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Río de Janeiro, asfixiada por la violencia y la corrupción

Río de Janeiro, asfixiada por la violencia y la corrupción

EFE

Río de Janeiro —

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Cuando André Filho escribió, en los años 30, “Cidade Maravilhosa”, el himno de Río de Janeiro, no podía imaginar que en el “corazón de Brasil” se libraría una guerra que se cobra miles de víctimas al año y que la corrupción asfixiaría a “la tierra que a todos seduce”.

“Ciudad maravillosa/ llena de mil encantos/ corazón de mi Brasil”, reza el himno, que habla de Río como un “jardín florido” y “un nido de sueños y de luz”.

Ese “jardín florido”, que hace un año vendía sol y playas como reclamo para atraer a los turistas a los Juegos Olímpicos, ha dejado paso a una ciudad arruinada, devastada por la violencia, por el narcotráfico y la corrupción.

Desde enero, organizaciones civiles han contabilizado 2.940 muertes violentas en el estado de Río, un 16,5 % más que en el mismo periodo del pasado año.

Sólo las balas perdidas en los 15 tiroteos diarios que se registran como media se han cobrado 67 víctimas mortales en lo que va de año, entre ellas siete niños.

Una guerra que crea escenas dantescas, como ocurrió la pasada semana, cuando una bala alcanzó a una embarazada y provocó paraplejia en el feto.

Las balas no discriminan, pero los muertos se multiplican en las favelas y en los bolsones de pobreza de Río, que se concentran en el norte y el este, las zonas más castigadas por el olvido de la administración.

El cuadro es más indignante aún por la dimensión de la corrupción que agrava la crisis que derivó, hace un año, en la declaración de quiebra en el estado.

Sergio Cabral, que gobernaba Río durante el Mundial de fútbol de 2014 y cuando la ciudad se adjudicó los Juegos Olímpicos de 2016, se apropió de sumas millonarias de fondos públicos, buena parte destinados a la mejora de las favelas.

El exgobernador, ahora preso, se quedó con más de 37 millones de dólares del magnate de los autobuses de Río, que llegó a confesar que cuando necesitaba fondos, el propio Cabral le pedía que subiera los precios de los billetes para quedarse con un pellizco.

No en vano, cuando el juez Sergio Moro, que investiga el caso Lava Jato -la mayor trama de corrupción de la historia de Brasil- ordenó la prisión de Cabral afirmó que “el contraste entre la opulencia de los acusados de practicar crímenes de manera reiterada con el dinero público y la presión impuesta a la población fluminense expone una versión criminal de gobernantes ricos y gobernados pobres”.

Mientras los corruptos devoraban las arcas públicas, el estado avanzaba hacia la ruina hasta el punto de que hoy no puede pagar a sus funcionarios, incluidos los policías.

La policía de Río es, además, “la que más mata y la que más muere” del mundo, según organizaciones civiles, que denuncian, entre sus debilidades, su falta de formación, sus pésimas condiciones laborales y también la corrupción.

El mayor golpe de la historia de Río contra la corrupción policial terminó la pasada semana con cerca de un centenar de agentes detenidos por proteger a narcotraficantes y venderles armas a cambio de sobornos.

Entre ellos, altos cargos que habían llegado a ser condecorados y miembros de Unidades de Policía Pacificadora de las favelas, las UPP con las que se buscó reducir la violencia en esas comunidades.

Un proyecto que casi diez años después de su estreno está en cuestión y que no sirve para proteger a los vecinos de las favelas de la violencia ni siquiera en sus propias casas.

Como ocurrió con Vanessa, una niña de 10 años que el miércoles murió por una bala perdida en su casa, en la zona norte de Río.

“Necesitamos tomar consciencia de que estamos viviendo una patología social, porque no me imagino una ciudad en un país libre que conviva con esta barbarie de forma pasiva, como nosotros convivimos”, denuncia el fundador de la ONG Río de Paz, Antonio Carlos Costa.

“¿Por qué no reaccionamos? ¿Por qué no vamos para la calle? ¿Por qué el estado no para cuando una niña de 10 años se lleva un tiro de fusil en la cabeza, dentro de su casa?”, se pregunta.

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