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La prensa en España: el cuarto querer y no poder

Vista de un quiosco con periódicos y revistas a la venta.

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La lectura de la entrevista a Pere Ortín en estas páginas de elDiario.es (Pere Ortín: “Hay que dejar de ser pretenciosos. Hacer reflexionar al periodismo, a los periodistas”, Gumersindo Lafuente, 16/07/2023) y la posterior lectura de su libro 'Periodismo Dadá', me hace reflexionar sobre la Prensa y los periodistas en España y, aun coincidiendo con el diagnóstico de Ortín –el oficio ha de reinventarse si quiere seguir siendo relevante en el siglo XXI–, entiendo que su invento, lo que llama el ‘Periodismo Dadá’, vaya a contribuir a ello lo más mínimo. Por el contrario, creo que la actual generación de periodistas y empresarios digitales, que retoman la tradición de aquellos similares del último franquismo y la primera transición, como es este elDiario.es –y otros: Infolibre, Público, etcétera–, son una esperanza de esa relevancia. De recuperarla.

‘Periodismo Dadá’ en contraposición al ‘Periodismo gagá’, “el periodismo convencional de actualidad, hecho en el siglo XXI con axiomas del siglo XX”, que “ha colapsado”. Esos “axiomas” son “3 ideas fosilizadas heredadas del S. XX”, a saber: “actualidad, noticia, información”. Es como si dijéramos que la arquitectura ha colapsado porque lo han hecho sus tres axiomas: cimientos, muros, techumbre. O la Santísima Trinidad, por ruina institucional...

En realidad, el de periodista es el oficio más antiguo del mundo, junto con el otro: ver/oír y contar. Y eso no tiene vuelta de hoja. Podrás describirlo de una manera u otra, con este medio o con aquél, en blanco y negro o en color, pero no cambia la sustancia. Todo lo demás, lo achacado al ‘periodismo gagá’ –si busca la verdad, si tiene fuentes fiables o no, incluso inventadas, si los datos y hechos son incontrovertibles o discutibles...–, es superestructura. Y como ésta depende de la integridad de quien ejerce el oficio, ése es el quid de la cuestión: no es el oficio el que ha de reinventarse si quiere seguir siendo relevante en el siglo XXI sino los oficiantes.

Por eso, su apreciable teoría filosófico-periodística –“Mi propuesta del·#Periodismo DaDá es, como DaDa hizo con el arte burgués del S. XX, se trata de desestabilizar el periodismo convencional burgués a partir de un nuevo esfuerzo creativo y constructivo para crear un periodismo tan atractivo y renovado como desobediente; tan trabaj[ad]o y sólido como ambicioso; tan rebelde y fronterizo como mutante y poderoso”–, naufraga cuando la pone en práctica: su “Ejemplo de crónica y ensayo collage” (pág. 191 y ss. de 'Periodismo Dadá'), sobre Hong Kong, no se diferencia de un meritorio cuaderno de viaje de un adolescente con picores creativos. Muy lejos de cualquier nuevo periodismo, como aquel New Journalism estadounidense de los años 60-70 que apasionó a los lectores al hacer periodismo con las técnicas de la literatura, lo que hoy llamamos, en formato libro, novela de no ficción.

El breve, corto tiempo de la gloria

El problema es, pues, el oficiante. Un problema antiguo, por cierto, que arrastramos desde aquellos tiempos prehistóricos (democráticos) de cuando todo era ‘nacional’, desde la Iglesia católica al periodismo: desde la dictadura del General-Enésimo. No es extraño que los medios punteros de este país sean el diario deportivo Marca y el semanario del ‘corazón’ ¡Hola!. Responde a la escasa credibilidad que arrastra la prensa española: si el Real Madrid le mete 5-0 al Barça, son cinco goles madridistas y si la señora Preysler se separa del señor Vargas Llosa es que cada uno se ha ido a tomar vientos por su cuenta; todo lo demás, es posible que sí o es posible que no.

Un breve vistazo a la evolución de la prensa y los periodistas desde el 18 de julio, no el pasado sino el antepasado, nos lo explica con claridad sin dudas.

Las estadísticas oficiales actuales, algo optimistas, dicen que un 40’6% de españoles leen prensa diaria de información general a diario o casi, no obstante muy lejos de los países europeos ilustrados, aunque gracias a la prensa digital España ocupa el undécimo puesto europeo, con un 77% de lectores habituales. En todo caso, también lejanos, por fortuna, de aquellos tiempos de la interminable postguerra incivil: el índice de lectura de diarios fuera de 5,7% en 1942; 7% en 1959 y alrededor del 8% en 1970. Un estudio de las costumbres lectoras en Occidente, de 1964, revela la miseria española: 71 diarios por mil, la más baja de los 16 países comparados y muy lejana de la anterior, Italia, con 123 por mil y a años-luz de Francia, Estados Unidos, Alemania Occidental, Japón y Gran Bretaña, cuya venta de ejemplares iba de 242 a 573 por mil (IOP 1964, 17, citado por Gunther, Richard; Montero, José Ramón; Wert, José Ignacio, “The Media and Politics in Spain: from Dictatorship to Democracy”, Working Papers núm. 176, Institut de Ciències Polítiques i Socials, Barcelona, 1999).

La razón de esta miseria lectora: Así evolucionan los gustos lectores de los españoles: en 1945, la información sobre la II Gran Guerra le interesaba al 49,69% de los lectores; la general, al 17,14% y las informaciones deportivas y taurinas, al 11,43%. Pero en 1956, el proceso de adormecimiento de las conciencias comienza a dar sus frutos al Estado franquista: la información preferida es la de sucesos (18,1%), seguida de la de deportes (15,1%) y cine (13,9%), mientras que las noticias generales sólo atraen a un 2,9% y la información nacional a un grotesco 2,1%, dato revelador no sólo del desinterés por los intereses comunes sino de la escasa, por no decir nula, credibilidad que merece la información manipulada desde las instancias oficiales.

En 1966, la información política ya interesa a un 28% de los lectores, pero los deportes y los sucesos siguen siendo las secciones preferidas para los lectores, un 20 y un 14%, respectivamente (“Estudio sobre los medios de comunicación de masas en España”, IOP, 1964, y “Encuesta sobre lectura de prensa diaria”, Revista Española de Opinión Pública (REOP), nº 7, 1967, elaborado por Francisco Sevillano Calero, en Dictadura, socialización y conciencia política: persuasión ideológica y opinión en España bajo el franquismo, 1939-1962). De modo que preguntados los españoles, en 1956, sobre la credibilidad que le merecía su prensa, mientras que para un 33% era creíble y un 2% ni sabía/ni contestaba, para un 65% era ninguna... ¿Qué iban a pensar? Lo mismo que los lectores del siglo XXI, que, preguntados por la agencia Reuters, consideraban que su prensa era la menos creíble de la Unión Europea.

Hubo, sin embargo, una edad de oro, la citada de esos periodistas-empresarios, empeñados en que la democracia, más que la monarquía, sucediese a la dictadura. En diciembre de 2000, a los 25 años del ‘hecho biológico’ –como se decía en la prensa tardofranquista para referirse a lo que en mi barrio se llamaba el ‘lance palmatorio’ del General Patascortísimas–, el CIS hizo una encuesta para saber a quién acreditaba la opinión pública los méritos de la transición, desde cero a quienes “no contribuyeron nada” a 10 a quienes “contribuyeron muchísimo”. La prensa obtuvo 7,1 puntos, tras la corona, los ciudadanos y los partidos y sus líderes y por delante del movimiento obrero, los intelectuales y el movimiento estudiantil, éstos por encima de los 6 puntos, y, desde luego, de los suspendidos: los militares, con 4,7, y el farolillo rojo, la Iglesia católica, con sólo 4,1 puntos.

Pero bastaron siete años –el septenio del picor (The seven years itch o La tentación vive arriba, Billy Wilder, 1955)– para ponernos en nuestro sitio: otra encuesta del CIS de julio de 2007 desvelaba que de 14 profesiones cuyo prestigio se daba a puntuar a los encuestados, la de periodista sólo mejoraba la de militar, e incluso por detrás de dos profesiones tradicionalmente denostadas en la transición, la de juez y la de abogado, y en el extremo opuesto de las más valoradas, las de médico y enfermero, y hasta las de albañil, fontanero, policía y escritor...

La prensa española pasó de ser el llamado ‘cuarto poder’ a ser el cuarto querer y no poder.

Comenzamos la transición con una prensa ‘azul’ que rodeaba el campamento indio de la prensa democrática y, tras un breve paréntesis en los primeros gobiernos del PSOE, hemos terminado como empezamos: la crisis y las nuevas tecnologías se llevaron por delante la inmensa mayoría de esa prensa libre de intereses espurios al tiempo que el poder fáctico del dinero bancario  sustituyó a los tradicionales –el Movimiento, la dictadura, la Iglesia...– y se hizo con el control de buena parte, la importante, de las empresas periodísticas. Sólo la democratización digital de la empresa periodística impide que no todo el verano sea azul. No sé si los inspirados creativos de la campaña electoral del PP han tenido en cuenta de que, al final, Chanquete palma...

De modo que las quejas de Sánchez e Iglesias sobre la escasa objetividad e imparcialidad de la prensa, valores del “periodismo convencional burgués” para el ‘periodismo gagá’, podrán ser mejor o peor expresadas, con más ciencia que vísceras, pero, como las sufridas meigas, haberlas, haylas.

Siempre necesitaremos periodistas como Silvia Intxaurrondo (La hora de la 1, TVE-1) que busquen la “Verdad”, así lo escribe Ortín. De los otros, los que la atacan por desmontar los bulos del PP, con “datos” y “hechos”, falsos, nos sobran el doble de la mitad más uno.

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