'Memorando', el nombre de mi/su (de ustedes vosotros) sección, lo define el DRAE como lo “que debe recordarse”, por lo que procura conectar hechos actuales con similares del pasado reciente, sus antecedentes o su historia. Pero en esta resaca poselectoral, no estamos, ni debemos estar, para recordar cuando el populacho indultó a Barrabás. Que el PP recupere el gobierno de, por ejemplo, Valdemoro, Madrid, donde se fraguó la macroestafa de la Púnica, o le 'devuelva' el poder a Xavier Trías en Barcelona, a la corrupta Convergència, sólo es explicable cuando los votantes están tan infectados de corrupción moral como los votados.
Los periodistas no somos, no son, ajenos a este estado de cosas. Desde que a Aznar se le pasó por la cabeza un macrogrupo mediático con el que aplastar al Grupo Prisa, como ya hemos contado, otro de sus sonados fracasos, la derecha ha conspirado hasta hacerse con un frente mediático que deja en tebeo la Prensa del Movimiento franquista. ¿La fórmula?: la clásica, un poco amañada: “Si no puedes con ellos, cómpralos”.
No olvidemos que tras perder el poder en las elecciones generales del 13-M-2004, el PP responsabilizó de su desgracia a la “trama mediática”, aunque entonces como hoy, dos décadas después, había que buscar con lupa medios y periodistas que no repicaran ad nauseam los ‘argumentarios’ –insultos incluidos– pergeñados en la sede del PP, actualmente radicalizada por la irrupción de la ultraderecha y su propia escuadra mediática, especializada en los nuevos medios tecnológicos, la fabricación de noticias falsas, las injurias y descalificaciones.
Desde aquella desgracia periodística, social y moral llamada “sindicato del crimen”, perpetrada en 1994 contra Felipe González todo, con Zapatero y ahora Sánchez, es una sindicación insultante, de la mañana a la noche por tierra, mar, aire y estratosfera –prensa, radio, televisión y universo digital–, alimentada por fondos públicos, por nuestro dinero. Me hacen especial gracia los lamentos de Carlos Alsina (Más de uno, Onda Cero) por la reiterada negativa del presidente Sánchez a ser entrevistado en su programa de la emisora de Planeta, donde no hay día en el que no se le sirva de desayuno un abundante banquete de agravios, afrentas, injurias, vejaciones, escarnios, desprecios, infamias, deshumanización y humillaciones y el resto de sinónimos de la palabra insulto.
Y es que estamos ante “una oferta informativa cada día menos plural, cada vez más monocorde y asfixiante”, como afirma en su declaración de principios elDiario.es. A mediados de los 70, se estimaba que había en España más de 8.000 medios. Hoy no llegan a 550 el número de empresas de comunicación, al menos hasta la eclosión de los medios digitales, donde los puramente informativos siguen siendo minoría. Y una minoría menor la que hace periodismo, no panfletismo.
Viene todo esto a cuento de la aparición del espectacular volumen Ozono, un sueño alternativo (1975-1979), que, dirigido por Alfonso González-Calero y Víctor Claudín, acaba de editar la esforzada Almud-Ediciones de Castilla-La Mancha, y que recoge “el dulce, breve tiempo de la gloria” de la trasposición que fue a España de la prensa contracultural.
De origen norteamericano, el 'sesentayochismo' fue el caldo de cultivo de la prensa underground; años de revoluciones culturales, de subculturas y contraculturas, de apocalípticos e integrados “intentos por visibilizar una disidencia en la forma y en el contenido acerca de cómo se expresa y por supuesto, se impone la sociedad moderna” (Servando Rocha) que dan lugar tanto a prácticas literarias, artísticas y políticas como a actividades editoriales alternativas. El underground, como la red ferroviaria clandestina que en el siglo XIX ayudaba a escapar a los esclavos negros del sur de los Estados Unidos, fue la vía de escape y visibilidad de la cultura joven, marginal al sistema. En esta tradición se insertaría Ozono.
En España, 'reinaba' la dictadura de Franco y era delito, prima facie, publicar unos apuntes de matemáticas, un panfleto político o un comic sin el correspondiente “depósito legal” que certificaba su paso por las fauces censoras del ministerio de Información y Turismo. Pero como las meigas, haberlas húbolas. Unas clandestinas –sin depósito legal: dedicadas a las nuevas culturas: Bang!, Svintus, Ad Infinitum, de tebeos y ciencia-ficción, o políticas y/o panfletarias: Arkkkitex, Documentos de contrainformación...– y otras, con las bendiciones ministeriales apropiadas: Ozono. Revista de música y otras muchas cosas, aparecida en Madrid en mayo de 1975, dirigida por Álvaro Feito, que comenzaba su carrera de notable periodista y crítico musical, y se hacía acompañar de nombres que serían sobresalientes, entre otros campos, en el periodismo musical –Juan de Pablos Gonzalo, Diego Manrique, García Pelayo, Adrián Vogel...– y que, como él, eran el núcleo duro que había transformado Apuntes Universitarios, la revista del colegio mayor Chaminade, de Madrid, en AU, que prefiguraba lo que sería lo más representativo de la prensa contracultural española, el mensual Ozono.
Duró cinco años y adquirió trascendencia político-cultural a unos meses, en las inmediaciones del Gran Óbito, cuando Manu Leguineche encabezó la empresa como consejero-editor y comenzó a dirigirla Alfonso González-Calero, incansable agitador cultural castellano-manchego, periodista, poeta y funcionario cuyas políticas culturales le han valido ser reconocido como uno de los forjadores de la Castilla-La Mancha moderna. Bajo su férula intelectual pasamos por sus 50 números todos los que tenían algo que decir (Rafael Chirbes, Manu Leguineche, Juan Goytisolo, José Miguel Ullán, Eduardo Haro Ibars , Félix Maraña, Manuel Rico, José Luis Martín Palacín, Juan Ángel Juristo, Víctor y Rafael Claudín...), algo que pintar (Alberto Corazón, Montxo Algora...) e incluso algunos que pasábamos por allí.
Es un volumen precioso (de gran formato, 29 x 20 cm, y 320 páginas a color), que reproduce en facsímil todas las portadas y los artículos más significativos de los más de cuarenta colaboradores: un documento imprescindible de las bases políticas, sociológicas y culturales de, ya digo, el dulce, breve tiempo de la gloria“ de aquel Camelot de la transición de la dictadura a la democracia.
Otras recomendaciones
Y ya metidos en culturillas, y en sus contras, déjenme recomendarles dos obras recientes de dos genios (ambos amigos, vaya por delante).
La primera es del cantautor pionero de la Nova Cançó catalana Xavier Ribalta, una joya (primorosamente editada por Rama Lama Music y prologada por Jon Juaristi) que ha titulado Cantos Intemporales, Cants Intemporals/ Demborarik Gabeko Kantak/ Músicas Atemporais/ Cantares D’acuantayá, en seis de las lenguas ibéricas, porque, dice George Steiner, “La lengua, la nuestra, la de cada uno, es un patrimonio también de toda la humanidad”. Se trata de un libro-disco(CD) que recoge canciones de la memoria colectiva: “un homenaje al colectivo de trovadores y juglares de los diferentes movimientos de la canción que surgieron a partir de los años 60 por todas las regiones y pueblos de Sefarad”, dice Ribalta. Y ahí están desde Al vent, de Raimon; Al alba, de Aute al popular lorquiano Anda jaleo, entre 16 títulos interpretados por la singular, bella y personalísima voz del músico de Tàrrega, Lérida.
Y la segunda es del periodista y escritor Federico Puigdevall El señor de las piedras. El último viaje del inmortal desterrado (autoeditada en Amazon), “hermosa y exigente novela”, dice su prologuista, Jesús Ferrero, que narra el viaje místico en busca del absoluto de dos amigos, los poetas chinos reales Du Fu y Li Bai, de la dinastía Tang del siglo VIII. Literatura en estado puro, con paralelismos con las características del western, como éste las tiene de los libros de caballería medievales: el nomadismo, la amistad, la búsqueda, la mujer fuerte, la aventura, la transgresión que obedece al honor...
Por ese desordenado e ineficaz método de lectura que sigo, acababa de terminar Historias De Mujeres Casadas, de Cristina Campos, finalista del Planeta 2022 y me preguntaba cómo un jurado compuesto por José Manuel Blecua, Fernando Delgado, Juan Eslava Galán, Pere Gimferrer, Carmen Posadas, Rosa Regàs y Belén López se atrevía a premiar una novela en la que la autora pone en boca de una de sus personajes, una madrileña, semejante receta del cocido: “garbanzos, un cuarto de gallina, repollo, patatas medianeras [sic], un diente de ajo y aceite de oliva”. Hay que tener cuajo.
Por eso hablo de literatura pura en la novela de Puigdevall: comparo a una autora que llama “miel” al flujo vaginal y “botón del placer” al clítoris con las descripciones del acto de amor del escritor mallorquín: “unieron sus cuerpos y, enlazados, se sintieron como nubes vagando por el cielo. Y como esas nubes repletas de potencia que, estremecidas por el viento, descargan una y otra vez sobre la tierra la fecunda humedad de su interior, así se vaciaron ellos el uno en el otro”. O: “Aquella noche (...) hicimos un voto, un pacto de corazón a corazón. Lo dijimos a escondidas, junto a cortinas de hibisco, en aquel instante en el que nos hubiera gustado volar muy alto, como dos pájaros con las alas de uno solo, o crecer juntos, como dos ramas de un mismo árbol. Pero ningún río vuelve a su manantial, ninguna rosa al rosal que la dejó caer...”.
Un día les contaré dos o tres cosas que sé de ella, la patraña del Planeta y sus jurados, y nos preguntaremos por qué una autora es premiada y un escritor ha de autoeditarse: qué clase de sociedad es ésta.
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