La izquierda tras el 9J, qué hacer para salir del colapso: “Lo más urgente es sacar la bandera blanca”
La foto fija de la izquierda alternativa española muestra algo muy parecido al colapso. Hay medio dimisiones, decenas de horas de cónclaves, cuchillos que vuelan en todas direcciones, intrigas de pasillo y un miedo atroz, casi paralizante. Miedo a dar el siguiente paso y que sea el definitivo hacia el abismo. Pánico a que el rostro que quede grabado para siempre en el retrato de la derrota sea el propio y no el del prójimo. Y una sensación generalizada de que nadie sabe muy bien qué hacer para que vuelvan a abrirse las grandes alamedas en las urnas. O peor aún: que quienes lo saben no están dispuestos a hacerlo.
Los resultados del 9J en las elecciones europeas fueron la consumación de una deriva política que no es nueva. De años de escisiones, enfrentamientos y guerras intestinas salvadas in extremis solo en las elecciones generales pero que ahora amenazan de verdad con arrasar todo lo construido en la última década. El paso al lado de Yolanda Díaz esta semana tras el fracaso de Sumar y sus últimos batacazos electorales ha copado todos los titulares, aunque el problema parece más amplio y más complejo.
Sin visos de reconciliación entre las formaciones que hasta ahora han participado en la plataforma de Díaz y Podemos, el resultado de esa fractura y de la dinámica de ese conglomerado de partidos habla en cifras. En 2015, las formaciones de ese espacio político llegaron a representar el 23% del voto. O lo que es lo mismo, a casi uno de cada cuatro votantes. El pasado domingo, entre todas no llegaron al 8%, ni uno de cada diez electores. Sumar, una candidatura integrada por partidos como Compromís, los Comuns, Más Madrid o Izquierda Unida, obtuvo 3 escaños en el Parlamento Europeo y poco más de 800.000 votos. Podemos en solitario, un parlamentario menos y un apoyo de 570.000 papeletas.
Con el catálogo de reproches y acusaciones mutuas plenamente vigente y actualizado de manera puntual por la mayoría de protagonistas y, por tanto, corresponsables de esa debacle, elDiario.es ha buscado reflexiones de futuro en gente que estuvo y que ya no está. Personas que llegaron a ostentar responsabilidades orgánicas e institucionales de alto nivel y que decidieron marcharse. Unos, producto de las propias tensiones en sus partidos. Otros, por la frustración de no poder contribuir a cambiar el final de la crónica de una muerte anunciada. Y otros simplemente por cansancio.
La mayoría de esas personas contactadas por este periódico, y que han sido referencias políticas en sus partidos, ha declinado la invitación a compartir su análisis de la situación de la izquierda con argumentos muy parecidos y que tienen que ver con no acercarse demasiado a lo que todo el mundo coincide en señalar como un avispero. Y en extremar las cautelas para no ser asaeteados por alguna de las partes en conflicto o, incluso, por todas ellas al mismo tiempo.
Quienes sí han aceptado hacen un llamamiento casi unánime y urgente al cese de las hostilidades. “Lo primero que hay que hacer antes de nada es desinflamar. Y antes incluso de eso, tener la intención de desinflamar. Y no tengo muy claro si es eso lo que quiere todo el mundo”, señala el exdirigente de Izquierda Unida, Alberto Garzón.
La que fuera dirigente de Podemos, candidata de esa formación a la Comunidad de Madrid en los últimos comicios y posteriormente portavoz de Vivienda en Sumar durante el nacimiento de ese espacio, Alejandra Jacinto, subraya la misma idea de un modo aún más gráfico. “Lo más urgente es izar una bandera blanca por parte de todas las familias. Decir que hasta aquí hemos llegado. Y reposar”, reflexiona Jacinto, quien decidió alejarse de la política institucional tras las elecciones generales del 23J y en pleno choque entre Podemos y Sumar.
María Eugenia Rodríguez Palop aún no se ha ido oficialmente pero se está yendo. La todavía eurodiputada de Unidas Podemos dejará su acta en Bruselas el próximo 16 de julio y planea su regreso a las clases de Filosofía de la Universidad Carlos III de Madrid a corto plazo. Y tras el 9J mira a Francia. “La unidad es una palabra manida y hay gente que se pone hasta nerviosa al escucharla. Yo apostaría por un ecosistema que pudiera dar lugar a un frente popular parecido al que se ha montado en Francia. Creo que es de sentido común y que es una obviedad después de lo que ha pasado”, apostilla.
Lorena Ruiz-Huerta es más crítica. Quien fuera portavoz de Podemos en la Comunidad de Madrid y diputada en la Asamblea, que renunció a sus cargos y abandonó la política institucional en 2018, está convencida de que el mapa político que arrojaron las urnas el pasado domingo es la señal inequívoca de que todo ha saltado definitivamente por los aires. “El resultado de Podemos no es más que sobrevivir y lo de Sumar es una catástrofe, me parece un desastre. La situación de la izquierda en España es bastante preocupante”, apunta Ruiz-Huerta, quien señala que la crisis de representatividad de ese espacio político ha alcanzando, en su opinión, un punto de no retorno. “Es un modelo que está agotado, creo que ya no hay salida por ahí. Sumar estoy convencida de que no tiene ya ningún futuro y Podemos está muy agotado. Es hora de volver a poner la mirada en las calles”, señala.
También fue alto cargo de Podemos Sergio Pascual. Como número tres del partido y secretario de organización vivió desde un papel protagonista la primera gran ruptura política de la formación liderada por Pablo Iglesias desde una de las partes en conflicto, la del errejonismo (conflicto que narra en primera persona en ‘Un cadáver en el Congreso. Del sí se puede al no se quiere’, Altamarea, 2022). Pascual acaba de aterrizar en España tras trabajar con la izquierda mexicana en las recientes elecciones para el Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica. Y quizás sea esa distancia la que le matiza el pesimismo en torno a un proyecto político del que se siente parte y del que aún es militante.
“No soy tan pesimista porque creo que una buena parte del resultado del 9J tiene que ver con que unas europeas son siempre una cita en la que la gente se siente más libre para expresar un voto de protesta porque le da menos trascendencia al resultado que al de unas generales. Y en ese contexto creo que la gente nos ha penalizado por el desgobierno interno del espacio. Si la gente entiende que no somos capaces ni de entendernos entre nosotros mismos y gestionar nuestras diferencias, difícilmente nos va a dar la confianza para gobernar las diferencias de todo un país, ¿no?”, reflexiona.
Pascual basa su moderado optimismo en que hay “soluciones para este desgobierno”. Y propone una. “Creo que lo primero que habría que hacer es una suerte de mesa de partidos con los principales responsables de Más Madrid, Compromís, de Izquierda Unida, de los Comunes y de Sumar. Y lo ideal sería que a esa reunión fuera Yolanda Díaz, porque aunque ahora tenga cuatro personas interpuestas, la líder del movimiento Sumar es ella. Creo que esa debería ser la foto para establecer un nuevo marco de convivencia con unas reglas claras y una lógica mucho más simétrica e igualitaria que la que han venido teniendo hasta ahora”.
Garzón comparte el diagnóstico, pero no la receta. “Las militancias están muy tensionadas después de la competencia del ciclo electoral y esto genera un entorno que no es en absoluto propicio para poder construir nada. Primero hay que desinflamar”, insiste, “no hay ninguna urgencia, hay tiempo. No tendría sentido convocar una mesa de partidos rápido y corriendo para reunirse y ver qué hacer de aquí a los próximos tres años. Eso no va a funcionar, hay demasiadas acusaciones cruzadas, tonos muy elevados, incluso violentos. Creo que ahora mismo lo que hay que hacer es llamar a la calma y ver si todas las partes por separado hacen el mismo diagnóstico”.
El que fuera alcalde de Valencia, Joan Ribó, de Compromís, también pone el foco en la necesidad de reinventar lo organizativo para poder dar respuesta a los desafíos políticos de la izquierda. “Estoy seguro de que seremos capaces de encontrar una fórmula organizativa en la que todos quepamos y nos sintamos cómodos, aunque soy consciente de que no es una tarea fácil. Decía Pepe Múgica que esperaba y deseaba que la izquierda aprendiera a valorar lo mucho que nos une y a minimizar lo poco que nos separa. Me apunto a sus deseos y esperanzas”, planteó en un artículo reciente en este periódico.
Alejandra Jacinto tiene claro que cualquier reconstrucción debe pasar por un espacio político capaz de coordinarse a sí mismo en una convivencia entre diferentes. “Yo no creo en una reunificación entendida como una homogeneización, sino como una cooperación sinérgica entre todas las fuerzas políticas. Que sea cooperativa, cooperadora, que además eso es supuestamente lo que pregonamos para la sociedad. Entiendo que haya mucha gente que esté muy cabreada y muy enfadada con todo lo que hay, con todo lo que ha pasado, pero creo que también sería muy ilusorio plantear que se vayan todos. ¿Y entonces aparece una nueva hornada de dirigentes como champiñones? Creo que las cosas no se hacen así y que toda la gente que está es muy válida por todas las partes, han aportado muchísimo y podrían seguir aportando”.
Preguntada por la fórmula mágica que lleve a tantas formaciones políticas a convivir en paz en un proyecto de cooperación y no de competencia, María Eugenia Rodríguez Palop lanza una advertencia a los aparatos de los partidos. “Los partidos no pueden estar obsesionados con su identidad, con su propia subsistencia como marca. Eso tiene muy poco recorrido. Por esa vía, y a medida que se estrecha el espacio de la izquierda y se multiplican los agentes, esto se va a convertir en los juegos del hambre”, alerta.
El auge de la extrema derecha
Para Sergio Pascual, el auge de la ultraderecha tiene correlación directa con el desplome de las izquierdas. “Es gente joven la que alimenta particularmente el ascenso de Alvise y la que también alimentó en buena medida el ascenso de Vox y en su momento también el nuestro. Hoy no existen los mecanismos que antes existían para que la gente se adscribiera a alguna identidad política, como eran los sindicatos, las organizaciones de barrio o los partidos políticos que se introducían en las universidades. Esas estructuras se han vaciado enormemente y ocurre lo mismo con los medios de comunicación. Antes desempeñaban ese trabajo de formar política e ideológicamente a la gente, pero también han perdido gran parte de su fuelle en favor de otros espacios como son las redes sociales. Y creo que hay una gran masa de jóvenes que están en busca de una identidad que les permita dotarse de una brújula, de un compás con el que navegar en un mundo crecientemente complicado”.
El problema para Lorena Ruiz-Huerta es que “los partidos institucionales de izquierda no conectan con las clases populares, con la gente pobre. Hay muchísima gente con problemas muy graves, sin acceso a la vivienda o a derechos básicos. Y el voto antiestablisment lo encarnan ahora fuerzas de ultraderecha”.
La manera de reconectar con ese electorado que un día sí encontró en la izquierda motivos de esperanza a sus demandas es fijarse, según la exparlamentaria madrileña, en los movimientos sociales. “Donde hay que poner la energía es en la gente que está en las acampadas universitarias en defensa de Palestina. Y ayudarles a que esa generación sea quien haga frente a los retos migratorios, climáticos, o económicos, desde una calle combativa”.
Para el que fuera líder de Izquierda Unida y ministro de Consumo el problema es más complejo y sostiene que “la influencia de la extrema derecha no se mide solo en votos, sino en su capacidad de dirigir el discurso, de generar nuevos marcos”. Garzón analiza que, en su opinión, ese proceso no tiene por qué tener una relación directa con las condiciones de vida materiales de la gente. “Evidentemente el gobierno de coalición tiene muchos deberes pendientes, pero no podemos hacer creer a la gente que los votantes de Alvise le han votado porque no hay política de vivienda. Alvise no ofrece nada de política de vivienda. Ahí hay elementos culturales, de protesta, elementos reaccionarios que se han despertado en nuestro país con mucha fuerza en los estamentos judiciales, en los estamentos mediáticos y de todo el Estado. Y eso, digamos, estrecha el margen de maniobra de la izquierda. Y si a eso le sumas que la izquierda se divide, pues evidentemente también contribuye a la desmoralización y desactivación en general del votante”.
Alejandra Jacinto, que ha vuelto a trabajar como abogada en el ámbito de la defensa del derecho a la vivienda, está convencida de que la mejor manera de recuperar la iniciativa política frente a los ultras es volver a hablar de las cosas que ya ocupan y movilizan a la gente. “La pista nos la pueden dar las organizaciones de la sociedad civil, que muchas veces son quienes ponen a los partidos como el camino de miguitas de pan que hay que recorrer. ¿Qué está pasando, qué es lo que bulle, qué es lo que le duele a la gente y lo que les moviliza? En vivienda, los sindicatos de llogaters y el sindicato de inquilinas están proponiendo cantidad de iniciativas concretas de qué se puede hacer con los pisos turísticos, de cuál tiene que ser la regulación específica del alquiler de temporada. En Madrid el sindicato de Inquilinas no para de crecer y de inaugurar bloques de lucha. No están dando pistas y creo que sería el momento de hacerles más caso”, defiende Jacinto.
Para María Eugenia Rodríguez Palop la conclusión de los resultados de las elecciones europeas no es que exista un trasvase propiamente dicho de nichos de electorados de izquierda hacia la ultraderecha o la derecha. Su tesis es otra. “Hay gente que ha perdido completamente la esperanza y que tiene una visión distópica del futuro, que tiene actitudes nihilistas y que se ha vuelto hacia la derecha o la extrema derecha. Y después hay personas que no han perdido del todo la esperanza pero que han optado por conservar lo que tienen ante el miedo que lleguen a arrasarlo todo. Y han decidido votar al PSOE. Y, en ese contexto, la izquierda no ha sabido encontrar su lugar”.
Ante el reto cada día más ingente de volver a organizarse para ser competitivas desde un punto de vista electoral, Sergio Pascual aconseja al conjunto de formaciones de izquierda partir de la base de que no podrán aniquilar políticamente a las de enfrente. Y que, por eso, la única salida al colapso es cooperar. “Podemos, Compromís, Más Madrid, los Comunes o Izquierda Unida son colectividades que han conseguido un mínimo de institucionalidad y un mínimo de solidez y, por lo tanto, no van a desaparecer. Así que en vez de dedicar nuestros esfuerzos a intentar eliminarnos las unas a las otras o a prevalecer las unas sobre las otras, ¿por qué no las unimos en algo que nos permita coexistir virtuosamente? Porque la deducción racional para mucha gente es que si no nos juntamos siendo compatibles en lo que defendemos es porque en realidad estamos buscando otras cosas que no tienen que ver con ellos”, concluye.
En tesis muy similares se expresa Palop. “Ya no es cuestión de voluntad política, es una cuestión de inteligencia. Empieza a ser imperativo el consenso. La gente no entiende nada, no resulta nada motivador ni atractivo que este espacio se encuentre totalmente balcanizado”.
Alberto Garzón pone un ejemplo fáctico de lo que supone o no esa unidad más allá de lo simbólico o lo emocional. “La última experiencia de unidad ha sido la de Sumar el 23J. Dentro de esa tendencia descendente que comentábamos, consigue sus objetivos. Se revalida el gobierno de coalición y se frena a la derecha y a la ultraderecha. Eso es gracias a la unidad porque cualquier dispersión de voto en esas elecciones hubiera facilitado al gobierno de Feijóo y la extrema derecha”, señala.
De lo que alerta Alejandra Jacinto es de que, con los resultados del pasado domingo en la mano, a la izquierda no le sobra el margen de maniobra. “Los monstruos no han entrado en la habitación, pero están a las puertas llamando con los nudillos”. La ultraderecha de Vox se consolidó el 9J como tercera fuerza política con 1.678.218 votos y el 9,62% de las papeletas. La ultraderecha de Se Acabó la Fiesta aglutinó el respaldo de 800.763 votantes, el 4,59% del total, casi el mismo resultado que Sumar y por encima del apoyo recibido por Podemos.
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