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El corto andaluz nominado a los Goya que retrata la doble supervivencia de los refugiados saharauis

'Vientres de arena' cuenta la persistencia de la enfermedad de la celiaquía entre los refugiados saharauis

Álvaro López

28 de diciembre de 2025 21:32 h

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Desde que España abandonó el Sáhara Occidental en 1975, la mayor parte de la población saharaui lleva medio siglo sobreviviendo lejos de sus casas. A Tinduf (Argelia) fueron a parar quienes trataban de sobrevivir al asedio marroquí y en esta zona argelina se instalaron los campos de refugiados que hoy en día dan cobijo a casi 200.000 personas. Una población desarraigada, que malvive gracias a la ayuda humanitaria y que, ante las pésimas condiciones climáticas y sanitarias a las que se enfrenta, presenta una persistencia elevada de la celiaquía. Una enfermedad que se retrata en ‘Vientres de arena’ como la punta del iceberg de la doble supervivencia de los refugiados del Sáhara Occidental: la humana y la política.

‘Vientres de arena’ es un documental creado por los hermanos granadinos Pablo y Álvaro Montes que pone en el foco cómo la falta de recursos, un clima hostil y las condiciones socioculturales, han hecho que en los campos de refugiados saharauis la población que padece de celiaquía sea mayor que en cualquier otro lugar. Algo que en un país desarrollado no tendría apenas consecuencias, gracias a un sistema sanitario dotado de medios y la variedad de productos alimenticios y farmacéuticos que suplen los problemas derivados de esta intolerancia al gluten, en la sociedad saharaui se llega a convertir en un estigma.

La elevada consanguinidad en estos campos de refugiados hace que la herencia genética de la celiaquía persista en más de un 5% de los lugareños, lo que quintuplica la cifra que se encontraría en cualquier otra sociedad. Las costumbres locales y la falta de ayuda externa hacen el resto, lo que permite que este documental, nominado a los premios Goya, sirva como retrato de algo mucho más profundo: la desidia política que se ha olvidado a miles de seres humanos.

Una enfermedad silenciada

“Llevábamos tiempo queriendo hacer algo sobre el Sáhara Occidental, especialmente después de los últimos movimientos del Gobierno de España respecto a Marruecos”, explica para este periódico Álvaro Montes, antropólogo especializado en cooperación internacional y codirector del documental junto a su hermano Pablo. La idea inicial no era hacer un film sobre la celiaquía, sino abordar el enquistamiento político y la precariedad estructural que atraviesan los campamentos desde hace cinco décadas.

Sin embargo, el contacto con asociaciones que operan sobre el terreno les abrió una realidad apenas conocida incluso dentro del propio relato humanitario saharaui: la de las personas celíacas que dependen de una alimentación específica en un lugar donde casi nunca existe. “Nos dijeron que este tema era importante y un poco tabú en la sociedad refugiada. Entendimos que era una forma de contar todo lo demás”. Tal es el silencio en torno a esta enfermedad que muchas mujeres lo ocultan antes de casarse por miedo a ser rechazadas.

No en vano, en los campamentos, ser celíaca implica una vulnerabilidad extrema: no existe acceso estable a productos sin gluten, no hay capacidad para garantizar una dieta segura y las familias dependen por completo de la distribución humanitaria, que rara vez contempla necesidades específicas. El simple gesto de comer pan -un alimento básico en la cultura saharaui- puede desencadenar crisis de salud que allí no tienen respuesta médica.

La celiaquía no es una anécdota nutricional, sino que es una amenaza directa para la supervivencia en un contexto así, según se muestra en el documental. De hecho, muchas personas pasan años sin diagnosticar porque no hay recursos para hacerlo y porque la prioridad para las familias sigue siendo llegar a fin de mes, no entender por qué un alimento cotidiano les enferma, tal y como recuerdan los sanitarios que dan cobertura a los refugiados. Sanitarios que, además de enfrentarse a una gran falta de recursos para hacer su trabajo, también han de ser informáticos, limpiadores o lo que se tercie para poder hacer funcionar sus consultorios, lo que ahonda en la precariedad de una sociedad olvidada por occidente.

Para contar todo esto, el rodaje se llevó a cabo con un equipo mínimo y un presupuesto muy reducido, de apenas 6.000 euros. La mayor parte del material gráfico que habían llevado desde España fue requisado durante días en la aduana argelina. El documental pudo salir adelante gracias a la escuela de cine saharaui, que les cedió cámaras y equipo técnico mientras trataban de recuperar el suyo. “Yo siempre digo que fue casi un milagro poder haber hecho el proyecto y que saliera a la luz”, recuerda Montes.

A estas dificultades se sumó la vigilancia constante, la obtención tardía de permisos y la fragilidad de trabajar en un territorio considerado zona de riesgo para españoles. “Es un sitio controlado. Había reservas sobre que llegara un equipo con cámaras. Estás entrando en su casa y debes ser responsable”, afirma.

El documental se adentra en la vida cotidiana de los refugiados saharauis que tienen esta patología

El contexto político

La convivencia con una familia saharaui en uno de los campamentos marcó el enfoque íntimo del cortometraje. Allí descubrieron la complejidad de vivir con celiaquía en un entorno donde la dieta depende casi por completo de la ayuda humanitaria y donde la cesta básica no garantiza ni variedad ni equilibrio nutricional. “La celiaquía es un pretexto, aunque no lo sea realmente”, señala Montes. “No se puede explicar un tema sin contar el contexto político y humanitario. Vivir 50 años en un campamento ya te impide tener una calidad de vida mínima”. El documental, que ya acumula más de quince nominaciones y cuatro premios nacionales e internacionales, se construye desde esa doble mirada: la urgencia sanitaria y la cronificación del abandono político.

La trayectoria del film también ha estado marcada por intentos de silenciamiento. En 2024 fue premiado como Mejor Documental por el World Food Forum, impulsado por la FAO, pero su presencia fue retirada de todas las comunicaciones públicas pocos días antes del evento. El equipo nunca recibió explicación formal. “Lo que nos dijeron es que hubo presiones diplomáticas de Marruecos”, asegura Montes, que interpreta el episodio como parte de un patrón. “También hemos visibilizado cómo Marruecos intenta que no se hable de esto”. El cortometraje mantiene, pese a todo, un recorrido sólido en festivales y ahora ha entrado en la lista de candidatos a los Goya 2026 en la categoría de Mejor Cortometraje Documental.

Para los directores, la nominación tiene un valor simbólico y político: permite que una historia casi invisible encuentre espacio en el debate público. “Hemos llegado a los Goya porque los festivales nos han dado los puntos, no por mediación política”, indica Montes. Ese contraste entre el reconocimiento cultural y la inacción institucional forma parte del mensaje del film. “La última resolución de la ONU avala la autonomía marroquí sobre el territorio, desoyendo décadas de trabajo hacia un referéndum. Algo no se está haciendo bien”. El documental quiere ser, en ese sentido, una herramienta para escuchar a quienes llevan medio siglo sin voz en las mesas donde se decide su futuro. Porque aunque la población refugiada no tiene autonomía ni voto, sí tiene voz y este documental intenta que vuelva a escucharse.

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