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Nobleza en duda: la asociación nobiliaria más numerosa de España que llegó a presidir un falso conde

Hoja de servicios de uno de los miembros de la Real Asociación de Hidalguía.

David López Canales

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Sobre esta publicación se han recibido solicitudes de rectificación de D. Luis Enrique López-Pozas y Lanuza, D. Manuel Ladrón de Guevara e Isasa y la Real Asociación de Hidalgos de España.

La sede de la Real Asociación de Hidalgos de España, en el madrileño barrio de Chamberí, huele aún a nueva. Son dos pisos, bajo y sótano, unidos por una escalera. En el inferior están las oficinas. El superior, el señorial, presidido en su entrada por un retrato en óleo de los reyes Felipe y Letizia, dispone de salón de conferencias, salas de reuniones, despachos e incluso una sala de juegos con cuatro mesas con tapetes verdes todavía por estrenar. Prácticamente toda la sede lo está. Allí se mudó la asociación en enero del año pasado, en febrero terminaron las obras y luego se quedó vacía por la pandemia. Todo parece recién desembalado. Las puertas huelen a madera nueva, las paredes a pintura casi fresca y la tarima y los sofás de terciopelo verde están impolutos. Manuel Pardo de Vera, su presidente, con traje gris claro, pelo cano y gafas de montura metálica, ejerce de perfecto y cortés anfitrión.

Como tema central de la visita, que se alargará durante casi tres horas, figura el caso de José Antonio Martínez de Villarreal, conde de Villarreal, que fue presidente de la asociación pese a que ostentaba un título falsificado. Pardo de Vera confiesa en un par de ocasiones que hubiese preferido que fuese el diario ABC, históricamente monárquico y conservador, el que estuviera allí hoy, pero que aun así cree que es bueno “abrir las puertas de la asociación” y contar quiénes son. Antes de hacerlo él, deja que lo adelante un vídeo promocional de diez minutos. En el mismo aparece esta nueva sede y sus estancias, con música de fondo de película épica, mientras una voz en off cuenta la historia de la asociación y termina destacando el “compromiso con la nación en los valores de la honradez, el honor y el patriotismo”. 

Esta asociación presume de ser la corporación nobiliaria con más miembros de España. El resto tienen 10 y hasta 20 veces menos; son dos docenas de diferentes agrupaciones que reúnen a los nobles españoles. Muchas de ellas comparten miembros. En ningún país europeo la nobleza está tan dividida en organizaciones ni existen tantas. En otros lugares, como Francia o Suecia, entre muchos otros, existe una sola corporación que los reúne a todos y que es la referencia del sector. En España lo más parecido a eso es la Diputación de la Grandeza, órgano consultivo del Ministerio de Justicia, junto al Consejo de Estado, para los temas nobiliarios. Pero en ella solo está representada lo que se conoce como nobleza titulada. La que posee alguno de los títulos reconocidos por el reino: barón, vizconde, conde, marqués, duque y grande de España, ordenados de menor a mayor según su categoría. En España existen cerca de 3.000 títulos que poseen algo más de 2.000 personas. Pero esta, la oficial, o la titulada, no es históricamente la única nobleza.

A finales del siglo XVIII se estima que había en España unos 400.000 nobles. Era una de las noblezas más numerosas del continente. El grueso lo constituía, sobre todo, lo que se llama nobleza no titulada. Nobles que no poseían un título como los mencionados. Ni siquiera patrimonio. Agricultores, campesinos o artesanos, muchos de ellos. Sobre todo, en el norte, donde en Asturias, Cantabria o el País Vasco un gran porcentaje de la población eran hidalgos, los más numerosos, el estrato inferior de la nobleza. Una condición hereditaria de padres a hijos que se transmitía solo por línea de varón. Una hija podía ser hidalga, pero sus hijos no lo serían salvo que se casara con otro hidalgo. Según la asociación, en España hubo tantos hidalgos que hoy calculan que más de un millón y medio de personas pueden serlo.

Cualquier lector que esté leyendo esto podría ser noble y no saberlo. Sobre todo si es del norte. Más aún si proviene de Vizcaya, donde se concedió la hidalguía universal a los vizcaínos originarios. Quien trate de averiguar si está entre los distinguidos, que no se haga ilusiones. De nada sirve. Desde la promulgación de la Constitución de 1837, que declaró a todos los españoles iguales en derechos y deberes, se abolieron en España los privilegios asociados a la nobleza, sobre todo exenciones fiscales y el acceso a cargos oficiales. Desde entonces esa nobleza no titulada se quedó, literalmente, en un limbo. Más aún en el siglo XX. Ni Franco le dio un trato especial ni tampoco se le otorgó con la democracia. El Estado solo administra y regula los títulos nobiliarios, pero no interviene. Solo comprueba que los cambios de poseedor son legales y que el título, previa presentación del decreto de concesión, lo es. La hidalguía, la nobleza no titulada, ni siquiera figura ahí. Solo existe en algunas corporaciones nobiliarias, en los árboles genealógicos o en el valor que cada uno dé a una distinción con siglos de historia pero ningún presente.

Según a quién se pregunte hoy por esta asociación de hidalgos responde de una manera. Para José Miguel de Mayoralgo, responsable jurídico de la Diputación de la Grandeza, es “honorable”. Como apunta, “no hay falsedad ninguna, salvo que se meta gato por liebre. Pero eso puede pasar también en otras corporaciones”. Para Rodrigo de Peñalosa, noble, abogado y experto genealogista, “todas las organizaciones abrieron la mano de una u otra manera a finales del siglo XX” pero entre ellas hay diferencias y entre las “menos rigurosas” coloca a la de hidalgos. “Está llena de mentiras”, afirma rotundo, “pero tiene una gran habilidad para cazar a gente que sí son nobles antiquísimos, nobilísimos, que les dan prestigio y buena imagen y que, no sé bien por qué, se prestan al juego. Tal vez, simplemente, por figurar”. Entre esas “mentiras” de las que habla no está solo el caso del falso conde que llegó a presidente, cuya falsificación fue, como se excusa el presidente Pardo de Vera, a pesar de que su asociación presume públicamente de su pericia nobiliaria y genealógica, “una sorpresa mayúscula para todos”. La clave para comprenderlas, como buena historia de nobles que es esta, se halla en su pasado.

La asociación se fundó en 1954. Su ideólogo y creador fue Vicente de Cadenas, un personaje, como el propio Pardo de Vera reconoce hoy, “con muchas luces, pero también con grandes sombras”. Militante radical de las JONS desde sus orígenes y experto en la propaganda nazi que fue a estudiar en Alemania, era antifranquista, incluso se marchó a vivir a Italia, pero regresó a España cada vez más convencido del régimen, o cada vez más acostumbrado a él y a sus posibilidades. Creó la asociación para reunir a esa nobleza no titulada, a pesar de que esta no existía ya legalmente ni la dictadura le daba valor o estatus.

En sus primeros años la idea no despegaba. Pero Cadenas estaba tan bien conectado dentro del movimiento que enseguida logró sumar a la misma a personalidades destacadas. Uno de los casos más notables es el de Luis Coronel de Palma, que llegó a ser gobernador del Banco de España y que era ya director de la Confederación Española de Cajas de Ahorro y director del Instituto de Crédito de las Cajas de Ahorro. Entró en la asociación en 1964. Como figura en el anuario de su ingreso, lo hizo “por reunir las condiciones tradicionales para ello”. Nada se mencionaba de que fuera marqués. Cuatro años más tarde, Coronel de Palma se convertía en marqués de Tejada, un título de supuesto origen italiano que había logrado que se reconociese en España. Lo curioso es que la familia de Coronel de Palma no era noble en su origen. Los Coronel eran burgueses y fabricantes de zapatos de Elda, como figura en su partida de nacimiento, de 1925. Los Palma, originarios de Madrid, tampoco eran marqueses. El ‘de’ entre ambos apellidos lo añadió él. Tras su muerte, de hecho, cuando su hijo quiso heredar el marquesado, el Ministerio de Justicia solicitó, procedimiento habitual, el certificado de concesión del título. No fue presentado. Coronel de Palma es un personaje muy revelador porque fue uno de los artífices del milagro económico de la asociación. El hombre que consiguió los 100 millones de pesetas con los que esta levantó su primer negocio: una residencia para ancianos. Su hijo, Luis Coronel de Palma, ha rechazado comentar el caso con este periódico y remite a la asociación.

La conexión italiana, donde vivió Cadenas y tenía numerosos contactos, resulta también relevante y reveladora. De Italia llegaron a España durante años numerosos títulos nobiliarios. Así fue, sobre todo, como explican desde la Diputación de la Grandeza, hasta hace 15 o 20 años. Títulos, la mayoría, falsos. El engaño se conoce hoy como el timo del laudo arbitral. La ley italiana permite que una disputa civil entre dos personas se resuelva constituyendo un tribunal arbitral, consensuado entre ambas, que emita un dictamen. En este caso, se utiliza para hacer un paripé. Una persona dice que es la heredera, por ejemplo, del título de conde de elDiario.es. La otra, con la que está compinchada, se opone. Entre ambas forman ese tribunal, que dará la razón a la primera. El dictamen es irrelevante, en realidad, pero como se inscribe en un juzgado italiano, el documento oficial de ese registro, donde figuran las conclusiones, servía como justificación oficial de que el título existía, que correspondía a esa persona y que podía, por tanto, lograr su reconocimiento también en España. La conexión italiana está presente también en el caso del conde de Villarreal, que contamos en este artículo. La sospecha de los expertos consultados es que fuera el propio Cadenas el cerebro detrás, entre otros, del caso del falso conde. Pardo de Vera, desde la asociación, ni siquiera intenta defenderlo. “No sé”, dice, “si tuvo algo que ver o no”. Solo insiste en que el conde, al menos, “no falsificó su hidalguía”. Todo esto forma parte de esa amplia zona de sombras de Cadenas. Pero no es lo único.

Gracias a aquellas conexiones, la asociación despegó por fin en los años sesenta. Tanto que hoy posee un patrimonio que, según sus cuentas, supera los 36 millones de euros. Desde esa época son dueños de dos residencias de ancianos privadas en Madrid y en Ciempozuelos y de un colegio mayor. Este año han inaugurado, además, una tercera residencia en Tres Cantos. Una de ellas fue intervenida, como contamos en este periódico, durante la pandemia.

La asociación tiene el reconocimiento de ser de utilidad pública. Gracias a este se consiguen, sobre todo, beneficios fiscales. En 2016, sin embargo, la Audiencia Nacional les retiró esa condición. Según sentenció, la asociación actuaba como una empresa mercantil con ingresos de más de 10 millones al año de los que solo una mínima parte se dedicaban realmente a fines sociales. El Tribunal Supremo, sin embargo, al que recurrió la asociación, les devolvió dos años más tarde su estatus previo. Hoy siguen manteniéndolo.

Dice Pardo de Vera que la clave de todo es el año 2007 y que hay un antes y un después de ese año. Vicente de Cadenas falleció en 2005, a los 90 años, y tras su muerte comenzó la nueva época para la asociación. Hasta entonces, como reconoce su presidente, el área social, la obra social que se supone que hacían con los ingresos millonarios de los negocios que poseen, las residencias y el colegio mayor, “no estaba desarrollada” y que fueron ellos, un nuevo equipo del que dice formar parte, aunque ya antes él era miembro de la junta directiva de la asociación, quienes lo hicieron.

—¿Y todos los ingresos de los 50 años previos?

—Bueno, se invertía mucho en archivos culturales y en publicaciones, porque tenemos una editorial muy importante en el sector. Pero la dirección económica no estaba bien planteada. Aunque eso no significa que los fondos se desviasen, eh, que aquí nadie tiene sueldo y todas las cuentas se auditan y presentan anualmente. Con esos fondos hemos reformado recientemente el colegio mayor y una residencia y construido otra.

Según Pardo de Vera la asociación dona hoy cerca de medio millón de euros a diferentes ONG y proyectos sociales con los que colabora. Según sus cuentas, publicadas en la gaceta que envían a sus miembros, el año pasado se repartieron 240.000 en donaciones. Durante años dijeron desde la asociación que sus residencias eran para nobles sin recursos. Salvo algunas plazas, como las que ensalza el presidente que ofrecen gratuitamente, todas cuestan una media de 2.000 euros mensuales. Ni siquiera los miembros de la asociación tienen hoy el descuento del 25 por ciento que disfrutaron durante años. También este se recortó porque se consideraba demasiado alto.

Nobles por mérito

Pero este no es el único antes y después de ese 2007. Ni el más interesante. Cadenas, dicen quienes lo conocieron, tenía un concepto muy peculiar de la nobleza, contrario al criterio estrictamente histórico del resto de organizaciones europeas. No era la nobleza histórica y legítima la que le importaba, sino una hidalguía que equiparaba con la clase media falangista. Una nobleza que pudiera demostrar su hidalguía de linaje pero también otra nobleza, como se denomina, por méritos o por dignidad personal. Eso significó que durante años se abrió la asociación a todo tipo de personas que pasaban, tras su ingreso, a ser considerados nobles. Comisarios, ingenieros, altos mandos del ejército, catedráticos, alcaldes. A Cadenas lo que le interesaba es que fueran los máximos miembros posibles. Y ni siquiera le importaba que no pagaran sus cuotas como asociados. Para tener ingresos ya disponían de los negocios de las residencias y del colegio mayor.

Hoy son oficialmente en la asociación cerca de 2.000 miembros. De ellos se diferencia entre dos categorías: asociados e inscritos. Los segundos no pagan y no pueden, por tanto, como explica su presidente, acceder a los servicios de la asociación. Los primeros sí lo hacen, salvo los menores de 25 años y los mayores de 75, exentos de cuota. En total pagan los 70 euros anuales unos 600.

El resultado de aquella política implantada por Cadenas, según se comprueba analizando los anuarios históricos de la asociación, es que más de un 30 por ciento de sus miembros no eran nobles legítimos, por título o hidalguía probada, sino esos otros nobles por dignidad, méritos o cualquier otro criterio que se aceptara. El propio Pardo de Vera confirma ese porcentaje, pero dice que eso “era antes” y que una vez dentro no se les puede expulsar porque podrían demandarlos. Y con antes se refiere a ese 2007 en el que, insiste, todo cambió en la asociación. Ahora, anuncia, ese porcentaje de pseudonobleza, como se la denomina, o de “mentiras”, como lo calificaba el experto Peñalosa, es “mucho menor”, pero no da el dato de cuánto. 

Hoy, según su presidente, la asociación ha cambiado, ha endurecido sus requisitos y solo acepta nobles titulados o hidalgos demostrados. Hoy, sin embargo, según revelan sus propias gacetas de nuevos inscritos, se puede seguir ingresando sin cumplirlos. Un ejemplo: María Luisa Fernández-Simal fue admitida como esposa de hidalgo. Otro: Luis Enrique López-Pozas, hijo, nieto y bisnieto de oficiales del ejército. Un tercero: José Vicente González, coronel del ejército. Tres casos de los últimos años de pseudonobleza. Todos, casos posteriores a ese antes y después de 2007.

“Somos muy escrupulosos con la legitimidad. Un equipo de ocho personas decide cada nuevo ingreso. Y cuando llegan indicios razonables y justificados de que hay algo incorrecto, por supuesto, lo estudiamos”, dice Pardo de Vera. De nuevo, la referencia al cambio de rumbo que repite que impusieron.

—Y en esa escrupulosidad que menciona, ¿cómo debe interpretarse su propio caso?

Pardo de Vera da un leve respingo en la butaca de terciopelo del salón de la asociación en el que habla con este periódico, pero no pierde el temple. La propia nobleza del presidente es debatible. Su tatarabuelo y su bisabuelo eran, dice, hidalgos. Pero su abuelo, Gerardo, nació fuera del matrimonio y hasta los 17 años, como consta en los documentos a los que ha accedido este periódico, no fue reconocido como hijo natural por su padre. Pero eso no lo convertía en hijo legítimo, nacido del matrimonio, que la nobleza establece para sus sucesiones. Si solo los hijos legítimos podían heredar la hidalguía, como consideran algunos expertos, el máximo representante de los hidalgos de España no lo sería.

Pardo de Vera se confiesa molesto porque la entrevista haya alcanzado a su familia, pero defiende su hidalguía con referencias de archivo a dos docenas de casos históricos resueltos por la Chancillería de Valladolid, el tribunal de la corona de Castilla durante la Edad Media, a favor de hijos naturales ilegítimos. “Quien diga que los hijos naturales no heredaban la hidalguía, miente”, afirma. Como dice, estos no son lo mismo “que los bastardos, nacidos de relaciones adúlteras, los sacrílegos, como un hijo de un cura, o los incestuosos, nacidos de una relación no permitida por la Iglesia, como podía ser la de dos primos”.

—¿Y su tesorero?

—No tengo ningún motivo para dudar de su hidalguía. Si alguien me la presenta.

En ese ensalzamiento de la nueva época que abrieron en la asociación en 2007 cuentan que hoy solicitan tres pruebas de nobleza para admitir a un nuevo miembro. Tres documentos que muestren la condición heredada de esa persona. Sin embargo, Manuel Ladrón de Guevara, directivo desde hace años de la asociación, hoy tesorero de la misma, solo tiene una, y también debatible. Cuando entró en la misma lo hizo alegando que era tataranieto y sobrino-bisnieto de militares reconocidos como nobles. Su tatarabuelo, José Manuel Ladrón de Guevara, nacido en 1793 y descendiente de plateros y sombrereros, fue ascendiendo en el cuerpo de artilleros. Empezó en lo más bajo, como guarda-almacenes, como se llamaba entonces a la intendencia, y fue escalando hasta convertirse en comisario de guerra de segunda clase. Ni siquiera era el peldaño más alto del escalafón. Al menos hay dos más por encima. Ladrón de Guevara adujo como condición de noble que en su hoja de servicios ponía noble.

Y es cierto. En su hoja de servicios, de 1844, consultada por este periódico, así está escrito. Aunque esa calificación en esos documentos militares, como apuntan algunos expertos e historiadores, no puede considerarse prueba irrefutable de nobleza: se les añadía a muchas personas de clase baja que ascendían en el escalafón porque les daba más categoría o la añadían ellos mismos. Sin embargo, en la de su tío-bisabuelo, Bernardo Ladrón de Guevara, ni siquiera figura, como su descendiente alegó para justificar su hidalguía. En su hoja militar, de 1855, también consultada por este periódico, no hay ni rastro de esa palabra. Además, si su padre lo hubiera sido, el tatarabuelo del que habla, él también lo sería, por descendencia.

En cualquier caso, es solo una prueba de nobleza, y cuestionable, frente a las tres que dicen pedir a los nuevos miembros. Ladrón de Guevara es, además, miembro de otras corporaciones nobiliarias, entre ellas el Real Cuerpo de la Nobleza de Madrid, donde acaba de ser nombrado vicefiscal. Es decir, es una de las personas responsables de garantizar que los nobles lo sean y de controlar la legitimidad de los recién llegados.

-¿Esa única prueba no es motivo para dudar de su hidalguía?

-Yo eso no lo he visto. Si fue aceptado en su momento es porque estaba todo bien.

Maraña de organizaciones españolas de nobles

Aquel año 2007 que tanto menciona Pardo de Vera, ese antes y después, realmente lo fue. Pocos meses más tarde la Asociación de Hidalgos fue expulsada de CILANE (las siglas, en francés, de la comisión europea de enlace de la nobleza). CILANE es una asociación que no tiene entidad jurídica, pero funciona desde hace décadas como punto de encuentro o de contacto entre los diferentes organizaciones nobiliarias europeas. Cada país tiene una corporación que la representa. En general no hay problema con los países, que tienen a sus nobles muy bien organizados y ordenados. Salvo en España, por esa maraña de organizaciones. La Asociación de Hidalgos entró en CILANE a comienzos de los ochenta. España no tenía representante. Había dos opciones, por volumen de miembros y capacidad de representación: que lo hicieran la Diputación de la Grandeza o los hidalgos. Pero como la Diputación es solo para nobles con título, se optó por los hidalgos. En 2008 fueron expulsados. No cumplían las normas. El alto número de pseudonobles propició la decisión. Las sospechas sobre algunos de sus directivos la confirmó. Desde la Asociación de Hidalgos dicen hoy que no necesitan a CILANE para nada, que ellos eran los que le hacían un favor formando parte y que no estaban allí por el prestigio y el refrendo internacional que daba a la asociación. “Todo lo que hacen, además, es un bailecito al año y un congreso cada dos. Es decir, nada”, dice Pardo de Vera. 

Hasta 1985 todavía figuraba en el DNI la condición de nobles para aquellos que tenían un título. Hoy ni siquiera es delito el uso indebido de un título nobiliario, salvo que se utilice para cometer un delito. También desapareció del Código Penal. En algunas cosas, España ha cambiado mucho. En otras, no lo ha hecho demasiado en cuatro siglos. De 1647 es la obra El diablo cojuelo. En ella Luis Vélez de Guevara escribe: “Esta [calle] es más temporal y del siglo que ninguna –le respondió el Cojuelo–, y la más necesaria, porque es la ropería de los abuelos, donde cualquiera, para todos los actos positivos que se le ofrece y se quiere vestir de un agüelo, porque el suyo no le viene bien, o está traído, se viene aquí, y por su dinero escoge el que le está más a propósito. […] Otro, a esa otra parte, llega a volver un abuelo suyo de dentro afuera y de atrás adelante, y a remendarlo con la abuela de otro”.

Aunque, quizá, ni siquiera esto sea patrimonio español. En el siglo XVIII el escritor irlandés Jonathan Swift escribió: “Los nobles son como las patatas: todo lo bueno lo tienen bajo tierra”. Pero que nadie se ofenda. Quien escribe esto, y quien lo lee, ya saben, puede ser también noble.

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