Vox aparece con estruendo y donde otros ven una amenaza el PP ve una oportunidad
En la campaña electoral de 2012 en la que fracasó en su intento de ser reelegido, a Nicolas Sarkozy le preguntaron si la candidatura de la ultraderechista Marine Le Pen era “compatible con la República”. “Desde el momento en que se presenta a las elecciones, en las que tiene derecho a presentarse para un cargo, es compatible con la República”, respondió el entonces presidente francés. Le Pen había obtenido el 17,9% en la primera vuelta que se acababa de celebrar. Sobre esos votantes, Sarkozy dijo que los entendía y que no pretendía juzgarlos negativamente.
El diario Libération llevó la frase a su portada con una foto de Sarkozy de forma que pareciera una declaración oficial de reconocimiento de la legitimidad de las ideas del Frente Nacional. El partido de Sarkozy reaccionó enfurecido y calificó la portada de ejemplo “grosero e inaceptable de desinformación”.
El éxito de convocatoria mostrado por el mitin de Vox en Madrid ha obligado a plantearse si la extrema derecha ha encontrado en España el partido que nunca tuvo desde el escaño que consiguió Blas Piñar en 1979 y si su posible ascenso ha sido propiciado por los vientos políticos que recorren Europa o por asuntos propios de la política española.
En su primera reacción, Pablo Casado ha optado por la vía Sarkozy, incluso yendo más allá. “Todos aquellos militantes que asistieron al acto tienen mi respeto porque compartimos muchas ideas y otras no”, dijo este lunes. El presidente del PP no ve a Vox como una amenaza, sino como un posible socio para el futuro. Sí apuntó que se opone a su idea de acabar con las autonomías.
El filósofo y periodista Josep Ramoneda contempla el mitin de Vox como un paso más de un proceso que comenzó con el giro del PP y Ciudadanos a posiciones más derechistas, con lo que el peligro de legitimación de ideas ultraderechistas es aún mayor: “No es casual. Parte de las élites europeas están dispuestas en caso de emergencia a poner una pasarela a la extrema derecha para pasar de un sistema agotado a una especie de autoritarismo democrático”.
En el caso español, no tiene sentido decir que no ha habido hasta ahora extrema derecha, según Ramoneda. Eso es un mito, “porque está en el Partido Popular”.
Condicionar el debate político
Como presidente, Sarkozy endureció su discurso contra la inmigración aumentando las restricciones para conseguir la ciudadanía francesa y así intentar controlar el ascenso del Frente Nacional. Desde entonces, persiste la idea de que la mayor influencia de los ultras en algunos países no proviene de entrada de su número de votos, sino de su capacidad para condicionar el debate político. Mucho antes de que Marine Le Pen llegara a la segunda vuelta de unas presidenciales había conseguido que la agenda política girara en torno a sus prioridades.
Casado puso la venda antes del mitin de Vox. Al poco de ser elegido presidente del PP, no tardó mucho en endurecer su discurso sobre la inmigración y la crisis de Catalunya. En la carrera del patriotismo español, no iba a dejar que Vox le adelantara por la derecha: “Voy a decir con qué sociedad tenemos que reconectar, que es con la España de los balcones”, dijo a El Mundo este fin de semana. Si Vox aparece con una bandera española muy grande, Casado saldrá con otra aún mayor.
Después de los fracasos en las elecciones de 2015 y 2016 (58.114 y 47.182 votos), ahora en Vox se sienten optimistas. Afirman contar con unos 11.400 militantes y que han sumado 1.200 afiliados en las últimas cuatro semanas y 380 sólo en el mitin de este domingo en Madrid, donde llenaron el pabellón de Vistalegre. La última encuesta del CIS les da un 1,4%, lo que podría darles un escaño en Madrid.
Su secretario general, Javier Ortega, justifica este lento avance en su fundación reciente –por un grupo de 25 personas a finales de 2013–, la falta de financiación y el aislamiento sufrido. “Hemos sufrido todo tipo de zancadillas, por ejemplo el silencio mediático con las instrucciones desde el Partido Popular a los periodistas para que no se nos invitara a tertulias en televisiones con amenazas de dejarles sin publicidad”, explica a eldiario.es.
Los partidos prefieren definirse con sus palabras antes que dejar que otros lo hagan. Vox niega de forma tajante ser un partido de extrema derecha o ultranacionalista. Eso es una etiqueta “absurda y propia del viejo manual de Lenin”, dice Ortega. “Cuando decimos algo tan normal como que estamos orgullosos de ser españoles, nos llaman fachas o fascistas. Cuando ponemos querellas que han sido fundamentales para parar a los que amenazan la unidad de España en Cataluña nos llaman antidemócratas. ¿Son fachas todos los que fueron al mitin porque quieren la unidad de España?”.
A la hora de definir a una formación es útil comprobar con qué partidos de otros países se sienten más cercanos. Lo cierto es que Vox defiende posiciones sobre inmigración similares a las de partidos ultraderechistas (o ultraconservadores si lo anterior suena demasiado leninista) en Hungría, Italia, Francia o Alemania. Javier Ortega admite algunas similitudes, pero no que sean idénticos. “Nos sentimos cerca de los países que forman el Grupo de Visegrado, donde están los gobiernos de Hungría, Polonia o Austria, los que se oponen a la Europa de Merkel y a la Europa de (George) Soros, que es la antiEuropa”, explica. Sobre Donald Trump, afirma que están cerca de sus ideas “contra el globalismo y la ideología de género”, pero no de todas sus políticas.
El peligro que llega desde Europa del Este
Los partidos que gobiernan Hungría y Polonia denuncian que la llegada de refugiados en el verano de 2015 inició una campaña promovida por Bruselas para desdibujar los valores europeos que deberían estar sólo basados en el cristianismo. Acosan a las minorías, controlan a los tribunales de justicia y amenazan a las ONG que cuestionan su política. Todo de ello dentro de la UE y, en el caso del partido Fidesz, que lidera Viktor Orbán en Hungría, dentro del Partido Popular Europeo.
Esto último es un motivo de vergüenza para José María Lassalle, diputado del PP y dos veces secretario de Estado en los gobiernos de Rajoy. “Para quien defiende la decencia es un problema compartir grupo (en el Parlamento Europeo) con un partido xenófobo y también un escenario repugnante e inaceptable moralmente”, dice a eldiario.es. A los que sostienen que Fidesz aporta un número alto de escaños al PPE, la respuesta de Lassalle es clara: “Es mejor sufrir la indignidad que cometerla”.
Lassalle es de los que piensan que es imprescindible una respuesta firme desde el liberalismo a los que apoyan soluciones intolerantes y xenófobas. “El miedo, la incertidumbre, el colapso de la idea de progreso están tras el ascenso de todos los populismos de derecha e izquierda”, explica. No cree que la etiqueta 'populista' haya perdido valor por el exceso de uso: “El populismo es el reverso inconsciente de la democracia que le ha acompañado desde siempre y que ahora cobra forma a través de la xenofobia y el nacionalismo, que cuestionan las bases de una sociedad abierta”.
“Los próximos diez años van a ser terribles”
¿Hasta qué punto llega la amenaza de un ultranacionalismo derechista que cuestiona los fundamentos de la Unión Europea? ¿Es Vox una manifestación de esa sombra que recorre Europa?
“Los estados protegen sus fronteras. Es lo más normal en cualquier país del mundo”, dice el secretario general de Vox. Afirma que su partido no se opone a la inmigración legal, preferiblemente de países latinoamericanos, “no la que asalta una frontera”. Esa es una distinción que no impresiona a los críticos de la ultraderecha.
Lassalle cree que ese rechazo a los valores liberales de tolerancia presente en los gobiernos húngaro e italiano es una amenaza muy real. Lo que llama “el precolapso de los valores que defendemos” ya está aquí. Y no se trata de una coyuntura temporal: “Los próximos diez años van a ser terribles”.
En ese contexto, resulta algo más que ingenuo pensar que España se librará de esa amenaza. “La evolución de los acontecimientos demuestra que Italia es vanguardia de muchos cambios que experimentaremos todos. Bien directamente, bien a través de pactos con el nacionalismo o la xenofobia”, opina Lassalle.
España se encuentra en una mejor situación de partida que otros países. Al menos, es el país de la UE en el que más gente, con un masivo 86%, apoya acoger a los refugiados que huyen de la guerra y la violencia, según una encuesta reciente de Pew Research Center. Ese sentimiento es sólido, pero sería un error pensar que es inmutable.
En las elecciones de 2013, la Liga –entonces Liga Norte– obtuvo el 4% de los votos. Nadie pensaba hace cinco años que Italia, un país de emigrantes desde hace siglos, iba a acabar con un Gobierno en el que su figura más poderosa iba a ser un xenófobo como Matteo Salvini.
El primer cortafuegos contra el fascismo reside en el sistema político y sus protagonistas. “Es evidente que el sistema político está gripado”, dice Josep Ramoneda. “Los partidos tradicionales (por los conservadores, liberales y socialdemócratas) no han podido ver lo que venía, el malestar profundo que se iba instalando”. Eso es más relevante y tendrá más influencia en el futuro que un escaño que pueda obtener Vox o 10.000 personas en un acto público.