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Crónica

El mapa del 28M queda lejos de los cambios de ciclo político proyectados en 1995 y 2011

Feijóo posa con sus barones durante la reunión de la dirección del PP tras el 28M

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España acelera su crecimiento. Ya es la economía que más crece en Europa con una tasa interanual del 4,2%, cuatro veces más que la media europea. El crecimiento se aceleró en el primer trimestre de este año gracias a la contribución de la demanda nacional y, sobre todo, del sector exterior, por la mejora de la competitividad de las empresas españolas. Se ha recuperado el PIB prepandemia y se mantiene el dinamismo del empleo con la creación de 426.000 puestos de trabajo a tiempo completo en el primer trimestre del año. 

Son datos que no escucharán en las tertulias de la mañana, ni en los programas de referencia, ni abriendo los informativos nacionales. La economía no será el eje central de esta campaña, como no lo fue en la del 28M. Hoy, la gestión no importa porque las derechas han logrado instalar el marco de la “derogación del sanchismo”, el “que te vote Txapote” y “España está ante un cambio de ciclo imparable”. 

Quedan aún cuatro semanas hasta la cita con las urnas, pero a la izquierda le toca remar a contracorriente porque toda la demoscopia marca la misma tendencia hacia la mayoría absoluta de PP-Vox y porque los pactos con la ultraderecha, de momento, no parecen pasarle factura a Feijóo. Desde el pasado 28M ha aumentado la sensación de victoria aplastante del PP y de un inexorable cambio de ciclo político. Tanto que se habla de un “tsunami azul” que, tras analizar con detenimiento los resultados de las elecciones municipales y autonómicas, no está justificado por los datos.

Sin encuestas con sesgo ni cocina, el dato objetivo, subraya Juan José Múñoz, profesor asociado de Estadística de la Universidad de Castilla-La Mancha y autor de un estudio matemático sobre los resultados del 28M, es que Vox obtuvo 1,6 millones de votos, “lo que no justifica que se hable de una subida espectacular” de los de Abascal. Y es que si la comparativa es con las elecciones municipales de 2019, efectivamente, casi duplicó los resultados, pero si se comparan con los de las generales de 2019, en las que se acercaron a los 3,7 millones de votos, por el camino se dejaron más de dos millones. 

Y lo mismo ocurre con el PP, al que se le ha atribuido una subida espectacular hasta arrasar al PSOE cuando, en realidad, la diferencia no ha llegado a los 800.000 votos. “Teóricamente, si hablamos de avalancha y de cambio de ciclo, ese tsunami se supone que debería haber absorbido los más de dos millones de votantes que perdió Vox y los más de 1,3 millones de Ciudadanos respecto a las generales de 2019”, añade Múñoz. 

En las generales de 2019, el PP obtuvo algo más de cinco millones de votos. Sumando todos esos ciudadanos de derechas que han votado a Vox y Ciudadanos, el resultado del PP tendría que haber estado en torno a los 8,5 millones de votos, contando solamente el voto proveniente de la derecha. Y si, además, a esos 8,5 millones de hipotéticos votos de derechas se les añade “el gran trasvase de papeletas desde el PSOE hacia el PP” del que hablan las encuestas, deberíamos estar hablando de unos resultados aplastantes (ahora sí) y no de los pocos más de siete millones de votos que ha obtenido el PP en las últimas municipales. 

¿Se puede concluir entonces que lo ocurrido el 28M es un “tsunami azul” que se encamina a un cambio de ciclo político el 23J? A tenor de los sondeos publicados, sin duda. A juzgar por la opinión publicada mayoritaria, también. Pero si nos detenemos en los datos fríos, es probable que se confunda arrasar en votos –que es lo que debería proyectarse desde unas municipales a unas generales– con la acumulación de poder institucional en gobiernos locales y autonómicos, donde el PP en muchos casos no fue ni siquiera la lista más votada. 

Si se observa el siguiente gráfico, que compara los resultados por circunscripciones en todas las elecciones municipales desde los años 90 del siglo pasado, el mapa que dejó el 28M estaría muy lejos de los cambios de ciclo que proyectaron los resultados de 1995 y los de 2011.

En 2011, el PP barrió al PSOE del mapa municipal y autonómico. Los socialistas se hundieron hasta su peor registro como consecuencia de la grave crisis económica y la estampida de sus votantes a los partidos minoritarios, que aumentaron su representación en ayuntamientos y comunidades autónomas. La victoria de los populares en porcentaje de voto rondó los diez puntos –un 37% frente a un 27%– mientras que en número de votos se situó por encima del PSOE en dos millones de papeletas.

De las 52 capitales de provincia españolas los socialistas solo fueron los más votados en cinco de ellas mientras que de las 17 comunidades solo tuvieron apoyo mayoritario en Asturias. El precedente directo de aquel aplastante resultado fue el de las  municipales de 1995, cuando el PP logró el mayor vuelco municipal de la democracia y se hizo con el control de todas las grandes ciudades del país un año antes de llegar a la Moncloa de la mano de José María Aznar.

Como se aprecia en la ilustración anterior que compara los resultados entre PP y PSOE por circunscripciones en todas las elecciones municipales de 1995, el mapa político que dejó el 28M estaría más cerca de los que dibujaron las elecciones de 2003 o 2007. 

Sin embargo, Múñoz, autor de un estudio que en medios políticos y académicos se conoce en estos días como “visión electoral de un matemático optimista”, alerta de que el marco que la derecha política y mediática ha instalado sobre el inexorable cambio de ciclo responde a una estrategia “para generar corrientes de opinión encaminadas a influir en los resultados”. Algo que, en su opinión, “no es baladí”, como demostraría un repaso a los resultados de anteriores elecciones generales. Por ejemplo, en 2004, el PP hizo pensar en una victoria clara de su marca. Todas las encuestas le daban como ganador de forma holgada e incluso hoy se sigue creyendo que el PSOE ganó aquellas elecciones porque el 11M hizo cambiar el sentido del voto al electorado.

En el Pulsómetro que hacía semanalmente la Cadena SER, además de hacer la clásica estimación de voto, también se preguntaba “¿quién prefiere que sea presidente?”, a lo que la mayoría respondía siempre que Zapatero. Evidentemente, explica Múñoz, “cuando alguien va a votar no lo hace por quien piensa que va a ganar, sino por quien quiere que le gobierne. Así que el problema para la izquierda (y el consiguiente éxito de la derecha) surge si su electorado no va a votar porque le inducen a pensar que ya está todo decidido”.

Aquella preferencia por un gobierno del PSOE en 2004 también se proyectaba desde el mapa de las municipales de 2003, bastante similar al de 2019, que fue la antesala del último cambio de ciclo. “Es cierto que lo ocurrido el 11M fue la causa de que ganase el PSOE, pero no porque el terrible atentado cambiase el sentido del voto, sino porque la manipulación informativa del PP y sus medios afines sobre su autoría activó al electorado de izquierdas, que se habría abstenido dándolas por pérdidas”, concluye Juan Múñoz.

Y ese es el mismo peligro que la izquierda trata de combatir en estas elecciones del 23J. La mayoría demoscópica habla de una amplia victoria del PP, pero también dice que la mayoría prefiere que siga de presidente Pedro Sánchez, con una ventaja considerable respecto a Feijóo. 

La derecha juega con una proyección de los resultados a partir de una baja participación en las elecciones de julio. No en vano, desde hace 30 años (diez elecciones desde 1993), en la mitad de los procesos electorales celebrados se superó el 70% de participación y, en la otra mitad, no se alcanzó esa cifra. 

¿Por qué el porcentaje de participación afecta más a la izquierda? Porque, según la serie de datos de las tres últimas décadas, el voto a la derecha tiene más correlación con el censo total. Es decir, es un voto más fiel y menos dependiente de los contextos y coyunturas políticas. Desde 1993, la suma de PP, Vox, Ciudadanos, CDS, UPyD, Falange y otras marcas del mismo espectro ideológico ha sido estable: entre el 28% y el 30,5% del censo de electores. Sólo en 2012 salió de esa horquilla (33.6%).

El voto a la izquierda (PSOE + IU, Unidas Podemos o los partidos que ahora integran Sumar) sí que es, por el contrario, sensible al clima político y fluctúa de unos comicios a otros desde el 25% hasta el 38% del censo. Sin embargo, para Juan José Múñoz, se muestra bastante más estable si se considera como referencia el porcentaje de voto a candidaturas: entre el 44% y el 47% en los cuatro últimos comicios, celebrados desde 2015 tras el descalabro de 2012; y entre el 48% y el 50% en el periodo bipartidista 1993-2008, con la excepción de 2000 (42%). 

Así, la línea de equilibrio izquierda-derecha estará en el porcentaje de participación que haga que esa horquilla de la izquierda de entre el 44% y el 47% de voto a candidatura (el porcentaje de voto a candidatura viene a ser un 98% del índice de participación) iguale la horquilla de entre el 28% y el 31% de voto censal de la derecha. El hecho de que, finalmente, la mayoría de partidos a la izquierda del PSOE concurran unidos supondrá, muy probablemente, que desbanquen a Vox como tercera fuerza política. 

Tan solo recalculando los escaños de las elecciones generales de noviembre de 2019, y teniendo en cuenta esa concurrencia conjunta, ya supondría reducir la diferencia de escaños entre Vox (52) y todas esas fuerzas (39) de los 13 actuales a 3. Si ese electorado de izquierdas se ilusiona y acude a votar a Sumar lograrán sobrepasar a Vox. En cualquier caso, más allá del equilibrio entre los cuatro grandes partidos/coaliciones de ámbito nacional, la izquierda tiene más margen de maniobra en el nicho de diputados regionalistas/nacionalistas (unos 35-40 escaños) para reeditar la actual mayoría de investidura que la dupla PP-Vox para armar la suya si no alcanzan la mayoría absoluta entre ambos ni se quedan muy cerca. 

Por todo ello, el objetivo de la izquierda pasa por movilizar al electorado, rompiendo la sensación de que el resultado está ya decidido, y alcanzar el 70% de participación. No es un objetivo menor si se tiene en cuenta que las elecciones se celebran en pleno periodo vacacional.

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