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Pikara Magazine es una revista digital que practica un periodismo con enfoque feminista, crítico, transgresor y disfrutón. Abrimos este espacio en eldiario.es para invitar a sus lectoras y lectores a debatir sobre los temas que nos interesan, nos conciernen, nos inquietan.

¿Cuándo olvidaremos a la mujer amarilla?

Mujer amarilla.

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Nostalgia. La palabra se engancha en los primeros acordes de la canción de C. Tangana Cuándo Olvidaré. Sin embargo, la nostalgia resuena en todo El Madrileño, el último disco del artista publicado con éxito internacional. Nostalgia no solo del desamor, sino de las tradiciones folclóricas españolas y latinoamericanas que anclan el concepto y el sonido. Algunas críticas y críticos elogiaron la calidad intergeneracional del álbum, afirmando que, para Tangana, abrazar sus raíces dio sus frutos.

La nostalgia me atrajo al álbum, pero no porque yo pudiera formar parte de su linaje musical. Como la migración ha fragmentado mi pasado, siempre me he preguntado cómo se sentiría pertenecer a una memoria colectiva del sonido. La nostalgia bebe de la pertenencia y la pertenencia de la permanencia. Como mujer asiática en Occidente, me pregunto si la añoranza recibe otro nombre cuando no estoy segura de dónde está mi hogar. En un mundo que alinea forzosamente las identidades con las fronteras nacionales, mi cuerpo aún sorprende a la gente. Incluso cuando desvío la mirada ante la pregunta habitual de “¿de dónde eres realmente?”, resuena en mi interior y me encuentro preguntándome lo mismo.

La calidad parcheada de El Madrileño, con samples de corridos y coplas, el R&B alternativo y el flamenco, me resultaba familiar, casi diaspórica. El paisaje sonoro, al igual que la diversidad y la desigualdad del Madrid contemporáneo, contradice la identidad singular y masculina que proclama el título del álbum. Vi los vídeos musicales preguntándome si su retrato de la ciudad reforzaría o refutaría esa identidad. Mantillas de encaje negro, la bandera roja y amarilla hinchándose con un cielo azul y mujeres reuniéndose durante la sobremesa picando de uvas y pasteles, son algunos de los iconos españoles que se capturan en la película de 16 mm retro-chic, con las tomas largas y cercanas del cine clásico. Pasamos por sitios de Madrid: el Palacio Real recorrido por monjas en ciclomotor, el viaducto de Segovia resbaladizo por el hielo de Filomena, o un bar castizo barato, donde, para mi sorpresa, veo a alguien que se parece a mí.   

En el mundo audiovisual español, los escasos personajes asiáticos, por no hablar de las mujeres, suelen aparecer a través de los tropos del tráfico de drogas, la delincuencia, la competencia económica o el trabajo sexual. Por ejemplo, en los años ochenta y noventa, cuando una nueva oleada de inmigrantes de Asia, América Latina y África se iba instalando en España, la película La Fuente Amarilla abordó por primera vez la inmigración china. En ella aparecía Silvia Abascal con la cara pintada de amarillo interpretando una china-española que investiga los delitos de su padre. Estos tropos se extienden de diferentes maneras a otras mujeres migrantes. En un estudio de 2007, la investigadora Rosabel Argote analizó 287 películas españolas estrenadas a principios de la década de 2000 y descubrió que el papel de la mujer migrante “es prostituta en la mayoría de los casos” y “su presencia en el filme se justifica como elemento desestabilizador que narrativamente 'hay que'... domesticar para una recuperación del equilibrio inicial”. Las “panteras, embarazadas o prostitutas” de estas películas conectan las sexualidades de las mujeres racializadas con la contaminación del cuerpo nacional, un discurso que también está bien establecido en los cines europeo y estadounidense. Los y las historiadoras de la colonización y la raza han utilizado el término “la sexualidad racializada” para describir esta vinculación de la raza y la sexualidad desviada que refuerza las jerarquías sociales.

La sexualidad racializada ha influido en cómo las mujeres de la Asia este y sudeste han aparecido en las pantallas occidentales. La historiadora Anne Anlin Cheng se ha referido ampliamente a estos arquetipos como “mujeres amarillas,” refiriendo al color “amarillo” que históricamente se usaba como un insulto racial a los asiáticos. Puede que conozcas a la mujer amarilla como la geisha sumisa, la frágil muñeca de porcelana, la servil novia por correo que espera ser salvada por un hombre blanco occidental. O tal vez conozcas a su alter ego más zorra: la dama del dragón cruel o la seductora trabajadora sexual, que convierte su sexualidad en un arma para provocar la ruina de esos hombres. ¿Y debo mencionar la canción de rock Hong Kong del disco mencionado, en la que C. Tangana y Andrés Calamaro hablan sobre sus “geishas” y “cohetes”?

La mujer amarilla ha transitado todo Hollywood a lo largo del siglo XX. Sus encarnaciones reflejan los miedos y los deseos de Occidente por los cuerpos asiáticos a lo largo de los periodos de la exclusión racista de la inmigración y de la ocupación militar de los países asiáticos, cuando muchas mujeres entraron en la industria del sexo para sobrevivir económicamente. La mujer amarilla es un tropo, pero su hipersexualidad ha tenido consecuencias violentas en la vida de mujeres reales, como nos recuerda trágicamente y más recientemente el crimen de odio de Atlanta, en el que un hombre motivado por prejuicios raciales y sexuales mató a seis mujeres de descendencia asiática.

En la canción donde la personaje filipina seduce a los soldados españoles en el drama colonial de 2016, 1898: Los últimos de las filipinas, oigo a la mujer amarilla. Pero el tropo ha circulado por España desde hace mucho más tiempo. Un conocido cabaret barcelonés de la Edad de Jazz se llamaba “Wu Li Chang” por una película británica y su remake español. En la historia, una protagonista asiática dócil se suicida por su amante blanco. En 1935, Trillas Blázquez escribió sobre El Raval, entonces conocido como el Barrio Chino, para la revista Crónica, describiendo cómo “tras cada chino uno ve fumadores de opio, trapas disimuladas con alfombras, mujeres silenciosas agazapadas tras las cortinas...”

Entonces reconozco a la mujer amarilla, silenciosa y agazapada, disimulada tras la puerta del lavabo del bar en el vídeo de Tangana para Cuándo Olvidaré. Interpretada por Songa Park, la actriz, quieta como una estatua, mira brevemente a la cámara antes de bajar la mirada. Esa sumisión que expresa por su solo ojo expuesto es también la imagen principal del vídeo. Tal vez trabaja en un bar, posiblemente en un barrio periférico. Es el tipo de local en el que se evita la llegada del amanecer y la noche se alarga adentro. Una mujer mayor lava los platos entre suspiros de desaprobación. Un joven hombre negro juega a una máquina tragaperras. Un señorito malhumorado se encorva sobre la barra de tapas.

Los planos se demoran, los gestos se reproducen a cámara lenta y la percusión traqueteante de la canción aumenta junto con la sensación de que hay tensión fermentándose por dentro. La mujer mayor enciende una luz y la cámara acaba revelando al personaje de Park liándose con el jugador negro en un sótano sórdido. Su sexualización se ha invertido de repente, pasando de la sumisión a la corrupción. A través de esta escena, se la sexualiza más explícitamente que a las otras heroínas (blancas) de los vídeos musicales de El Madrileño, como la elegante comensal de Comerte Entera o la cinéfila de mirada perdida de Te Olvidaste. El estribillo vuelve a sonar con coros distorsionados y la actriz asiática mira arriba a la cámara con ojos traviesos.

En la escena justo antes de la final que revela la pareja liándose, vemos al señoro sentado en el bar de tapas. Interpreta un discurso del cantante de copla Pepe Blanco sobre la esencia de la música española, una especie del interludio de la canción. “Es racial”, afirma con una buena dosis de cuñadismo, golpeando sobre la mesa. Describe haber vivido en el extranjero y cómo lloraba cada vez que escuchaba el inconfundible timbre de un vocalista español. Bajo su emoción, una idea esencialista de la raza eclipsa cómo esta, al igual que la música, es una construcción social sujeta a cambios históricos. Junto a la presencia de los personajes más jóvenes y racializados, el discurso plantea una cuestión de equilibrio similar a lo que destaca Rosabel Argote en su estudio de los migrantes en el cine español. ¿Cómo conviven los cuerpos y las historias racializados y migrantes con esas ideas de la hispanidad 'castiza' y la cultura española?

Hoy en día sigo buscando narrativas centradas en mujeres asiáticas en vídeos musicales y películas españolas como si fueran agujas en un pajar. Huichi Chiu, por ejemplo, fue nominada a un Goya por su interpretación en Huidas (2014), y Nona Sobo debutará como una adolescente rebelde en la nueva serie Entrevías. No estoy imaginando esta infrarrepresentación: un estudio de series de televisión españolas prime time emitidas entre 2016-2017 de la Universidad de Salamanca la confirma. No he encontrado ningún estudio similar de vídeos musicales; me vienen a la mente unos cuantos bailarines de apoyo en Aute Cuture de Rosalía o la crush fiestera del temazo El Fin del mundo de Lala Love You, parpadeos en la galaxia de Youtube.

Más allá de España, sin embargo, no se puede ignorar la constelación de mujeres músicas de descendencia asiática que han empezado ascender al estrellato del pop occidental. Como protagonistas y creadoras de sus vídeos musicales, las artistas pueden tomar el mando creativo de la presentación de sus cuerpos y su sexualidad. Rina Sawayama muta entre una dominatrix posesiva y una espíritu poseída en su balada con toques de metal STFU; Rei Ami juega con personajes de chica urbana atrevida y de vecinita dulce en su tema de géneros híbridos Snowcone; Audrey Nuna se viste en voluminosos trajes vanguardistas que extienden y reclaman espacio para su cuerpo en su canción de R&B alternativo etérea “Space”. Estas actuaciones, entre otras muchas, bailan en una cuerda floja entre someterse a estereotipos y expresar la sexualidad de maneras alternativas.

A medida que el panorama audiovisual español siga diversificándose, no hará falta tanto contar números y caras como realizar representaciones matizadas, especialmente de la sexualidad. Mientras que las distorsiones de la sexualidad han deshumanizado a las mujeres racializadas, la sexualidad forma la experiencia humana y, por lo tanto, su representación es integral para la humanización. En 2019, cuando vi la proyección del cortometraje titulado Xiao Xian (Pequeño hilo en español) de Jiajie Yu, lo que más me llamó la atención fue su mirada resuelta a la sexualidad desde la perspectiva de una joven asiática queer. Espero que augure lo que está por venir.

Hasta entonces, seguiré tarareando los pegadizos versos de El Madrileño de camino a mi piso por la noche. Mi voz flotará libre de mi cuerpo, y la oscuridad me dejará creer que puedo ser otra cosa antes de la raza y el género que la gente ve inmediatamente. Querré que la música se sienta como las calles sombrías por las que camino, como si me llevaran a casa.

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