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Una orla de 18 alumnos de 5 a 12 años

Una orla de 18 alumnos de 5 a 12 años

EFE

Vila de Cruces (Pontevedra) —

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Dieciocho alumnos de entre 5 y 12 años comparten profesorado en un modesto colegio que el curso próximo abandonarán seis al pasar a la ESO. Mientras tanto, su escuela parece de las de antes, salvo por su directora “motera” a la que tutean porque, no en vano, se sienten como una familia numerosa.

Antón es el más pequeño del grupo del colegio de infantil y primaria de Merza (Pontevedra), Álex y Senén tienen un año más que él, 6; Susana, 7; David, Anxo y Olalla, son los de 8; Carla, 9; Candela, Aldara y Miguel, 10; María Jesús, Uxía, Teresa y María 11 y los mayores son Cristina, Pablo y Alberto, con los 12 ya cumplidos.

A las “profes”, todas en la treintena y de diferentes lugares -Arzúa (A Coruña), Bandeira, Monterroso (Lugo) aunque residente en Agolada (Pontevedra)-, las quieren a todas por igual y lo mismo ocurre con su “patrona”, la de la espectacular Yamaha 900, un capricho de “alta cilindrada” que le sirve a Cristina Iglesias para viajar cada día a su trabajo desde la capital gallega, donde vive.

Una ruta en la que respira “aire puro” cuando se adentra en Merza que es la parroquia de Vila de Cruces en la que se ubica este oasis estudiantil.

El ayuntamiento, de montañas suaves y que al sufrir los efectos de la despoblación apenas sobrepasa los 5.000 habitantes, está situado en el centro-oeste de Galicia, al norte de la provincia de Pontevedra y a 45 kilómetros exactos de Santiago.

De naturaleza amable y con un verbo claro y sencillo, Cristina, de 43 años, siente que esta “mini sociedad”, -y esta misma observación la comparten sus compañeras-, es un “lujo”, porque las clases son “súper personalizadas”, es decir, “te puedes parar con cada uno, con sus problemas”; y se preparan actividades para cada nivel y otras colectivas procurando siempre que todos aprendan.

Las cuestiones como el acoso no tienen cabida y los conflictos se resuelven con una palmada, un apretón de manos, una charla guasona.

En esta orla de 18, con todos sentados en una mesa circular, Uxía, de repente, se descuelga con unas declaraciones merecedoras de quedar grabadas en el frontispicio del pensamiento adulto.

“Juntos estamos muy bien, cada uno tiene algo que aportar al otro, cada uno toma algo de lo bueno que tiene el otro y lo añade a su personalidad. Hacemos actividades todos juntos, nos divertimos todos juntos, hacemos clases colectivas, aprendemos a vivir entre diferentes edades. La verdad está muy bien. Ahora estamos intentando plasmar sobre papel algo que cada uno haya aprendido a hacer aquí”.

Vero trabaja con Nuria, la de Inglés; y las dos Cristinas, ambas especializadas en Música, y una de ellas, la Cristina Iglesias, que hace las veces de administradora, bedel y, en suma, de lo que toque.

Entre las cuatro mujeres se organizan, con las oportunas tutorías y por unidades. Matemáticas, Ciencias, Sociales... en suma, la totalidad de materias, todo tiene su hueco, y en el aula de gimnasia, como el deporte apasiona a todos ellos, un lema clarificador del espíritu que guía este centro: “Mueve el esqueleto y moverás el intelecto. Una vida saludable llena de amistades”.

En preparación física se ponen nota ellos mismos una vez acabada la jornada, los menores con dibujos sonrientes o casi... Ninguno se suspende, pero sí ocurre que cuando no están muy satisfechos dejan constancia, con decimales, por ejemplo un 5,1 o un 6,2 si entienden que no ha sido para tanto su desempeño, pero sí más que suficiente.

Cris Iglesias los observa y se emociona, máxime al pensar que algún día este sueño pueda evaporarse. Digna, una simpática abuela que recoge a los suyos, no quiere pensar en cierre alguno, dado que las puertas se abrieron en 1981 y su “heredero” ya estudió allí.

“Había festival de fin de curso, de navidad, eran más de cien, todos cooperábamos, el patio es enorme... Mi hijo, como estudiante cero, espero que los nietos salgan un poco mejor”, bromea.

Una excursión a la ciudad de A Coruña es la gran hazaña de esta semana. Pero solo por un día, porque en el pueblo, dicen los 18, es donde mejor están. Y que no haya comedor escolar, lo mismo da, pues en la casa de uno, y de nuevo hay consenso, es donde mejor se come.

Ana Martínez

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