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Sánchez estira la cuerda de los debates hasta terminar ahogándose con ella

Pedro Sánchez en el Palacio de La Moncloa.

Iñigo Sáenz de Ugarte

Pedro Sánchez está intentando un tipo de campaña que a veces funciona a los partidos que están en el poder. Todos contra mí. Todos me odian. Todos están locos. Vótame para que no ganen los locos. Pero no hay que llevar eso al pie de la letra, porque puede ocurrir que termines creyendo que todos esos coches que ves pasar en sentido contrario por tu lado de la autovía con las luces encendidas están conducidos por idiotas.

Limita el número de enemigos al imprescindible, sería el consejo que daría la madre de cualquier candidato. En especial, si te vas a quedar a una gran distancia de la mayoría absoluta.

Moncloa –que es quien lleva el volante en las campañas, y no el partido– decidió que no tenía ningún problema en quedarse sola en relación a los debates, porque ese no era el asunto que iba a decidir el voto. Y si Sánchez acababa por no comparecer en ninguno, pues mejor. Los antecedentes demuestran que sólo los presidentes en ejercicio que están en una situación difícil aceptan participar en estas contiendas durante la campaña. A los que se pueden permitir dejar la silla vacía, raramente les perjudica en las urnas.

Es al que está en la oposición al que le corresponde afirmar que los debates son imprescindibles en una democracia, al nivel del derecho a sufragio o la división de poderes. “Rajoy desprecia la democracia y desprecia a los españoles por no presentarse a los debates”, dijo Sánchez en noviembre de 2015. En esa campaña, Rajoy se terminó batiendo con el líder del PSOE en televisión, pero se negó a participar en el debate a cuatro. En la repetición electoral de seis meses después, hizo lo opuesto.

Los presidentes tienen más margen de actuación, siempre que no terminen aislados en un rincón presos de su arrogancia. Con su decisión de apostar primero por Antena 3 y La Sexta, cuando Vox figuraba en el plantel, y luego por TVE en el mismo día en que las privadas habían convocado su propio debate, provocó de rebote una rebelión interna en TVE. Sus trabajadores vieron que era Moncloa quien estaba tomando las decisiones de la empresa pública con la administradora única, Rosa María Mateo, en el papel de notaria mayor del reino. Desautorizada por el Consejo de Informativos de TVE y la directora de los informativos de la cadena, Mateo estaba cerca del momento en que debía plantearse su dimisión.

Una coalición contra Sánchez

PP y Ciudadanos aprovecharon el debate sobre el debate para pintar al presidente como un cobarde. “Esto no es Venezuela”, dijo Casado con la típica frase que todos sabíamos que iba a utilizar.

La lista de enemigos no terminaba ahí. “Primero menospreció a la pública rechazando su debate porque no estaba la extrema derecha”, dijo Pablo Iglesias. “Después la usa como un apéndice del Gobierno para intentar un sólo debate más fácil”. Más lluvia sobre Sánchez. El Consejo de Informativos de TVE achacó a Rosa María Mateo, haberse acomodado a las exigencias “de un único partido político”, que ya sabemos cuál es. Xabier Fortes, el periodista de TVE que moderó el debate del martes con seis partidos, fue en la misma línea y criticó a Mateo por “poner en entredicho la imagen de independencia de TVE por la que tanto hemos peleado”.

Como es inevitable, en la batalla también aparecieron las dos cadenas de televisión que habían sido rechazadas por Sánchez al optar por TVE y que defendían sus intereses comerciales y la relevancia de sus informativos. El programa 'Al rojo vivo' de La Sexta dedicó a la polémica casi todas sus tres horas del jueves. La Tercera Guerra Mundial no habría ocupado más espacio. Ahí se escuchó que el debate organizado por ellos sería “más periodístico y con más interés para los ciudadanos”. La única forma de mejorar ese nivel de autosatisfacción sería que se celebrara en Bilbao.

Toda esta batería de críticas con el mismo objetivo tiene una consecuencia inmediata. Cuanto más se hable del debate, menos se habla de Vox. Por ahí, estaba claro que Sánchez salía perdiendo. Dejó que el globo creciera demasiado y acabó estallándole en la cara.

Al final, Sánchez cerró el círculo para volver al punto del principio en el que lo tenía más fácil si quería librarse de la polémica. En la mañana del viernes, anunció que acepta intervenir en dos debates –uno en la pública y otro en las privadas– en días consecutivos. Pero ahora da la impresión de que han tenido que llevarlo a empujones porque no se atrevía a entrar en la jaula con las demás fieras.

El plató de 'Sálvame'

En la vieja distinción anglosajona entre 'politics' (la política entendida como la batalla entre partidos) y 'policy' (la política como confrontación de ideas y programas), la pelea por el debate se encuentra en el primer punto –al igual que este artículo–, que tiende a ocuparlo todo en los medios. En el segundo, están el paro, la vivienda, la sanidad, la educación... lo que propone cada partido en esos asuntos. Tanto el jueves como este viernes, todos los periódicos de Madrid y Barcelona destacaban la polémica del debate en sus portadas, así como los medios digitales. Es un juego de suma cero.

“Desde que los debates electorales son a muchas bandas, me cuesta distinguirlos de un plató de 'Sálvame', y ya no sé si son los candidatos quienes promueven ese marrullerismo de taberna o es el propio formato el que los aboca a ello”, ha escrito Sergio del Molino en El País.

Es la sensación que tuvieron muchos con el enfrentamiento del martes en TVE. Los debates electorales pueden ser un gran espectáculo televisivo. O también uno de esos programas en los que a los diez minutos uno se pregunta: ¿por qué estoy viendo esto?, ¿qué he hecho con mi vida para acabar así?

La fiesta de la democracia en la versión del botellón.

Nota: el artículo ha sido actualizado y retitulado para incluir la decisión de Sánchez de intervenir en dos debates.

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