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Sobre este blog

No nos gusta la palabra “discapacitado”. Preferimos retrón, que recuerda a retarded en inglés, o a “retroceder”. La elegimos para hacer énfasis en que nos importa más que nos den lo que nos deben que el nombre con el que nos llamen.

Las noticias sobre retrones no deberían hablar de enfermitos y de rampas, sino de la miseria y la reclusión. Nuria del Saz y Mariano Cuesta, dos retrones con suerte, intentaremos decir las cosas como son, con humor y vigilando los tabúes. Si quieres escribirnos: retronesyhombres@gmail.com

Otras voces: En respuesta a “la realidad y el deseo”

Rubén Ávila

  • Hoy en “otras voces”, Rubén Ávila contesta a un artículo de Raúl Gay sobre el posible autoengaño que desarrollan algunas personas con discapacidad.

En su artículo “La realidad y el deseo”, Raúl Gay habla sobre el autoengaño a la hora de enfrentar la discapacidad. Sobre cómo pretender que la discapacidad no existe es vivir en un mundo ajeno a la realidad y que suponer que gracias a ser discapacitado se es mejor persona o más feliz forma parte de ese engaño. Creo que en el análisis hay ciertos malentendidos, así que voy a tratar de darles respuesta (en la medida de lo posible).

1. Deficiencia y discapacidad.

En 1975, por primera vez, se distinguió entre deficiencia (‘impairment’) y discapacidad (‘disability’) —el documento donde se plasmó la distinción tiene como título Los principios fundamentales de la discapacidad, es considerado como el iniciador del modelo social de la discapacidad, y fue elaborado por dos entidades británicas: la “Unión de deficientes psíquicos contra la discriminación” y “La alianza de discapacitados”—. En concreto, el texto reza lo siguiente:

Así definimos deficiencia como la carencia de una parte o la totalidad de un miembro, o el mal funcionamiento de un miembro, órgano o mecanismo corporal; y la discapacidad como la desventaja o restricción de una actividad por la organización social contemporánea que no tiene en cuenta o prácticamente no la tiene, a la gente con deficiencias físicas y que por tanto la excluye de la participación en las actividades sociales cotidianas.

Desde este punto de vista, por tanto, la discapacidad será siempre social, siendo la deficiencia personal. Por tanto, una persona discapacitada lo es por cómo está estructurada la sociedad, no por cómo esté estructurado su cuerpo.

Por poner un ejemplo, una persona con miopía sin las gafas no podrá conducir, por lo que tendría que ser considerada discapacitada (ya que es una desventaja o restricción de una actividad…). Sin embargo, con las gafas —los andamios de la vista que decía Machado— sí podrá conducir y, por tanto, en este sentido, no será discapacitada. Eso sí, con gafas o sin ellas seguirá teniendo una deficiencia.

Lo mismo puede ocurrir con una persona que se desplaza en silla de ruedas, que no será discapacitada si las aceras están rebajadas, edificios y transporte son accesibles, etc. Y no lo será aunque tenga una deficiencia.

2. Deficiencia y diversidad.

Los defensores del modelo de la diversidad plantean que no existe la deficiencia, ya que la persona que carece de un miembro tendrá un cuerpo diverso, no uno deficiente; y, por lo mismo, tampoco le funcionará mal un miembro, sino que lo hará de forma diversa.

Niegan el concepto de deficiencia porque les resulta negativizante, e igualmente el de discapacidad. De ahí que hablen de personas discriminadas por su diversidad (concepto que se podría asimilar al de discapacidad en el modelo social). En este caso, la discriminación es lo que compete a la sociedad; siendo la diversidad parte intrínseca del ser humano.

Que se prefiera decir black a niger no significa negar el color negro de la piel, sino darle un significado neutro.

3. El contexto social.

A lo largo de la historia existen ejemplos de deficiencias que son tenidas por tales en algunas sociedades, pero que no son consideradas así por otras. Llegando al extremo de buscarlas, como en la antigua China, donde era habitual que los ricos y los poderosos, para hacer gala de su poder, juntaran las manos y se dejaran crecer las uñas de modo que atravesaran sus palmas, inutilizándolas, teniendo que ser ayudados para realizar cualquier actividad de su vida diaria. Era una muestra de status a los que sólo podían acceder los muy ricos.

Y no, no tenían miedo a que les comiera el león, del que habla Pablo en uno de los comentarios del artículo de Raúl, porque tenían sirvientes para que acabaran con él. Por supuesto, si en lugar de ricos y poderosos fueran pobres, el león, daría buena cuenta de ellos. Y esto sin cambiar un ápice su estado corporal, no así el cultural, claro.

4. La mirada del otro y el autoengaño.

En el mencionado artículo, Raúl también afirma que hay personas «que aseguran [que] es lo mismo no poder caminar o escuchar que no poder volar. Es un fabuloso autoengaño». Creo que lo que sucede, que lo que se plantea al decir (por mantener la exageración) que es lo mismo no poder volar que caminar, es que a aquellas personas que no vuelan no se les conoce como seres no-voladores, como sí sucede con las que no pueden caminar o escuchar.

Así la cosas, si se decide definir a ciertas personas por lo que no pueden hacer, en lugar de por lo que sí pueden hacer, ¿por qué no hacerlas con todas?

Para la mayoría de las personas, el dato de sus limitaciones relativas a la realización de ciertas actividades es irrelevante. Las personas con discapacidad, sin embargo, han sufrido históricamente una rotulación que pone énfasis en las actividades en las que tienen limitaciones, en lugar de resaltar las actividades que sí pueden desarrollar sin dificultades. [Courtis, Christian. “Discapacidad e inclusión social: retos teóricos y desafíos prácticos. Algunos comentarios a partir de la Ley 51/2003”. Jueces para la democracia. N. 51. Noviembre, 2004, pág. 8.]

Claro, si se definiera a cada ser humano por lo que no puede hacer, nos encontraríamos ante una raza de tarados e inútiles. Si, por el contrario, se prefiere definirlos por lo que efectivamente sí pueden hacer no parece haber razón suficiente como para hacerlo con unos sí y con otros no. Es en este sentido, creo, que sería lo mismo no poder volar y no poder andar.

En otro párrafo del citado artículo, Raúl nos dice que “se autoengaña quien cree que gracias a no poder ver, caminar o vestirse por uno mismo ha conocido los secretos del universo, es mejor persona o ha encontrado al amor de su vida […] Suena un tanto arrogante decir que eres más feliz por ser retrón”.

Tal vez sea cierto que se autoengañe, pero tal vez no. Lo que sí creo que es seguro que nadie —o poca gente— defiende que se sea más feliz por ser retrón, así, en general. Creo que quien mantiene esta opinión, por lo menos habitualmente, se refiere a su estado particular. Y, ¿por qué no puede ser cierto? Lo que nos sucede nos afecta de tal manera que hasta ciertas situaciones pueden llegar a modificar nuestra estructura cerebral. Y, sin llegar tan lejos, ciertamente, una persona puede cambiar su visión del mundo por culpa de un accidente que le ha dejado tetrapléjica, y dicha persona sentir que esa forma nueva de ver las cosas le hace más feliz. Lo cual no quiere decir que no prefiriese esa nueva visión sin la tetraplejia, el hecho es que la tiene gracias a ella.

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