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Los escépticos de Cenicientos: “Las elecciones son vender detergente”

Carteles electorales en Cenicientos.

Víctor Honorato

30 de abril de 2021 22:27 h

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“Para votar valemos, pero el instituto es el mismo que hace 50 años”, protesta Isabel, jubilada, esperando su turno para entrar en la oficina de Bankia de Cenicientos, que solo abre los martes por la mañana. En el vértice suroeste de la Comunidad de Madrid, casi en Toledo, casi en Ávila, en Cenicientos viven poco más de 2.000 personas. Ya casi nadie se gana la vida aquí con los viñedos de uva garnacha ni con el aceite, los tradicionales productos de la tierra. También ha desaparecido prácticamente la albañilería, que proliferó en los años buenos de la burbuja inmobiliaria. Con 16.313 euros de renta disponible media en 2020, según la Agencia Tributaria, Cenicientos es el municipio más pobre de Madrid y, entre los pocos vecinos que se ven por las calles un martes de lluvia intermitente, las elecciones autonómicas del 4 de mayo se contemplan casi con más distancia filosófica que geográfica hay a la Puerta del Sol.

Caen unas gotas a mediodía y el grupito que espera su turno ante la sucursal se refugia bajo el árbol que hay enfrente. Reacios de entrada a hablar de política, poco a poco se van soltando. “Es una vergüenza que organicen elecciones en medio de la pandemia”, dice un hombre en mangas de camisa, que se aleja. A su lado, Francisco Vedia, antiguo albañil, también retirado, pone por ejemplo del declive local que no queden panaderías, cuando hace no tanto había tres, y que ahora tengan que traer el pan de Cadalso de los Vidrios o de Sotillo de la Adrada, ya en Ávila. “Lo que pasa fuera revierte aquí”, critica Isabel, para quien “las elecciones son vender el detergente”.

Cenicientos se extiende bajo la Peña Buvera, una cota de 1.200 metros que algunos consideran el punto más oriental de la Sierra de Gredos. Paseando por sus calles, se aprecia que las heridas de la crisis y de la dejación urbanística aún no han cicatrizado. Por el centro se ven casas habitadas, arregladas, junto a otras de las que solo sobreviven los muros y ahora son solares llenos de hierba. Otras están cerradas, de gente que solo viene en verano, o a medio terminar, de aquellos que las iban construyendo poco a poco y acabaron renunciando. Hacia las afueras hay una zona de chalés que brotaron sin control y todavía siguen sin alcantarillado.

El antepenúltimo alcalde, Jesús Manuel Ampuero, regidor por el Partido Popular de 1991 a 2010, estuvo un par de años en la cárcel por malversación. No lo echaron los vecinos; se fue por problemas de salud, debiendo a los trabajadores municipales casi dos años de nóminas. Cuando sus compañeros tomaron el relevo, lo denunciaron. La condena definitiva llegó en 2018.

Ampuero salió de prisión el año pasado y se dejó ver en Semana Santa, sin incidentes. “La gente es más prudente que él”, indica en su despacho la actual alcaldesa, Natalia Núñez (PSOE), que entró en 2015, directamente con mayoría absoluta. Cuando tomó posesión, se encontró con que el edificio del Ayuntamiento no tenía ni calefacción; se la habían cortado por no pagar. La deuda municipal resultó ser de 12 millones de euros, el doble de lo admitido. “No se pagaban ni las luces de las fiestas”, recuerda. En el pueblo no había polideportivo, ni biblioteca, faltaban servicios esenciales. Pero Ampuero aguantó en el cargo 19 años. “Aquí sucedía que más de medio pueblo vivía a costa del otro medio. Cuando la gente ve que les va bien y tienen trabajo, lo demás le da un poco igual”, lamenta. Hoy, dice, “la gente está más tranquila […] Hemos trabajado para que no haya ambiente de crispación”.

Las cosas parecen estar cambiando. La población volvió en 2019 a superar los 2.000 habitantes, y el teletrabajo le dio otro empujón en 2020. Núñez, de 36 años, habla a toda velocidad, enumerando decenas de iniciativas que el consistorio ha emprendido desde que está al mando. Recientemente ha abierto la oficina de turismo. Se quiere estudiar y dar a conocer la Piedra Escrita, una ruina de origen incierto, posiblemente de la época romana. Han comprado una nave industrial para hacer un gimnasio. Está pendiente un proyecto para ampliar el cementerio, otro para acabar el alcantarillado. Y se sigue dando trabajo a los vecinos, a razón de unos 40 o 50 al año, según las necesidades del pueblo, no solo por capturar votos, defiende. El ayuntamiento es, de hecho, la segunda industria de Cenicientos, solo por detrás de la residencia de ancianos en cuanto a empleo generado.

Mientras tanto, la deuda ha bajado a siete millones de euros y han regresado las ferias taurinas, que tenían buena fama entre los entendidos. El Ayuntamiento pagó lo que se debía a las ganaderías y ahora es promotor directo. Aunque ella misma es muy aficionada, Núñez anticipa que el toreo “probablemente terminará desapareciendo solo”, ante el creciente “desapego” de los jóvenes y el “egoísmo” del sector.

Como los recursos del Ayuntamiento son escasos (en los tiempos de Ampuero se dejaron de cobrar hasta las tasas por licencias de obra), la gran mayoría de proyectos municipales necesitan del apoyo de la Comunidad de Madrid. Incluso para tirar infraestructuras obsoletas, como la presa, nunca operativa, que en los años 70 se levantó para solucionar los problemas de abastecimiento de agua. Cuando Núñez llegó al consistorio, no constaba quién era el dueño de la obra, que empezaba a mostrar grietas preocupantes. Al final la responsable resultó ser la Comunidad, heredera de la Diputación de Madrid, la promotora original. La voladura se llevó a cabo el año pasado.

Otras veces, las necesidades son en especie, como en el confinamiento. Durante la primera ola de COVID, decenas de mayores que vivían solos y comían en los centros de día se encontraron con que no tenían cómo alimentarse. Ante la insistencia de Núñez, el consejero de Sanidad, Enrique Ruiz Escudero, llamó a una concesionaria de los menús de los hospitales, que repartió comidas durante 15 días. Los planes de empleo y los de lucha contra la despoblación dependen asimismo de los fondos regionales. También el centro de salud. “No cumple los requisitos de aislamiento, cuando llueve se nos inunda. Y en vacaciones hay problemas para cubrir las plazas de médico, aquí no quiere venir nadie”, señala la alcaldesa. Está igualmente pendientes los fondos para la reforestación tras el incendio que en 2019 quemó tres cuartas partes del monte. “Nos han dicho que este año no tienen dinero. Sigue exactamente igual”, asegura Núñez, que se consuela porque la capacidad de regeneración propia del ecosistema es “espectacular”.

“Somos el culo del mundo”

Esta dependencia no genera, sin embargo, gran interés local en estas semanas de campaña. “Cuando son las generales sí hay más revuelo, ahora la cosa está más fría y más tranquila”, apunta Luis Martín, próximo juez de paz, en el bar de enfrente del ayuntamiento, La Caprichosa, donde sirven café y cuatro churros a dos euros. Martín está muy contento del trabajo de la primera edil. “Está haciendo milagros. Después de lo que nos dejaron, yo me hago de cruces, pensando de dónde saca el dinero”, señala. Eva Gallego, la dueña, no opina: “Yo de política no entiendo”. El bar, dice, va aguantando. “Los fines de semana no se trabaja mal”.

En otro bar en la avenida principal, la de Claudio Sánchez-Albornoz (la familia del historiador republicano tuvo una casa en Cenicientos), hay un grupo de jubilados tomando el aperitivo antes de comer, de buen humor. Está el exalcalde del vecino pueblo abulense de Higuera de las Dueñas, Juan Díaz Jaro, que abandonó el cargo tras 30 años para dar paso a su hijo. Es del PP y se siente en minoría en Cenicientos. “A esto le llamaban 'la Rusia chica”, recuerda. Sobre la situación actual, descarga responsabilidades en las nuevas generaciones: “En este país hubo un bienestar y los niños pusieron cemento y no estudiaron”. Lo acompañan a los chatos Luis, Javier y Fernando, que se enzarzan sobre política local, sobre si ahora ya no dejan construir. Fernando se resigna: “Somos el culo del mundo”. Javier, el único socialista de la mesa, pregunta: “¿Qué hizo la [Esperanza] Aguirre aquí?”. En 1995, 2007 y 2011, el PP fue el partido más votado en las elecciones a la Asamblea de Madrid. En el resto, el PSOE; en las dos últimas citas, con amplia mayoría.

La lluvia arrecia y los pocos carteles electorales que se ven dan la falsa sensación de llevar colgados mucho tiempo. No se divisan estampas de Vox. En un panel mojado, apoyado contra una farola, se arrugan las caras de Isabel Díaz Ayuso y Ángel Gabilondo. Debajo, alguien ha pintado a mano un mensaje de apoyo a una coalición que no es: “Cenicientos de Izquierdas UP + Madrid”. El jubilado Francisco Vedia ya terminó en el banco y vuelve a casa. Se para a saludar, avisa de unos solares descuidados en el centro que entiende que dan mala imagen, se despide. Las calles de Cenicientos se vuelven a quedar vacías.

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