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CRÓNICA

Los periodistas no conocen el futuro, pero no se lo digas a nadie

Biden en un discurso en Washington para celebrar los resultados electorales.

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Es una de las fotos legendarias de la historia de las elecciones de Estados Unidos. El presidente Harry Truman enarbola con una gran sonrisa la portada del Chicago Tribune con el titular “Dewey derrota a Truman”. En su primera edición del 3 de noviembre de 1948, el periódico anunció la victoria del candidato republicano en las elecciones presidenciales fiándose del criterio de su corresponsal en Washington, que había acertado con cuatro de las cinco últimas elecciones, y de las encuestas que la daban por segura.

Con 150.000 ejemplares ya impresos, llegó la noticia de que el escrutinio revelaba un duelo muy ajustado y tuvieron que cambiar el titular. Un par de días después, cuando Truman volvía victorioso en tren a Washington, alguien le entregó un ejemplar del Tribune y su titular equivocado con el que posó para la foto.

Algo parecido ocurrió hace unos días con las elecciones legislativas del martes. The New York Times eligió para su primera edición un titular genérico, pero que adelantaba la victoria de los republicanos: “El GOP (Partido Republicano) recoge las primeras victorias en unas elecciones clave”. No fue un error tan dramático como el del Chicago Tribune, pero se basaba en lo mismo. Los periodistas tenían claro que el partido de Joe Biden iba a sufrir una clara derrota y sólo había que esperar para conocer la diferencia.

Un titular que se va a corregir en posteriores ediciones del periódico y en la página web no es el mayor error que se puede cometer en la cobertura periodística de unas elecciones. Tienen más influencia las noticias y titulares escogidos a lo largo de la campaña. El 19 de octubre, The New York Times tituló: “Ha llegado el Octubre Rojo temido por los demócratas” (el rojo es el color de los republicanos). “Todos los indicadores de mi tablero político parpadean con el color rojo”, escribía el autor del artículo, que se basaba en los resultados de una encuesta encargada por el diario y en el hecho de que la inflación siempre perjudica al partido en el poder.

Una semana después, el periódico incidía en la misma idea (“la realidad se está imponiendo”) al comprobar que los republicanos estaban invirtiendo grandes cantidades de dinero en anuncios en estados que suelen ser propicios para los demócratas.

No era el único medio que había asumido esa interpretación de los hechos que aún no habían ocurrido. El principal corresponsal político de CNN lo tenía tan claro a dos semanas de las votaciones que ya tenía un ganador, uno que no se presentaba a los comicios: “Por qué las elecciones de mitad de mandato van a ser estupendas para Donald Trump”.

Ese titular tampoco envejeció muy bien. El consenso generalizado en los medios dice ahora que Trump es el gran perdedor, porque los republicanos no han obtenido la gran victoria que esperaban, de la que él podía apropiarse. Además, el que puede ser su gran rival en las primarias republicanas –el gobernador de Florida, Ron DeSantis– sí consiguió un triunfo inapelable.

Acostumbrados a buscar razones que justifiquen las previsiones propias y los sondeos, los medios contaron que la alta inflación y la baja popularidad de Biden, con un nivel del apoyo del 42%, terminarían por provocar una clara derrota de los demócratas. Como estos habían decidido que el derecho al aborto sería una de las prioridades de su campaña, muchos periodistas decidieron de antemano que esa estrategia había sido un error, lo que resultó no ser cierto.

Con la victoria de la senadora Catherine Cortez Masto en Nevada conocida en la madrugada del domingo, los demócratas conservarán el control de la cámara. Aún falta por asignar un escaño en Georgia, donde se repetirán las elecciones en diciembre, ya que ningún candidato superó el 50% de los votos.

En la Cámara de Representantes, el escrutinio tiene pendientes 21 escaños. El modelo predictivo de NBC News calcula que los republicanos podrían llegar a 219 escaños, sólo uno por encima de la mayoría absoluta.

Las elecciones siempre suponen un reto singular para los periodistas. Todo el mundo quiere saber quién va a ganar en las urnas y es muy fuerte la tentación de creerse tan inteligente como para conocer el desenlace antes que los demás. El instrumento más habitual son las encuestas a las que se suma la impresión personal sobre los acontecimientos políticos producidos en los años anteriores. Un Gobierno o partido están fuertes o débiles en función de una valoración que siempre es subjetiva, por más que pueda estar razonada a partir de unos hechos determinados.

El negocio de las predicciones suele ser muy arriesgado. Cuando se acierta, no se suele apelar a la fortuna, sino a la inteligencia propia.

La apuesta de los medios audiovisuales es más evidente. En las tertulias de televisión, son constantes las preguntas de los presentadores para conocer qué ocurrirá en el futuro, sobre todo si hay urnas de por medio. ¿Quién ganará las elecciones? ¿Con qué diferencia? Periodistas y politólogos ponen cara de haber reflexionado sobre el asunto y ofrecen su veredicto.

Las encuestas marcan el camino. A partir de ellas, se estructura un relato que explica por qué un partido va por delante en esa predicción o por detrás. Un poco como ocurre con la Bolsa. Si sube o baja de forma significativa, tiene que deberse a algo que ha ocurrido en las horas o días anteriores. Todo tiene una lógica que se presenta como evidente, aunque nadie esté en condiciones de asegurarlo por completo.

En EEUU, la media de las encuestas ha estado este año más cerca del resultado final que en las elecciones presidenciales de 2016 y 2020. Aun así, muchas se han quedado muy lejos del veredicto de las urnas en varios estados, lo que tiene mucha importancia en una contienda tan igualada.

En teoría, los periodistas pueden blindar algo sus previsiones recurriendo a la opinión de expertos. También es cierto que hay que saber elegirlos bien y luego no dar por hecho que todos los expertos piensan igual que aquellos con los que se ha hablado. No hay que ser un desconfiado para sospechar que a veces se busca a personas que van a confirmar las premisas del periodista en una versión indirecta del sesgo de confirmación.

Y luego está el hecho de que los expertos también son seres humanos que se equivocan. Pocos ejemplos más obvios que un titular de octubre de 2018 que ofrecía una conclusión tajante: “Los expertos creen que Vox no debe preocupar al PP porque en la extrema derecha 'no hay votos'”.

Seis meses después, Vox obtuvo 2,6 millones de votos y 24 escaños en las elecciones de abril de 2019. Y en las de noviembre, 3,6 millones de votos y 52 escaños.

Aunque no lo parezca por lo seguros que están siempre los periodistas, lo malo del futuro es que aún no se ha producido.

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