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Sobre este blog

No nos gusta la palabra “discapacitado”. Preferimos retrón, que recuerda a retarded en inglés, o a “retroceder”. La elegimos para hacer énfasis en que nos importa más que nos den lo que nos deben que el nombre con el que nos llamen.

Las noticias sobre retrones no deberían hablar de enfermitos y de rampas, sino de la miseria y la reclusión. Nuria del Saz y Mariano Cuesta, dos retrones con suerte, intentaremos decir las cosas como son, con humor y vigilando los tabúes. Si quieres escribirnos: retronesyhombres@gmail.com

Niños que sobran

Grupo de Whatsapp de las madres

Anita Botwin

"Qué títeres tan ridículos somos y que vulgar es el escenario en el que bailamos ".
– SuperBrother

Hace unos días me llegó la noticia viral en la que una madres celebraban el cambio de clase de un compañero de sus hijos con síndrome de Asperger. En su grupo de Whatsapp comentaban que era “un alivio para los nuestros”, “que bueno para los chicos, ya pueden trabajar y estar tranquilos”. Me cuesta creer, e imaginación no me falta, que un crío con Asperger sea un obstáculo de aprendizaje para otros. ¿No será más bien que lo diferente, al no saber tratarlo como algo positivo, se convierte en un obstáculo de aprendizaje? ¿O tal vez que la manera de educar a los más pequeños en lugar de ser incluyente, excluye a las personas con dificultades para no tener que esforzarse en una educación de calidad? Todas esas madres que festejaron nunca debieron pensar en cómo ser madre de un niño con Asperger. El individualismo nos lleva a distanciarnos de las problemáticas que nos rodean y al distanciarnos no nos hace sino ignorantes y temerosos.

Vivimos momentos en los que la dicotomía “Lo nuestro–lo suyo”, “nosotros–ellos”, están más presentes que nunca. Esas distinciones y segregaciones tan sólo sirven para decrecer en valores, para creer que lo nuestro es “lo bueno” y “lo suyo” o ellos son los distintos y, por tanto, los que tienen que mantenerse al margen.

Me pregunto quién en su sano juicio puede alegrarse de algo así. La separación de lo diferente, la marginación de la diversidad nos lleva a ideas totalitarias, dignas de los peores momentos de la humanidad. Me pregunto cuántos de esos 36 niños que tiene esa clase no tienen problemas de algún tipo. O los tendrán. Me pregunto quién decide qué/quién es molesto o tiene un diagnóstico “molesto para los demás”. En una sociedad igualitaria y solidaria, serían los propios padres de la escuela los que apoyaran a la familia del niño con Asperger. Esos mismos padres obtendrían un aprendizaje de la discapacidad y la diversidad. Y más tarde serían sus hijos los que sacarían provecho de ese aprendizaje.

Los padres suelen querer lo mejor para sus hijos. La mejor educación entra dentro de los deseos de todos. Sin embargo, se suele confundir buena educación con clases de niños perfectos clonados. Recuerdo cuando era adolescente. Estudiaba en un Instituto de Ciudad Real donde había muchos alumnos en exclusión social. El primer año convivimos, con nuestros más y nuestros menos, pero convivimos. No recuerdo haberme quejado nunca a mis padres. Al año siguiente, alguna mano invisible que desconozco –esa era época de obsesión de Backstreet Boys para mí– decidió poner toda la exclusión y marginación a un lado y dejar la clase de Los Elegidos a otro. En clase –Yo era de los Elegidos– había dos chavales con Síndrome de Down en primera fila, con los que nunca hubo interacción. Recuerdo que había risas, miradas y la mayor parte de las veces, indiferencia. Desconozco los motivos por los que estaban en clase, pero no había ninguna actividad para integrarlos. Parecía más un lavado de cara desde alguna cúpula buenista. Querían dejar claro que había personas con discapacidad visible mezcladas con los “niños normales”. Pero nunca existió una integración ni por su parte ni por la nuestra. Con esto quiero decir que, además de que existan niños con diferentes necesidades, debe existir una voluntad por parte de la comunidad educativa y de los propios padres para que exista una verdadera inclusión. De no ser así, esos niños excluidos o marginados lo serán de por vida.

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No nos gusta la palabra “discapacitado”. Preferimos retrón, que recuerda a retarded en inglés, o a “retroceder”. La elegimos para hacer énfasis en que nos importa más que nos den lo que nos deben que el nombre con el que nos llamen.

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