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Las mujeres de Nicaragua repelen los ataques armadas con cacerolas

Las mujeres de Nicaragua repelen los ataques armadas con cacerolas

EFE

Managua —

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Amanece en Nicaragua y unos hombres encapuchados que portan fusiles AK-47 y escopetas, junto con policías bien pertrechados, huyen de las mujeres que protestan con cacerolas en la mano.

Es un país cuyos habitantes luchan sin armas en una confrontación con las fuerzas del Gobierno que ha dejado unos 200 muertos en dos meses.

“¡Que los hombres se vayan, aquí nos encargamos nosotras!”, grita una de esas mujeres, de unos 30 años, con un cucharón en una mano y la tapa de una cacerola en la otra, tras expulsar a los armados de una intersección importante entre las ciudades de Managua y Masaya.

Minutos antes decenas de mujeres habían salido a la calle entre las balas, para enfrentar con sus cacerolas a los policías y civiles armados, llamados “parapolicías” por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH).

Sin entrenamiento bélico ni armas de fuego, los hombres quedaron indefensos en sus barricadas ante el ataque sorpresa la madrugada de este martes, entonces las mujeres salieron para evitar que ellos fueran capturados.

“Les dijimos que se fueran, porque si los agarran aquí los llevan al 'Chipote' y los torturan, si no los matan”, dijo una joven madre que repartía café entre los manifestantes “autoconvocados”.

El “Chipote” es la sede de la Dirección de Auxilio Judicial de la Policía Nacional. Según los defensores de derechos humanos, ahí se encuentran las cárceles de torturas del Gobierno, lo que nunca se ha comprobado, pero de donde los reos a veces salen lesionados.

Las mujeres no están dispuestas a ir a buscar al “Chipote” a sus familiares varones. La última vez que lo hicieron, la víctima apareció muerta. Prefieren defenderlos antes de que desaparezcan.

Estas son las mismas mujeres que lloraron a dos jóvenes vecinos, asesinados por supuestos francotiradores del Gobierno, en diferentes actos de represión.

Como medida de seguridad, un grupo de ellas vigila el lugar y otras salen en diferentes direcciones. Unas revisan rincones junto a las calles, otras echan un vistazo a los árboles, otro grupo se pone de acuerdo en cuál va a ser la estrategia para proteger a los más jóvenes.

Minutos más tarde, la de mayor edad, se acerca a un grupo e informa: “Ya tenemos ubicadas todas las salidas para que huyan los chavalos y se vayan los hombres, sabemos dónde están ellos (”parapolicías“), mejor hablemos bajito”.

La mujer, una abuela, insiste: “tenemos que cuidar a los chavalos, porque es a ellos a los que andan buscando, quieren matar a todos los jóvenes, a este también”, y señala a un adolescente que tiene apariencia de niño.

“Eso es que necesitan la sangre de los chavalos para que se rejuvenezca la Chayo”, dice una jovencita, antes de que estallen las carcajadas cómplices, pues se refiere a la vicepresidenta Rosario Murillo, a quien maldicen desde la “matanza estudiantil” del 19 de abril pasado, cuando varios jóvenes murieron en los ataques atribuidos a la Policía.

En este lugar nunca se había visto a tantas mujeres reunidas sin que los hombres dijeran una palabra, menos en ese silencio trágico, con escombros dispersos sobre la carretera y sonidos amplificados que acompañan los ambientes de guerra.

La escena ya se ha repetido en ciudades como Jinotega y León, durante los más de 60 días que lleva Nicaragua sumida en la crisis sociopolítica más sangrienta desde los años de 1980, con Ortega también como presidente.

“¡Vámonos donde esos cobardes, y que los hombres busquen que no los atrapen!”, interrumpe otra mujer con su cacerola y su cuchara. La orden está dada, no hay más que obedecer cuando la da una mujer de Nicaragua.

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