Descubrimientos musicales o participar por el buen gusto
NORTHERN LIGHTS. KATE BOY.
Poco o nada se sabe de ellos, de ella. O de él… Quizá marketing. Pero la primera vez que la escuché –entrecortada por una conversación y por el ruido de una lavadora- me quedé como Ulises embaucado por las sirenas. Hasta que la localicé, no paré. Y así sigo, disfrutando de Northern Lights en bucle hasta poder desembarcar en la Ítaca de un álbum que promete emociones fuertes. Y es que este es uno de esos casos en los que una sola canción te sacude de tal manera que la adicción es la única respuesta.
Debe ser que aunque la globalización nos absorba, las influencias todavía se notan más intensamente en las cercanías geográficas. Es el caso de la electrónica sueca, porque escuchar Northern Lights de Kate Boy recuerda irremisiblemente a sus compatriotas The Knife o a Fever Ray. Como pasa con ellos, esta canción da frío, un frío que quema, induciéndonos a una especie de hipnosis a través de un oleaje de sintetizadores metalizados y sinuosos que nos envuelven junto a una voz cruda y cálida, lejana y susurrante, estruendosamente íntima… Una amalgama sintética que zumba y se retuerce como cristal líquido hasta un final épico que, en vez de liberarnos, guía automáticamente nuestros dedos hacia el botón de replay.
Carne y metal. Como su mantra: ‘everything we touch turns to gold’. Así sea.
PALE FIRE. EL PERRO DEL MAR
Y seguimos con Suecia. Y con enredadoras voces femeninas. Y con sugerente electrónica. El perro del mar no debuta con Pale fire –Sarah Assbring lleva unos añitos en esto- pero la escucha de este largo sí representa un descubrimiento sensorial. Como su título indica, podría ser la perfecta bso de un atardecer rosado y decadente donde las sombras se alargan, el pasado golpea y nos empeñamos ingenuamente en prometernos una nueva esperanza.
Sus letras, más reivindicativas que en sus anteriores trabajos pero siempre unidas al motor del amor, parecen traducir esa bso del ocaso y lo relacionan con el momento que vivimos: cuando todo parece perdido, cuando crees que no hay razones para seguir adelante, aparece una luz en el horizonte. Es el fuego pálido.
Este ejercicio de ‘deriva levemente esperanzada’, tan del gusto de sensibilidades inquietas y que podría llegar a ser un alegato algo cursi y sobreactuado –pero realista- del momento social, se convierte en trascendente al entrar en simbiosis con un estilo que mientras conduce al atardecer, mira por el retrovisor a los 90: los guiños al house y al trip hop pueblan todos los temas; tanto que esconde un sampler del Unfinished Sympathy de Massive Attack… Esa nostalgia, ese mirar a mejores tiempos añade verosimilitud a través de la empatía y de la sensualidad, porque esta chica parece que sabe que allí es donde nos va a encontrar –a la deriva- para ver con nosotros la luz del atardecer. Y acierta.
REFRACTION OF LIGHT. OBLIQUE.
Volvemos a casa –si por casa entendemos lo que tenemos más cerca…-. Oblique es un dúo canario-catalán que practica la electrónica sin eufemismos ni excusas, algo que se ha demostrado como deporte de riesgo en este país.
No acaban de nacer. De hecho su anterior largo (Without making noise) alcanzó cotas de respeto inimaginables para su género en España. Cada vez que escucho Refraction of light es difícil no sentir la tentación de moverse a su compás. Iluminados por la bola disco, este álbum está realizado por y para el dance –perdón, el baile- con los recursos electrónicos más vintage que hoy representan la vanguardia de la indietrónica (si estás atento podrás distinguir algún que otro Casiotone o Korg).
Hedonismo-club disfrazado de pose oscura y de impostada actitud pero que no defrauda a la hora de conseguirte placer. Plataformas sonoras que te empujan hacia delante con una sonrisa en la cara sin saber muy bien por qué. Quizá el futuro sea una pista de baile. Quizá sea esa la solución.
ULTRAÍSTA. ULTRAÍSTA.
Siempre he pensado que los productores musicales -músicos de profesión, casi siempre- son los que mejor lo hacen cuando saltan a escena con un disco propio. Profesionalidad, debe ser la cuestión. Y eso es lo que pasa con Ultraísta.
Nigel Godrich, producer de muchos pero sobre todo de Radiohead, ha reunido a un grupo de músicos con mayúsculas para este proyecto. Las primeras escuchas me llevaron a lugares ya visitados, pero no por ello carentes de atractivo para quedarse a vivir: krautrock de cimientos de batería entretejido con viscosos sintes que junto a los ovillos de voz de diferentes colores de Laura Bettinson crean atmósferas herméticas, pero como digo, con un espíritu de refugio, de quedarse a vivir en ellas. Eso sí, es tanta la familiaridad que podemos no llegar a distinguir cada una de las habitaciones…
Escucharlo me produce una sensación de desasosiego. De creer que esas largas secuencias rítmicas te han de llevar a alguna parte, cuando únicamente acabas donde empezaste. Un bucle sonoro que te aísla del mundo y que visualmente evoca cualquier paisaje urbano. Una sensación de inquietud necesaria en diez entregas indiferenciables pero resultonas.
SHRINES. PURITY RING.
Era verano. Y ya se sabe que en verano, como en cualquier reality, todos los estímulos se magnifican. Fineshrine, el primer single, entró en mi cabeza de noche, como un sueño, como entraría después todo el álbum. En los sueños no hay melodías, o al menos no las recordamos. Eso debía ser: aquí tampoco las hay, ni estribillos, ni en la voz ni en los instrumentos. Todo flota en aparente armonía, girando unos alrededor de los otros y viceversa.
Y si cada canción se amalgama así, el álbum, como estructura superior, lo hace de igual manera, con cada una de las canciones girando en torno a un todo. Como una galaxia de sueños.
Ni esa voz llena de colores –todos brillantes-, ni esos teclados entrecortados y abruptos, ni ese registro retro y futurista a la vez de estos canadienses primos-hermanos de High Places nos hacen olvidar que en el fondo no es más que pop. Flotante. Líquido. Hipnótico. Pero pop. Tampoco hay pretensiones, sólo estímulos. Claro, era verano.
Antonio Barahona por Antonio Barahona
Antonio Barahona por Antonio BarahonaCuento historias. En publicidad y en la vida. Algo tan primitivo que ahora parece innovador. También planeo estrategias. Como trabajo es esa máscara que parece darnos credenciales para circular por el mundo y poder vender lo que nadie necesita pero, afortunadamente, no me ha marcado más que para conocer al enemigo. Y en la vida, sobre todo, me ha servido para observar.
Algunas de esas historias las vivo a través de la música. Casi no recuerdo desde cuando. Quizá desde que mi padre alimentaba el rumor del tocadiscos con el susurro de Jobim, el punteo envolvente de Phil Manzanera o la cadencia mántrica de Can para que me mecieran hasta convertir la vida en sueño. El resto, ya sabes, sólo ha consistido en observar. O en escuchar. O en sentir.
Desde entonces, como si fuera una estrategia obsesiva observo/escucho/siento lo que me rodea: los contenidos, las formas de expresión y las herramientas que piden atención a través de la cultura para atrapar momentos. En publicidad te los vendería. En la vida real me los regalo.
Intentaré abrir aquí mi caja de música íntima y personal en forma de puestas de sol o de amaneceres, de desengaños o de caricias, de excesos o de vacíos para que tú también cuentes tu historia. Para que seas tú el que te vendas una buena vida.