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La crisis de Podemos en Madrid congela la evolución estatal en torno a Unidos Podemos

Acto de En Comú Podem con Mónica Oltra, Ernest Urtasun, Ada Colau, Pablo Iglesias, Alberto Garzón, Xavi Domènech, Íñigo Errejón y Lucía Martín en Barcelona, el 11 de junio de 2016.

Andrés Gil

“Me satisface que todos los sectores políticos que comparten una base programática de justicia social estemos en los mismo. Cuando haga cuentas con mi propio pasado será una de las cosas que me harán estar enormemente satisfecho”. Así se expresaba el secretario general de Podemos, Pablo Iglesias, en una entrevista con eldiario.es tras las elecciones del 26J. Unidos Podemos se había estrenado en las urnas con 71 escaños y cinco millones de votos.

Dos meses después de aquella entrevista, la articulación de ese espacio en el que se encuentran las confluencias catalana –En Comú Podem–, gallega –En Marea–, valenciana, Equo y la Izquierda Unida de Alberto Garzón en torno a Podemos se encuentra estancado.

El debate interno en Podemos se ha acelerado en las últimas semanas a cuenta del relevo de la dirección autonómica de Madrid. El lanzamiento de la candidatura de Rita Maestre, Tania Sánchez y José Manuel López, entre otros, junto con dimisionarios de marzo –crisis que desembocó en el cese de Sergio Pascual y que supone una línea roja para la secretaría general– y dirigentes referenciados en Íñigo Errejón ha venido seguida de un proyecto alternativo más afín a Pablo Iglesias, en el que participan Ramón Espinar, Fran Casamayor y María Espinosa, entre otros; además del articulado en torno a Anticapitalistas, autónomos e independientes.

Todo apunta a que la asamblea presencial de finales de octubre y las primarias de primeros de noviembre sean un escenario en el que se terminen midiendo en las urnas los diferentes proyectos de partido, cuyos máximos exponentes son el número uno y el número dos de Podemos.

¿Cuál es el debate que subyace a pactos, realineamientos, movimientos y aspiraciones personales? Un proceso donde se den los primeros pasos para el Podemos de la nueva etapa. Es más que errejonistas y pablistas, se trata de imaginarios distintos sobre cómo debe ser Podemos y cómo debe actuar en el futuro para “asaltar los cielos”.

Podemos es un partido en construcción en el que se conjugan ritmos y concepciones; y en el que, cada vez más, los ritmos de las instituciones –ayuntamientos, comunidades, Congreso, Senado, Europa–, en las que tienen cientos de cargos públicos –y de liberados–, generan interferencias en los debates internos.

Así, en Podemos se pueden dibujar tres tipos de ejes que pueden marcar diferentes posiciones políticas en cuestiones tácticas y estratégicas: izquierda dentro del régimen o ruptura; transversalidad discursiva o posiciones de izquierdas; y confluencia o partido único. Y esos tres ejes, junto al factor humano, se mueven en un espacio de varias dimensiones y hacen que las personas y familias no puedan asociarse a un simple sistema-espacio 2D, como si fuera un futbolín, de Iglesias Vs Errejón.

Incluso en Madrid, donde más claro puede pensarse en ese futbolín de Iglesias contra Errejón, hay algunas personas tradicionalmente próximas a la secretaría general que están viendo bien el movimiento de Sánchez y Maestre –Eduardo Fernández Rubiño y Miguel Vila, entre otros–, de cuyo desenlace se enteró la víspera el secretario general.

“Si Podemos se divide, si da sensación de pérdida de liderazgo y política, la situación de nuestro marco de alianzas es muy complicada [...]. Cuando pienso en lo que queda: necesitamos un nuevo régimen político, unir bien cuestión nacional con cuestión social y un nuevo proyecto de país, y todo eso tiene que ser la fuerza que tengamos, necesitamos una nueva clase política para renovar el país. Hace meses que ya no se habla de esto en Podemos, y los tenemos a todos aquí”, expresaba el diputado de Unidos Podemos por Córdoba, Manolo Monereo, en una entrevista con eldiario.es.

Tras las elecciones se reunió la ejecutiva de Podemos con el resto de sus aliados, y se anunció que los encuentros serían periódicos, pero no han vuelto a producirse. Los contactos en el grupo parlamentario son habitualmente bilaterales, entre Podemos y el resto, no en torno a un nuevo espacio “que ha venido para quedarse”, como se decía tras el 26J. Y las relaciones no siempre son fluidas, como se acaba de evidenciar con el conflicto por la portavocía de una comisión parlamentaria para Alberto Garzón o el reparto de los tiempos en los debates parlamentarios; con la candidatura al límite de plazo para las elecciones gallegas –arreglado con un tuit de Iglesias en el último minuto, como hizo también en el caso de Garzón– o el arranque del nuevo sujeto político catalán liderado por En Comú.

“Hemos conseguido cinco millones de votos, 71 diputados, un bloque histórico con la izquierda histórica que mantuvo la decencia programática, y con la plurinacionalidad. No es poco para dos años de existencia habernos colocado donde nos hemos colocado”, decía Pablo Iglesias ante su Consejo Ciudadano el 9 de julio. Pero, a día de hoy y al menos hasta el 9 de noviembre, Podemos se va a ver sumido en su conflicto interno.

Al menos, porque tanto su futuro propio como el del espacio que ha generado a su derredor van a depender de cómo salga la organización de su proceso en Madrid; de la investidura o de las terceras elecciones; y del posterior Vistalegre 2.

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