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Tramposos

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En veinte años de docencia he tenido ocasión de encontrarme con múltiples y diversas formas de querer tomarme el pelo en un examen; seguramente muchas de ellas tuvieron éxito y cumplieron su cometido. De las que descubrí algunas me parecieron ingenuas y torpes; otras me provocaron cierta ternura, otras directamente risa; y también las he visto ingeniosas y sofisticadas.

Una vez escuché a una compañera, supongo que para quitarle hierro al asunto, decirle a la madre de una alumna, que venía a hablar con ella porque a la chica la habían pillado con chuletas en un examen, que «la obligación de los alumnos es hacer chuletas y la de los profesores evitarlo». Yo me quedé en shock. Y la madre de la alumna también.

El caso es que es verdad que muchos alumnos consideran que antes que dedicar su tiempo a estudiar, merece más la pena dedicarlo a idear formas de hacer trampas; lo más llamativo es que en algunos casos lo hacen con la connivencia, la complicidad y hasta la colaboración de sus padres. Y eso es lo verdaderamente preocupante: qué te inculcan en tu casa que es lo adecuado para que te desarrolles como individuo en el mundo.

He recordado estos días el caso de un alumno al que le di clase hace años. En su último curso de bachillerato regateó lo indecible para no abrir el libro de Lengua, y alguno más; despreció con su indolencia la ayuda que recibía de sus profesores; y antepuso su afición al baloncesto a sus estudios, aunque los necesitara para poder merecerse el apoyo que pretendía obtener para desarrollarse en ese deporte. Tener un cinco puede ser el orgulloso final de un duro camino, o un inmerecido premio racaneado a base de mediocridad y buenas (pero falsas) intenciones. El suyo fue un cinco mezquino y triste. Y cuando yo pensaba que este chico no podría sorprenderme más, en la cena de fin de curso le escuché decir, con una frialdad y una media sonrisa que me resultaron casi siniestras, «pues a mí me parece bien el dopaje si con ello alcanzas un objetivo». Y ahí vi hasta qué punto un ser humano que llevaba en el mundo tan pocos años podía estar corrompido. No era un modus operandi, era un modus vivendi.

Hoy este chico será ya un adulto, dudo mucho que consiguiera algo en el mundo del baloncesto, pero igual algún partido político de estos tan patrióticos y que valoran tanto estos métodos le busca un hueco.

En cualquier caso, en estos veinte años, también me he encontrado con una admirable mayoría de alumnos honestos y admirables, que eclipsan con su dignidad a todos esos tramposos.

A ellos, feliz merecido verano.

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