Memoria histórica
Madrid condecora a Melchor Rodríguez, el 'Schindler de Triana'

Melchor Rodríguez recita un poema a la bandera tricolor, el 8 de septiembre de 1938

Juan José Téllez

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“La verdadera revolución no es matar a hombres indefensos”, sentenció Melchor Rodríguez García, a quien, según anunció días atrás el alcalde de Madrid, José Luis Martínez Almeida, el Ayuntamiento que preside concederá a título póstumo la Medalla de Honor de la ciudad.

Sevillano de nacimiento, fue el último alcalde republicano de Madrid y ahora se le reconoce de esta forma “la labor humanitaria que llevó a cabo”. Entre otros apelativos, se le conoció como el Schindler de Triana, por salvar la vida de numerosos enemigos de la represión en el bando republicano durante la guerra civil. El efímero alcalde anarquista de la capital española, compartirá un insólito palmarés con la periodista Ana Rosa Quintana y la cantante Olvido Gara Alaska, que también recibirán el mismo galardón.

Ya, en su día, por iniciativa de Ciudadanos, el Ayuntamiento madrileño le dedicó una calle, respondiendo quizá a una petición planteada en 2008 por CGT de Andalucía, a través del Grupo de Trabajo “Recuperando la Memoria de la Historia Social de Andalucía” de CGT.A que con la colaboración de la Asociación Andaluza Memoria Histórica y Justicia (AMHyJA) reivindicó la figura del anarquista Melchor Rodríguez García (Sevilla, 1893- Madrid 1972), afiliado a la CNT y la FAI, y que, según se dijo entonces, “tuvo la más extraordinaria de las actuaciones que se pueden tener en una guerra: la de salvar vidas de sus enemigos”.

Una calle en la Verea de San Cayetano

Quince años atrás, un manifiesto reclamó “a los ayuntamientos de Madrid y Sevilla que en cada una de estas capitales se dé su nombre a sendas calles” y se demandó a la primera de dichas corporaciones “que incluya su retrato en la Galería de alcaldes de la capital y un Pleno reconozca su labor”.

En octubre de 2008, el Ayuntamiento de Sevilla cumplió en parte con dicho compromiso: decidió rotular una calle con su nombre pero, ante la lentitud en colocar los azulejos de la misma, fue la propia sociedad civil la que tomó la iniciativa de llevar a cabo el compromiso municipal: así que, a mediodía del 13 de junio de aquel año, se hizo. “La calle está situada en la Verea de San Cayetano, junto a Valdezorras (barrio directamente relacionado con los ”trabajos forzados“ de los presos políticos del franquismo que construyeron el Canal de los Presos). Un buen lugar para él, que siempre estuvo vinculado a las cárceles: la mayoría de las ocasiones como preso, durante la monarquía de Alfonso XIII, la República y la Dictadura, pero también como responsable político de esas mismas cárceles en el Gobierno republicano de 1936-1937 en el Madrid sitiado por los golpistas”, explica Cecilio Gordillo, del citado sindicato anarcosindicalista e impulsor de la plataforma todoslosnombres, en torno a las víctimas de la represión franquista.

Esa calle y una placa en su casa natal, en la calle San Jorge del barrio de Triana, constituyen el único rastro de Melchor Rodríguez en Sevilla. Sin embargo, incluso en plena dictadura y aún en vida, Sevilla le rindió un insólito homenaje a este huérfano, que fue chapista, sindicalista, novillero, que escribió versos y coplas en plena posguerra: “Boby Deglané le entregó una medalla de oro, en un homenaje en 1964, en pleno franquismo, y, en su discurso de agradecimiento, Melchor habla de lo que hizo en la guerra y de su ideología libertaria. Su entierro, que congrega a gentes de bien de los dos bandos, estuvo lleno de gentes que admiraban a Melchor y que le cantan 'A las barricadas' y rezan un padrenuestro. Si no existiera, habría que inventárselo, un español universal”.

Así lo relata el escritor, periodista y cineasta Alfonso Domingo, que ha dedicado a su figura un libro y un documental, en el que vino a demostrar, entre otros extremos, que no actuó solo sino que contó con la complicidad de algunos de sus compañeros de CNT y de FAI, pero también con la ayuda de socialistas y republicanos: “Melchor no estuvo solo. Hubo muchos otros hombres buenos que hicieron suya la frase de que se puede morir por las ideas, nunca matar”.

El ángel rojo

Se dice que salvó alrededor de doce mil vidas en dicha contienda bélica. La cinta cuenta con la locución del actor Javier Gutiérrez y la colaboración de Eusebio Lázaro. Rodada en su mayor parte en Andalucía, Domingo contó con numerosos testimonios de quienes conocieron a Melchor Rodríguez, cuya figura le descubriera el mítico periodista Eduardo Pons Prades: “El mote de El ángel rojo se lo puso Alberto Martín Artajo, un militante de la CEDA al que él salvó de una saca y que llegó a ser director del ”Ya“. A él, en realidad, nunca le gustó que le llamaran así”, afirma Domingo.

“Tocaba rescatar a Melchor porque es un personaje que nos une, con un fin que todos compartimos, que es el bien y la justicia, incluso con quien no es ideológicamente semejante. Tendría defectos, pero también algo que le trascendió: el valor y la confianza en el ser humano”, explica Domingo.

La película y el libro que publicó Almuzara en 2009, y que ha reeditado Renacimiento, se nutre de sus pesquisas en hemerotecas o archivos, como el de la CNT que custodia el Instituto de Ciencias Sociales de Amsterdam, pero también de la memoria y la opinión de su sobrino José Ramos Rodríguez, su bisnieto Rubén Burén –dramaturgo y compositor de la banda sonora del documental-, historiadores como Ian Gibson, Paul Preston, José Luis Gutiérrez Molina, periodistas como Eduardo Pons Prades; contemporáneos como Santiago Carrillo, Gregorio Gallego, o Ramón Luca de Tena y, entre otros, Cecilio Gordillo, Heleno Saña e Ignacio García Noblejas. Especialmente emotiva resulta la aparición de la hija de Melchor, Amapola Rodríguez: “Cuando iba a salvar a la gente no sabía ni quién era... decía: ”Yo hago lo que he pensado y lo que he sentido toda la vida“.

“Me costó seis meses que Amapola hablara, iba a verla casi todas las semanas –rememora Domingo--. Nos hicimos muy amigos y me contó cosas que jamás relataré, cosas íntimas. Sentí mucho su muerte, era ya como mi abuela, como mi madre. Cuando, pasado ese tiempo, comenzó a hablar, fueron encajando las piezas del rompecabezas. Amapola estuvo acompañando mucho a su padre antes de la guerra y durante la guerra. Fue una visión la suya que jamás olvidaré, la de una adolescente que se hace mayor y a la que la guerra trunca su posible carrera de bailarina. Una guerra en la que su padre ha jugado en Madrid un papel muy importante, un padre al que idolatra pero del que se empieza a separar. Esa es la historia de Amapola que enriqueció la de Melchor y que es parte fundamental en el documental”.

Una cruz para Serafín Álvarez Quintero

Melchor, hijo de familia humilde y huérfano desde los 10 años, tras la muerte de su padre en accidente laboral, “tuvo que emplearse pronto en los talleres de calderería y ebanistería sevillanos, ocupación que simultaneó con su deseo de triunfar en el mundo de los toros, donde llegó a novillero”, como recuerda un manifiesto de 2008 que suscribieron centenares de firmantes.

“Retirado de los ruedos por una mala cornada, su afiliación a los sindicatos libertarios le hizo ser perseguido y tener que emigrar a Madrid al principio de los años 20 del siglo pasado, donde se empleó como oficial chapista –rememora el manifiesto sevillano que le reivindicó hace quince años--. Encarcelado una treintena de veces con la dictadura de Primo de Rivera y la II República, la atención a los presos fue una constante de su existencia. Tras el estallido de la guerra civil, pronto pudo dedicarse a aplicar sus ideas de anarquista humanitario, sacando a centenares de personas de derechas de las checas y refugiándolas en su casa”.

Ayudado por algunas personalidades y cargos republicanos, “fue nombrado Delegado especial de prisiones de la II República en noviembre de 1936 por el Ministro anarquista Juan García Oliver. Desde ese puesto detuvo las sacas y los fusilamientos en la retaguardia madrileña, salvando a miles de personas entre sus adversarios ideológicos. Melchor Rodríguez fue una figura clave para devolver a la República el control del orden público y las prisiones. No solo luchó contra una multitud en la cárcel de Alcalá que pretendía tomarse por su mano la justicia tras un bombardeo de los rebeldes, sino que aseguró el orden en las cárceles y devolvió la dignidad a la justicia. Bajo su mandato mejoraron las condiciones de los 11.200 reclusos de Madrid y su provincia”.

Cesado al frente de Prisiones, se le nombró delegado municipal de cementerios. Desde ese cargo, autorizó que su amigo Serafín Álvarez Quintero pudiera ser enterrado con una cruz en la primavera de 1938.

Domingo asume los claroscuros de la personalidad de Melchor Rodríguez: “Que tuviera cierta candidez como dicen algunos era muy propio de una determinada época y una determinada forma de ser de las personas. Pero salvó vidas, que eso es lo importante, y mantuvo la dignidad de la causa republicana, la de que la República no podía ser tan asesina como la parte que se había levantado”.

“Luego tenía el genio vivo, sus cabreos podían ser sonados. Pero esos defectos le humanizan mucho más. Y una cosa para mí le encumbra definitivamente, y es que se jugó muchas veces la vida en la guerra. Y se la jugó por salvar a sus enemigos de la eliminación física, por aplicar la legalidad republicana”.

Entre estos últimos, los Luca de Tena, Serrano Suñer y Muñoz Grandes, el general Carrasco Verde, o Raimundo Fernández Cuesta, aunque no hicieran demasiado luego a su favor, salvo Muñoz Grandes, quien intercedió para que le rebajasen su condena. Fue delegado especial de prisiones e inspector especial de prisiones en el Ministerio de Justicia que titulaba García Oliver.

 A su labor, se debe la paralización de las sacas en algunas checas y prisiones de partido, o en la de Alcalá de Henares, donde también se le ha rendido tributo a su figura. A solas, se enfrentó allí a unas doscientas personas que pretendían linchar a los presos tras haber sufrido un bombardeo: “¡Eso de tomarse la justicia por vuestra mano se ha terminado! De ahí no se toca a nadie”, les dijo.

Quizá por ello, Paul Preston considera que “tuvo que arriesgar la vida para salvar gente, creo que las actuaciones de las checas no favorecían a la República y lo que él hizo sí favoreció a la República”.

También ordenó traslados supervisados por él a las prisiones de Levante: “En fin, alimenta a los presos, adecenta los edificios, permite las visitas y a la Cruz Roja, lleva un registro de detenidos donde todos pueden preguntar dónde se encuentran. Un portento de decisión, energía, firmeza y redaños”, sostiene Domingo.

El último alcalde republicano

Melchor Rodríguez fue, circunstancialmente, el último alcalde del Madrid republicano, a raíz de que, a 28 de febrero de 1939, el Coronel Casado y Julián Besteiro, del Consejo Nacional de Defensa, le encargasen la entrega oficial del Consistorio a las tropas de Franco, tras la caída de la llamada “capital de la gloria”. Aunque oficialmente no se reconoció nunca por escrito ese papel, durante dos días, llevó a cabo el traspaso de poderes.

Poco más tarde, fue detenido y sufrió dos consejos de guerra. Absuelto del primero, el fiscal recurrió la sentencia y afrontó un nuevo proceso a cuyo término fue condenado a 20 años y un día, de los que cumplió cinco en la prisión de El Puerto de Santa María. A su salida, le ofrecieron un puesto en el Sindicato Vertical franquista, pero lo rechazó. Siguió militando en la CNT y, por ello, pasó por la cárcel en otras dos ocasiones. Cuando murió, el 14 de febrero de 1972, tras su féretro estuvo la bandera rojinegra del anarquismo español, una insólita licencia bajo la dictadura de Franco.

Entre otros testimonios, el documental recoge el de Ramón Luca de Tena, que estuvo preso en la cárcel Modelo bajo la República: “Melchor –afirma-- era una persona sensata dentro de toda la insensatez, quería poner un poco de humanidad dentro de una guerra haciéndonos ver que estábamos todos equivocados”.

Tuvo sus detractores entre la izquierda, como reconocía Santiago Carrillo: “La impresión que hemos tenido algunos mucho tiempo es que había estado protegiendo a la quinta columna. A lo mejor era un altruista que ponía la vida humana por encima de todo, un rara avis en una guerra civil como aquella”, reconocía Carrillo quien, en aquel momento era Consejero de Orden Público en Madrid.

A quienes salvó, sin duda, no les cupo duda de que, en realidad, estaba de parte de la vida y del derecho, como también demostró ayudando a María Silva “La Libertaria”, la superviviente de la choza de Seisdedos en la matanza de Casas Viejas. 

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