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Pablo Iglesias o Pablo Manuel Iglesias

Pablo Iglesias, en el Congreso de los Diputados.

Iker Armentia

En el PP hay quien se dirigía al diputado general de Álava del PNV por sus dos apellidos, González Vicente, como intentando afearle que fuera nacionalista pero hubiera nacido en Burgos, cuando precisamente la virtud transversal del PNV es tener en Álava a un diputado general sin 8 apellidos vascos. Esto de formatear los nombres para escupirlos como un reproche es muy peliculero. “John Archibald Spencer, vete a tu cuarto y no salgas hasta que no expliques por qué has embadurnado a Beethoven de mantequilla de cacahuete”, gritan a sus hijos las madres enfadadas de los telefilms de Antena 3.

A Pablo Iglesias le pasa algo parecido.

Por alguna extraña razón, los adversarios que más inquina le tienen lo han bautizado como Pablo Manuel Iglesias, o Pablo Manuel a secas que todavía suena más ofensivo en los titulares de las columnas. Al parecer, Manuel leído al revés es “soy la reencarnación de Belcebú y traigo conmigo las plagas que asolarán España y os expropiarán vuestros apartamentos en Benidorm”. Pablo MA-NU-EL Iglesias. Te fastidias que te he llamado con tu nombre completo.

Uno de los mayores exponentes del pablomanuelismo es César Luena, el secretario de organización del PSOE. “Si Pablo Manuel Iglesias ha venido a hacer el trabajo sucio de la derecha, aparición estelar”, declaró poco después de la investidura fallida de Pedro Sánchez, intentando distanciar al Iglesias, Manuel (de Podemos) del Iglesias, Pablo (fundador del PSOE). A Iglesias le habían puesto el nombre de Pablo por el fundador del partido socialista y él no lo olvidaba: “No me llamo Pablo Iglesias por casualidad. Bienvenidos a casa”, les dijo a los votantes socialistas unos días antes del 20D. César Luena dejó de pronunciar Pablo Manuel e Iglesias siguió adelante con su opa al espacio electoral del PSOE.

Desde el 20D hay varios relatos en pugna y uno de ellos es la figura pública de Pablo Iglesias. Hay retratos más matizados y poliédricos pero en términos electorales hay dos Pablos Iglesias en juego: el que dicen que es él y sus seguidores, y el que dicen que es, de Luena a Rafael Hernando pasando por Rivera y todos los opinadores que caben en la Gran Coalición.

La batalla del relato se produce, por tanto, entre el Pablo Iglesias de la sonrisa de un país y el Pablo Iglesias del cabreo de la cal viva. El Pablo Iglesias de la gente, el no-político cercano que lucha contra la casta, el que no lleva corbata (o la lleva a su manera), el que se indigna como todo el mundo, frente al Pablo Iglesias altivo que esconde una agenda bolivariana tras la sonrisa, el que se disfraza de “Heidi con coleta”, el que “votó en contra de un presidente socialista”.

Iglesias ha vivido varios episodios que han reproducido esta pelea simbólica. El más conocido es el mencionado de la cal viva. “Felipe González tiene el pasado manchado de cal viva”, recordó Iglesias a Sánchez en el Congreso y se desató una tormenta. Los tertulianos, como pitonisas con los posos del café, buscaban en la mirada de Errejón a Iglesias señales de la catarsis en Podemos. El propio Iglesias reconoció que fue un error repetir la acusación. La crisis interna en Podemos llegaría unos días después y con ella el discurso de pablers radicales vs moderados errejoners.

Hubo más polémicas que sirvieron para alimentar el debate Pablo/Pablo Manuel. El 22 de enero Pablo Iglesias salió de su reunión con el rey y ofreció a Pedro Sánchez, sin aviso previo, un pacto de gobierno. Él sería el vicepresidente de Pedro Sánchez. A Pablo Iglesias le acusaron de querer liquidar al PSOE; él defendía que el PSOE es imprescindible para cambiar el país.

En abril Iglesias señaló en público a un periodista de El Mundo y volvió a montarse el quilombo: el Pablo Iglesias víctima de los grandes medios frente al Pablo Iglesias que no soporta la libertad de expresión.

El último round llegaría con el acuerdo de Podemos con Izquierda Unida. Iglesias se presentó en las semanas posteriores como el impulsor de la nueva socialdemocracia frente a las acusaciones de comunista y extremista que le arrojaban sus adversarios. Sin entrar en el debate teórico sobre la evolución de la izquierda y el vaciado semántico de sus etiquetas (o la aparición de nuevos significados por la progresiva retirada de la izquierda frente al neoliberalismo), el caso es que volvía a plantearse de nuevo esa lucha entre el Pablo Iglesias que no quería asustar y el Pablo Iglesias que presentaban como el hombre del saco.

Y la contienda simbólica continúa: Pablo Iglesias o Pablo Manuel Iglesias.

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