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Las feministas alemanas luchan para que el país no sea “el burdel de Europa”

Las feministas alemanas luchan para que el país no sea "el burdel de Europa"

EFE

Berlín —

Una década después de la legalización de la prostitución resurge en Alemania el debate sobre un negocio que mueve anualmente 14.500 millones de euros y que, alertan los grupos feministas, está convirtiendo al país en “el burdel de Europa”.

La discusión ha regresado a las páginas de los principales medios de comunicación y la polémica está en la mesa de las negociaciones que mantiene la canciller Angela Merkel con los socialdemócratas para formar un gobierno de gran coalición.

Según diversas fuentes, se estudian variadas restricciones a la ley aprobada en 2002 por el entonces gobierno de socialdemócratas y verdes, que reguló la prostitución como un servicio y reconoció a las “trabajadoras del sexo” derechos laborales y cobertura social.

Pero ninguno de los grandes partidos se plantea volver a prohibir o penalizar este comercio, pese a la cruzada abanderada por varios medios y por el paradigma del feminismo alemán, Alice Schwarzer.

El manifiesto “Llamada contra la prostitución” lanzado ahora por el órgano del feminismo alemán, la revista “Emma”, logró en pocos días la firma de un centenar de intelectuales y artistas del país.

En el texto reclaman cambios legales para acabar con un negocio que, subrayan, promueve la explotación sexual de las mujeres y ha convertido a Alemania en destino del turismo sexual europeo.

“Antes viajaban a Tailandia, ahora vienen a Alemania”, alertó esta semana Schwarzer, editora de “Emma”, en un encuentro con la prensa extranjera en Berlín.

En los últimos once años, localidades alemanes próximas a las fronteras o cercanas a aeropuertos internacionales han visto nacer “megaburdeles”, destino de viajes organizados que ofrecen paquetes de “tarifa plana” de sexo a franceses, italianos o británicos, según un reciente reportaje de “Der Spiegel”, titulado “Burdel Alemania”.

A pesar de la legalización, sigue sin haber cifras oficiales sobre este fenómeno, aunque se estima que en Alemania trabajan entre 200.000 y 400.000 prostitutas.

Según Schwarzer, más del 90 por ciento son extranjeras, en su mayoría rumanas o búlgaras.

Ejemplo de que la ley no ha logrado “normalizar” el oficio, es que, según ha revelado el diario “Die Welt”, sólo 44 personas -de ellas, cuatro hombres- están registradas como “prostitutas” en la Agencia Federal de Empleo, cuando el negocio mueve anualmente 14.500 millones de euros en el país, según el sindicato Ver.di.

Abundan las críticas policiales a una ley que dificultó la investigación de las redes criminales, ya que se pasó de castigar la “promoción de la prostitución” a penalizar “la explotación de prostitutas”, premisa casi imposible de probar cuando se depende del testimonio de mujeres que, en su mayoría, desconocen sus derechos.

Schwarzer reconoce el riesgo de englobar todo el fenómeno bajo el epígrafe de “prostitución forzada”, pero no duda de que se trata de “prostitución de la pobreza”.

Su ejemplo a seguir es Suecia, que prohibió la prostitución penalizando al “comprador”.

Reconoce que esa legislación no ha acabado con la prostitución, pero sí ha logrado, según muestran las encuestas, que la mayoría de los suecos denoste la práctica de pagar por el sexo, mientras que en el Alemania, denuncia la feminista, es algo socialmente aceptado e incluso marca tendencia.

Frente al movimiento feminista y las críticas, varias prostitutas y representantes del negocio del sexo han alzado su voz en favor de la actual ley, reclamando sólo más protección para las extranjeras.

Los defensores de la norma subrayan la necesidad de no volver a empujar a la clandestinidad a esas mujeres y ésa es la opinión mayoritaria en la negociación de la futura gran coalición de Merkel.

Entre las propuestas de reforma que se han ido filtrando a los medios se apunta a la prohibición de las llamadas “tarifas planas” en los burdeles o a la obligación de que las menores de 21 años se registren ante la administración.

Aumentar los controles sin prohibiciones radicales, sostienen los defensores del estatus quo, incrementaría la protección de las mujeres, aunque los más críticos apenas ven en esas tibias propuestas nuevas vías de recaudación de impuestos.

La comprobación de que la mayoría de los ingresos procede sólo de los burdeles ha llevado a algunas localidades a aplicar soluciones imaginativas.

Desde hace dos años, por ejemplo, las prostitutas que hacen la calle en la ciudad alemana de Bonn, al oeste del país, deben sacar cada noche un resguardo en un aparato automático similar a un parquímetro, un impuesto de seis euros que les permite ejercer desde las 20,15 horas hasta las 06,00 horas.

Noelia López

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