Se me ha encogido el alma al leer este hilo de Twitter.
Desgraciadamente, el colegio, y esto hay que empezar a decirlo sin rodeos, no es siempre ese lugar seguro al que se va a aprender, sino un entorno hostil, al que hay que ir obligatoriamente y en el que se pasa, como mínimo, cinco horas al día. A la vez que adquieren el conocimiento, algunos niños han de defenderse, a veces de compañeros o a veces soportar, sin rechistar, la dejadez o los gritos de ciertos docentes.
Algunos niños no se sienten a salvo en el colegio, porque los adultos, a cuyo cuidado los dejan los padres, no siempre están ahí cuando les necesitan. Protocolos, planes de resolución de conflictos, mediadores… palabrería. ¿Y qué sucede si es el maestro el problema? De eso, de eso mejor ni hablar. Los padres topamos con un muro infranqueable. No estamos dentro para ver lo que ocurre y nos sentimos desamparados cuando el centro nos da la espalda. Cuando un niño no está bien en el colegio, a poco que se escarbe, veremos como no es el único. Rara vez es el único. Habrá más, solo que aún no lo han contado en casa o sus padres aún no habrán reunido el valor de dirigirse al colegio.
Se quiebra la confianza de los padres, que sienten, literalmente, que los llevan al matadero. Agresiones verbales, desplantes, menosprecio de los compañeros cuando no de los mismos profesores; y el consabido “solucionadlo entre vosotros”, que deja a muchas criaturas a los pies de los caballos; o los recreos en soledad, sin que nadie intervenga. La violencia se ejerce de muchas formas.
Muchos niños han vivido durante el confinamiento un tiempo de bienestar, de tranquilidad lejos del colegio. ¿Por qué no han echado de menos la escuela, si se supone que allí están todos tan contentos? Allí quedaron los conflictos, la incomprensión, los compañeros pasivo-agresivos.
Una cuestión que solo se verbaliza con personas de nuestra total confianza. De cara a la galería, hay que demostrar que nuestro hijo es uno más, bien integrado en el grupo, que sabe adaptarse a todo y que va al cole con una sonrisa en los labios, aunque no sea cierto.
Muchas familias están deseando que se reanuden las clases en septiembre, pero a un buen puñado de otras lo que les provoca esa vuelta al cole es “dolor de barriga”, conscientes de que volverán los conflictos, los recreos en soledad, la incomprensión del profesor, la inacción del colegio…
No se sientan aludidos los maestros vocacionales. Son la gran fortaleza del sistema educativo, que hace aguas por tantas partes.
Volver al cole no debería revolverle las tripas a ningún niño, a ninguna familia. Solo debería provocar mariposas en el estómago por la emoción del reencuentro.
Y un ruego final, a los adultos a cuyo cuidado dejamos a nuestros niños cada mañana en la escuela. Cuídenlos. Contribuyan a que el colegio sea ese lugar de paz, al que se va a aprender con ilusión. No a cargarse de tensión y estrés. Con su ejemplo enseñen lo que, quizás, tampoco se trae aprendido de casa, que en el mundo cabemos todos, con nuestra diversidad y nuestra capacidad.
10