Vox intenta convertirse en un puente entre las ultraderechas de Europa y Latinoamérica

Los dirigentes de Vox tienen tan clara cuál es su estrategia que es raro verles dudar. Iván Espinosa de los Monteros escuchó una pregunta este martes sobre un asunto que está en las portadas de los medios de comunicación desde hace semanas: la amenaza de una posible intervención rusa en Ucrania. Querían conocer la posición de su partido. Su primera reacción fue señalar que era una pregunta difícil. “El tema es muy complejo y no me atrevo a resumirlo en 30 segundos”. No es que necesitara mucho tiempo. Después, se reafirmó en lo que había dicho la semana anterior en la Comisión de Exteriores del Congreso. La soberanía de Ucrania “debe ser respetada”, dijo, aunque de su boca no salió ninguna crítica al Gobierno ruso o norteamericano, actores fundamentales de esta crisis.

La cumbre de partidos de extrema derecha en Madrid fue una buena oportunidad para poner a prueba la cautela de Vox, anfitrión del encuentro. En estos casos, lo menos incómodo es manifestar un principio general y no meterse en más detalles ni en acusaciones directas. Varios partidos de extrema derecha cuentan con buenas relaciones con Moscú pero al mismo tiempo su nacionalismo exacerbado les impide aceptar que un país pueda ver conculcada su integridad territorial por un vecino más poderoso.

La cumbre tuvo entre los dirigentes invitados a dos primeros ministros, el húngaro Viktor Orbán y el polaco Mateusz Morawiecki. El segundo no iba a permitir que la reunión acabara sin un veredicto claro contra las intenciones rusas. No en vano el domingo escribió que “el neoimperialismo ruso está regresando ante nuestros ojos y amenazando con desestabilizar la UE”. Con el apoyo de Abascal, el comunicado final acusa a Rusia de haber puesto a Europa “al borde de una guerra” con sus acciones militares.

Acto seguido, Morawiecki anunció que viajaría de inmediato a Kiev y curiosamente lo hizo el mismo día en que Orbán se desplazó a Moscú para reunirse con Vladímir Putin.

La francesa Marine Le Pen se negó a suscribir el párrafo del comunicado que mencionaba a Rusia. La líder de Agrupación Nacional, el antiguo FN, ha mostrado posiciones muy cercanas a las de Moscú y ha llegado a afirmar que Ucrania forma parte de “la esfera de influencia rusa”. Ahora está totalmente en contra de las sanciones a Rusia.

Su partido acaba de recibir un crédito de diez millones de un banco húngaro con el que financiar la campaña de las elecciones presidenciales de abril. En 2014, consiguió otro crédito de un banco ruso –con una trayectoria tan poco sólida que acabó en la bancarrota– gracias a la intervención de un diputado relacionado con el Kremlin. Los bancos franceses prefieren no hacer negocios con Le Pen y ella sólo puede encontrar financiación en Europa del Este.

A diferencia de Le Pen y Orbán, Abascal no quiso hacer declaraciones a los medios de comunicación sobre los resultados de la cumbre, tarea que encomendó a su vicepresidente Jorge Buxadé. Al líder de Vox le interesa hablar de Latinoamérica, pero mucho menos del conflicto de Europa del Este, porque sabe que tendría que tomar partido por algunos de sus aliados frente a otros. Defiende en términos generales la soberanía de Ucrania sin que eso ponga en peligro su relación con Orbán, en el poder en Hungría desde hace casi doce años.

La reunión de Madrid no ha servido para obtener la unidad de la ultraderecha en el Parlamento Europeo, donde un único grupo de más de 110 diputados vería aumentada su influencia de forma considerable. La dificultad de conciliar agendas ultranacionalistas que arrastran rencillas históricas entre países, la personalidad egocéntrica del italiano Matteo Salvini y el escaso interés de los polacos de Ley y Justicia no han hecho posible el acuerdo, que hubiera interesado a Vox.

En lo que sí coincide por completo Vox con otros partidos de extrema derecha es en su euroescepticismo. Asocia a la UE con una supuesta “ofensiva de las élites globalistas” contra “los valores cristianos”. Acusa a las instituciones comunitarias de promover la inmigración, cuando todos los objetivos de la Comisión Europea van en sentido contrario, y suscribe la teoría de la conspiración del “gran reemplazo”. Se declara en contra de la evolución de la UE en los últimos 30 años desde el Tratado de Maastricht.

Buxadé fue capaz de contradecirse en cuestión de segundos en una rueda de prensa de esta semana. Al explicar los acuerdos de la cumbre de Madrid, exigió el cumplimiento de los tratados frente a la deriva europeísta posterior, y de inmediato reclamó con la misma firmeza “la primacía de las construcciones nacionales sobre los tratados”. En definitiva, Vox rechaza todo lo que ha logrado la UE en las últimas décadas.

Es lo que llevó al diario ABC a denunciar en un editorial del domingo no las políticas de Vox, sino el apoyo a sus aliados: “Polonia y Hungría quizá puedan ser ejemplo de patriotismo e integridad moral en una Europa excesivamente práctica, pero ante todo son dos países autoritarios cuyos líderes los han llevado al choque con la UE”. En el intento de no ofender a la extrema derecha a la que no niega su “patriotismo”, el periódico no carga directamente contra Abascal, sino contra polacos y húngaros por pretender “violar y dinamitar” la arquitectura de la UE. Así, el problema no es Vox, sino sus “malas compañías”.

“Vox ha remozado un mito tradicional de la ultraderecha, la Hispanidad, con el neologismo Iberosfera”, ha escrito el profesor Xavier Casals. Intenta convertirse en un puente entre los dos continentes para el fomento de las ideas más extremistas y “conecta a un amplio espectro de la ultraderecha europea con otro de América, que incluye desde Bolsonaro hasta el senador republicano Ted Cruz”.

El partido cree contar con un camino despejado en sus relaciones con partidos afines latinoamericanos. En la misma línea conspiratoria sobre Europa, alega que el Foro de São Paulo​ controla en secreto varios gobiernos izquierdistas de la zona. Puso en marcha en 2020 un organismo llamado Foro Madrid para contrarrestar esa influencia y “mandar sus recetas criminales al basurero de la historia”, en palabras de Abascal.

La ventaja para Vox reside en que la derecha en algunos de esos países no hace ascos a unirse a la ultraderecha, como se ha visto en Brasil o Perú. Eso ha abierto puertas a Abascal, como la del secretario general de la OEA, Luis Almagro, que fue ministro uruguayo de Exteriores con José Mugica, pero que fue expulsado del Frente Amplio en 2018 por mostrarse abierto a una intervención militar para acabar con el Gobierno de Venezuela. También ha recibido el apoyo del expresidente conservador colombiano Andrés Pastrana.

Espinosa de los Monteros describió la presencia de su partido en Latinoamérica como un proyecto para “dar la batalla cultural que no se ha dado en los últimos veinte años”. Su gran esperanza más reciente ha sido el ultraderechista José Antonio Katz en Chile, que fue derrotado en las elecciones por Gabriel Boric. Ahora el objetivo es apoyar a Bolsonaro en su intento de ser reelegido en Brasil, aunque va muy por detrás de Lula en los sondeos. Una derrota más y sólo quedarán de la Iberosfera las declaraciones de los dirigentes de Vox en Madrid.