pero primero hay que querer cambiarlos”, reflexiona Alberto Tellería, de la asociación Madrid, Ciudadanía y Patrimonio, una entidad dedicada a salvaguardar el legado histórico, artístico o natural en toda la región. En los últimos meses, en la ciudad y su entorno se han rediseñado imágenes oficiales a menor escala para actualizarlas a una era más moderna. Hace poco el Ayuntamiento de Madrid modificó su logo con un estilo conceptual, que cambia la identidad gráfica de Cibeles y simplifica el árbol en dos líneas: una curva para la copa, otra recta en el tronco. Este verano, el Consorcio Regional de Trasportes (CRTM) también presentó un nuevo formato para su tarjeta más sobrio y moderno.
Pero hay símbolos que, por su propia idiosincrasia, son menos aptos al cambio. “Hay que diferenciar entre un escudo heráldico, que puede tener milenios de antigüedad y que la gente ya reconoce incluso aun sin saber de dónde viene, y la iconografía que puede extraerse de él y modificarse para adaptarla a las fachadas de edificios institucionales, los logotipos oficiales de la ciudad o alteraciones en su diseño”, explica Tellería, argumentando las razones por las que un sello medieval, replicado hasta la saciedad, continúa arraigado al imaginario de antiguas, nuevas o futuras generaciones. Aunque siempre hay excepciones.
“El escudo de Gipuzkoa tenía unos cañones desde la conquista de Navarra [año 1512], cuando las tropas vascas ayudaron a la monarquía para anexionarla al Reino, pero ya en democracia votaron para retirarlo porque lo consideraban una humillación a los navarros y un homenaje a una batalla con la que ya no se sentían representados”, recuerda el vocal técnico de Madrid, Ciudadanía y Patrimonio. Expone ejemplos similares en algunas zonas de Andalucía, donde varios pueblos decidieron borrar de sus escudos la imagen del rey Boabdil esclavizado y con una cadena al cuello, representando la conquista de Granada en época de los Reyes Católicos.
Otras veces, una enrevesada leyenda aparece detrás de un símbolo cotidiano. En una charla informal dentro de un bar en Mesón de Paredes, Lavapiés, varios jóvenes de entre 20 y 30 años se preguntan por el origen de ese Oso y el Madroño que encontraron en bronce y piedra nada más pisar por primera vez la madrileña Puerta del Sol. Tan solo un par de ellos han nacido en la Comunidad de Madrid: uno en Fuenlabrada y el otro, en Alcalá de Henares. Guillermo, de 29 años, explica al resto que todo viene de una costumbre medieval, ya que eran la imagen que utilizaron los reyes de hacía siglos en una época en la que cazar junto a la antigua villa era algo habitual.
Un oso sin madroño y la primera pista oficial del siglo XIV
No va desencaminado, pero realmente hay más incógnitas que certezas. Una de las personas que más claro lo tiene es José María de Francisco Olmos, doctor por la Universidad Complutense de Madrid y presidente de la Real Academia Matritense de Heráldica y Genealogía. Se trata de una Corporación de Derecho Público inscrita al Registro de Academias de la Comunidad de Madrid, lo que la convierte estatutariamente como órgano consultivo de referencia en lo que tenga que ver con su especialidad.
“Aquí nada está claro. Lo más importante para entender la heráldica es saber que, en realidad, nace de circunstancias concretas o a veces aleatorias, que luego se magnifican, se difunden y a las que se le añaden explicaciones casi irracionales que hablan de honores, guerras y antigüedad”, detalla el experto en una conversación telefónica. Entonces, ¿qué se sabe del verdadero origen por el que se identificó Madrid con un oso apoyado en un árbol? “Poca gente sabe que lo primero de todo fue el oso, que aparecía solo”, desvela.
Después de la batalla en Navas de Tolosa, allá por 1212, un cronista de la época dejó escrito que “las milicias de Madrid llevaban como emblema en su pendón el dibujo de un oso”, que aparece tal y como explica el miembro de la Real Academia Matritense. Aunque un documento de la época ratifica el relato, no deja de ser un solo testimonio que “solo aporta pistas y no verdades lapidarias”. Un siglo más tarde llegó otro sello, esta vez oficial, en el que volvía a aparecer el oso en una “heráldica pasante”, es decir, sobre sus cuatro patas –actualmente se mantiene alzado– y flotando sobre la imagen.
Se incorpora el árbol que luego reaparecerá como madroño
Esta es la primera prueba absoluta de la que se tiene constancia, aunque De Francisco Olmos no descarta que la crónica de Navas de Tolosa sea cierta y, en realidad, todo se remonte al siglo XIII. Sobre el porqué de un oso y no otro animal existen distintas versiones y pocas certezas: que si uno de los antiguos nombres de Madrid era “Ursaria”, una variación de ursus (oso en latín) y por eso se escogió; que los alrededores de la antigua villa estaban repletos de osos y se cazaban con frecuencia... “Es difícil saberlo, porque los libros de actas del antiguo concejo han desaparecido y la ciudad no tiene acceso a parte de su historia”, determina.
La primera representación en la que el oso ya aparece empinado sobre un árbol data de finales del siglo XV, incorporado también a un sello de la época. Una vez más, falta consenso. “Los cronistas de la época, en quienes se basan la mayoría de informes que tenemos, hablaron de un conflicto entre el antiguo concejo y el cabildo”, cuenta, donde uno era el principal órgano participativo a nivel ciudadano y, el segundo, una proto-corporación municipal.
“Decían que, para ponerse de acuerdo, unos se quedaron con el control de los pastos y los otros, con la gestión del arbolado, y de ahí surge teóricamente la imagen que hoy conocemos: los pastos, al ser comida para animales salvajes, se representaron manteniendo el conocido oso, y los árboles se incorporaron al escudo”, señala. Un conflicto entre administraciones que aún podría sonar en el Madrid de hoy. Aunque al principio no podría identificarse un tipo de vegetación concreta, en representaciones posteriores apareció el madroño claramente representado en el escudo. El motivo es ambiguo, aunque mantiene la leyenda fonética de las similitudes entre la palabra “madroño” y el nombre de Madrid.
Si, llegado el caso, el Ayuntamiento decidiera que es la hora de sustituir el famoso Oso y el Madroño por otro tótem para la capital, sería la Real Academia Matritense de Heráldica y Genealogía quien tendría que enviarles un informe preceptivo (no vinculante) con argumentos para elevar, o no, dicha propuesta al Gobierno regional, que sería el último eslabón en la cadena de mando. Se fundó el 1 de octubre de 1988 y, entre sus labores de estudio, están la investigación histórica y a la divulgación del conocimiento sobre heráldica madrileña.
“Nosotros no tendríamos ningún impedimento en que se cambiara si, por consenso, la sociedad madrileña decide ahora que existen otros símbolos que la representan más. Hay protocolos para ello y podría hacerse, pero yo me preguntaría primero si realmente es necesario solo porque a día de hoy estos elementos ya no existen en nuestro entorno”, considera el investigador. “En realidad, un emblema es aquello con lo que la mayoría se siente identificado y si, aunque solo sea a base de repetición histórica, eso es lo que ha conseguido el Oso y el Madroño, no veo razón para cambiarlo”, concluye. El doctor De Francisco Olmos se despide con ironía: “Solo pido que, si se cambia, no lo sustituyamos por meninas. El Museo del Prado es un símbolo de toda España y, siendo sinceros, ya hay demasiadas”.
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