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CRÓNICA

El PP ha perdido la mitad de sus votos en Euskadi desde el fin de ETA y no es tan difícil entender por qué

Pablo Casado en un mitin en Vitoria en la campaña vasca.

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En el manual de los fracasos electorales, no hay nada peor en los partidos que echar la culpa a los votantes. En términos estrictos, es una obviedad. Son los votantes los que deciden con sus papeletas cómo se asignan los escaños en un Parlamento. En un plano más profundo, resulta penoso recorrer ese camino. Eleva no saber perder a una categoría de ceguera aún mayor. La ventaja es que permite fingir que nada ha pasado, nada que te obligue a cambiar no tu ideología, sino tu mensaje o estrategia.

Esa ha sido la reacción del Partido Popular tras sus pésimos resultados en las elecciones vascas, que tienen la categoría de hundimiento si se observa la evolución de los votos recibidos en los últimos veinte años. El PP es irrelevante incluso en zonas en las que tiempo atrás disputaba la primera posición, como era el caso de Álava. Son los votantes vascos del PP los que han abandonado al partido, no los que nunca le votaron. Eso es bastante obvio y quizá debería provocar algún atisbo de autocrítica. En absoluto. La culpa es de todos los españoles, incluso de los que nunca han pisado Euskadi. “Algo estará haciendo mal la sociedad española y desde luego algo debemos no empezar a hacer los que estamos en este acto, porque si no, sería mejor dedicarse a otra cosa”, dijo Pablo Casado el lunes en un homenaje a Miguel Ángel Blanco en Madrid.

Esa sería la versión sobria de la respuesta del PP. Para buscar comentarios que exigen al cerebro un gran esfuerzo de interpretación, hay que acudir a las palabras de Isabel Díaz Ayuso. “Hoy han conseguido que, por dejar de matar, obtengan lo que antes alcanzaban matando”, dijo en el mismo acto. Nunca se han concedido escaños en Euskadi en función del número de muertos. “Aquellos que pegaban tiros en la nuca en defensa de un proyecto totalitario en el País Vasco jamás pensaron que hoy conseguirían tanto”. Más allá de extender el terror, ETA no consiguió sus objetivos políticos durante décadas. Los dirigentes de la organización terrorista no estaban pensando precisamente en unas instituciones autonómicas incluidas en el Estado constitucional y dominadas por el PNV como su gran sueño. Su objetivo era la independencia y la expulsión de las instituciones del Estado español, dos cuestiones que incluso la presidenta de Madrid debería saber que no se han producido.

En la campaña, el PP y Ciudadanos acusaron a Pedro Sánchez de blanquear a EH Bildu, lo que explicaría sus buenos resultados. Es una interpretación que se repite de forma constante en varios medios de comunicación conservadores. “Bildu rentabiliza el blanqueo de Sánchez”, tituló La Razón. “El blanqueamiento de Pedro Sánchez impulsa a Otegui (sic) en las urnas”, escribió ABC. Si Sánchez es tan influyente en Euskadi –un punto de vista muy discutible–, lo que no se entiende es cómo hizo que Bildu llegara a 22 escaños, pero no consiguió que su propio partido pasara de diez. Lo que es seguro es que Sánchez pidió en campaña el voto para el PSE. De eso, tienen que ser conscientes hasta los dirigentes del PP. Y si Bildu estuviera tan 'blanqueado', por emplear esa terminología, el PSE no tendría inconveniente en pactar con ellos y sacar al PNV de Ajuria Enea. Y eso, a día de hoy, no va a ocurrir.

La doctrina Mayor Oreja

La confusión no es nueva y parte de un proceso de autosugestión en el que el PP vasco se encuentra inmerso desde hace mucho tiempo. Surgió de una teoría de Jaime Mayor Oreja, según la cual la izquierda abertzale existía en el País Vasco porque existía ETA. No estaba sustentada en ningún estudio sociológico ni encuesta. Por la misma razón, el fin de la violencia serviría para propulsar electoralmente al PP. No muchos dirigentes del partido se atrevían en público con la segunda premisa, pero algunos sí. “Si conseguimos acabar con ETA, que tengo esperanza de poder conseguirlo, el PP vasco va a subir como la espuma, porque con libertad en los pueblos y en las calles de Euskadi, a ver qué pasa con la gente que hasta ahora no se ha atrevido a votarnos”, dijo en 2011 Antonio Basagoiti, entonces presidente del PP vasco. En la década posterior, la realidad le desmintió.

El PP ya tenía entonces serios problemas para entender la realidad política y sociológica del País Vasco. La violencia terrorista contribuía a contaminarlo todo, incluida la actividad de los partidos en campaña. Pero ese es un error que ya es muy difícil de aceptar en 2020 (nota: ETA anunció el fin definitivo de la violencia en octubre de 2011).

Existía al menos un precedente que indicaba lo contrario a la premisa de Mayor Oreja. En plena tregua de ETA propiciada por los acuerdos de Lizarra entre las fuerzas nacionalistas, Euskal Herritarrok, encabezada por Arnaldo Otegi, superó en las elecciones vascas de 1998 en un 34% el porcentaje de los comicios anteriores (fue en esa tregua cuando Carlos Iturgaiz pidió a las viudas de las personas asesinadas por ETA “un poco más de sacrificio por la paz”). En las siguientes, en 2001, después de que ETA reanudara los atentados y el voto nacionalista se reuniera en torno al PNV de Ibarretxe, el voto a la izquierda abertzale se hundió hasta el 10% y perdió la mitad de sus escaños en el peor resultado de su historia.

La evolución de los votos del PP en los últimos veinte años deja poco margen para las interpretaciones. 251.743 votos en 1998, 326.933 en 2001, 210.614 en 2005, 146.148 en 2009, 130.584 en 2012, 107.771 en 2016, 60.299 en 2020. Cualquiera diría que hay un patrón en estas cifras. El fin de ETA sólo contribuyó a acelerar una tendencia muy evidente. La derecha mediática de Madrid acusaba a Antonio Basagoiti y Alfonso Alonso de ser unos blandos en la contienda contra el nacionalismo vasco –ignorando que María San Gil ya había perdido más de 100.000 votos con respecto a 2001–, y de ahí sus malos resultados. Para confirmar la tesis aznariana de que todo lo que no sea la máxima agresividad contra el nacionalismo contribuye a fortalecerlo, Pablo Casado recuperó a Iturgaiz, candidato en 1998, y el castañazo fue de época.

Lo más paradójico de todo esto es lo más obvio. El PP insiste en creer que puede influir en los votos que reciba Bildu, pero no tiene ninguna posibilidad. Es obvio que sus electorados son muy diferentes. La candidatura liderada por Maddalen Iriarte ha obtenido los mejores números de la historia de la izquierda abertzale precisamente cuando ha hecho hincapié en su programa en la primera palabra sin abandonar por completo la segunda. Iriarte ha hablado más de políticas sociales, derechos de los trabajadores y feminismo que de independencia. La decadencia de Podemos en Euskadi y el estancamiento del PSOE han servido a Bildu para dominar el voto de izquierdas, en especial entre los jóvenes. La fidelidad de su electorado le ha favorecido en unos comicios que han tenido el mayor porcentaje de abstención en Euskadi.

En la última década, muchos votantes vascos del PP lo han tenido muy claro en las elecciones autonómicas, en especial en Álava. El principal freno a la izquierda abertzale es el PNV. Sólo Bildu puede poner en peligro en el futuro la hegemonía del partido de Urkullu en la política vasca. Y esos votantes del PP quizá no sean licenciados en Ciencia Política, pero tienen claras sus prioridades y saben cómo votar.

En Madrid, la dirección nacional del PP sigue hablando de ETA, proetarras y batasunos. Quizá por eso y por otras razones ha perdido el 81% de sus votos en Euskadi desde 2001 y la mitad de ellos desde el fin de ETA. Cuando no conoces a tus votantes, sueles pagar las consecuencias.

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