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Trabajo decente

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La decencia es, según la Real Academia Española de la Lengua, aseo, compostura y adorno correspondiente a cada persona o cosa. Recato, honestidad, modestia. Dignidad en los actos y en las palabras, conforme al estado y calidad de las personas. Ya vemos que se ha aplicado sobre todo a las mujeres. Y sí, es de contenido moral.

Imaginemos por un momento un trabajo decente, esto es, honesto, justo, debido. Correspondiente, conforme al estado o calidad de la persona. Adornado, aunque sin lujo, con limpieza y aseo. Digno, que obra dignamente. De buena calidad o en cantidad suficiente.

Lo cual nos lleva a un trabajo digno. Digno es merecedor de algo. Correspondiente, proporcionado al mérito y condición de alguien o algo. Que tiene dignidad o se comporta con ella. Que puede aceptarse o usarse sin desdoro. De calidad aceptable.

Cuando aspiramos a un buen trabajo, queremos decir que bueno es de valor positivo, acorde con las cualidades que cabe atribuirle por su naturaleza o destino. Útil y a propósito para algo. Gustoso, apetecible, agradable, divertido. Grande. Sano. Bastante, suficiente.

Bueno y justo, que obra o arreglado según justicia y razón. Exacto, que no tiene en número, peso o medida ni más ni menos que lo que debe tener. Apretado o que ajusta bien con otra cosa.

Queremos un trabajo de calidad. Que goza de estimación general. La calidad es condición o requisito que se pone en un contrato. Condiciones que se ponen en algunos juegos de naipes, también los contratos de trabajo. Pero la calidad de vida es otra cosa, es el conjunto de condiciones que contribuyen a hacer la vida agradable, digna y valiosa.

Díganme entonces si aspirar hoy a un trabajo decente no es una contradicción en sus términos, un camino de espinas para la inmensa mayoría de la población. Mientras pedimos trabajo decente por ética, porque es lo justo, no somos más que números para el capital. Y ya sabemos cómo se las gasta el capital, al que no le importa lo bueno, lo justo, lo digno, lo decente. Y ya si hablamos de trabajo estable, nos situamos muy arriba en la utopía. ¿Estable, cuando los sistemas de producción (y de consumo) se basan en la precariedad, lo cual da mucho juego para la parálisis social a través del miedo? La precariedad es la carencia o falta de medios o recursos necesarios para algo. Y hay quien alaba la tortura permanente que es vivir en el alambre.

Y ya hay que escalar el Everest cuando somos las mujeres las que aspiramos a un trabajo diseñado para que los cuidados sigan siendo invisibles y las jornadas de 24 horas. Un castillo de naipes que se sostiene gracias a nuestras manos, las de las mujeres, para cargas de todo pelaje y condición.

No me extraña que mucha juventud, y no tan joven, vea como salida más digna el funcionariado mediante oposición. Y eso que no se libra del tijeretazo a todo lo público, sustentado en que no es rentable. (Casi) imposible aspirar hoy a un trabajo justamente pagado, estable, que nos permita vivir una vida de calidad y con unas condiciones dignas, por las que te tienes que partir la cara permanentemente para que se cumplan más allá del papel. Y si no te gusta, a la calle, que diría cualquier jefe representante de un empresariado español genuino, al que la subida de 15 euros para que el salario medio interprofesional no llegue ni a los mil euros, le parece intolerable e inasumible. Exijamos decencia a quien corresponde.

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