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Aung San Suu Kyi, la heroína birmana mancillada por la crisis de los rohinyás

Aung San Suu Kyi, la heroína birmana mancillada por la crisis de los rohinyás

EFE

Bangkok —

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La represión contra la minoría musulmana rohinyá en Birmania (Myanmar) ha mancillado la imagen de Aung San Suu Kyi, la heroína de la lucha por la democracia criticada por su connivencia con lo que la ONU tachó de “limpieza étnica de manual”.

Su actitud tras la ofensiva del Ejército birmano, de la que se cumple ahora un año y que llevó a 700.000 rohinyá a huir del estado Rakáin, en el oeste del país, hacia Bangladesh, fue la gota que colmó el vaso de la paciencia de muchos que se contaban entre sus admiradores.

“Es realmente decepcionante”, dijo la relatora de la ONU para los Derechos Humanos en Birmania, Yanghee Lee, en una entrevista en febrero en la que aseguró que “la Dama” podría ser considerada “cómplice” de lo que “tiene los trazos de genocidio”.

“Nunca fue una diosa de la democracia o los derechos humanos. Fue una política y sigue siendo una política”, añadió.

Los primeros síntomas de decepción ocurrieron antes incluso de la histórica victoria de su Liga Nacional para la Democracia en las elecciones de 2015 que pusieron a Suu Kyi al frente del primer gobierno elegido democráticamente en el país en medio siglo.

Respondió no solo con silencio al primer rebrote de violencia sectaria en 2012 en Rakáin sino también negándose desde entonces a llamar a los rohinyá por su nombre, eligiendo en cambio denominaciones como “musulmanes en Rakáin”.

Esos incidentes iniciaron la escalada represiva contra los rohinyá, que no tienen reconocida la ciudadanía y se les restringió la libertad de movimientos.

Mientras se acumulaban las pruebas de atrocidades cometidas por los militares en la última ofensiva, incluidos asesinatos, violaciones y quema de aldeas, Suu Kyi permitió que su oficina las calificara como “noticias falsas”.

Tardó tres meses en visitar la zona afectada por la violencia, iniciada tras el asalto armado de insurgentes rohinyá contra puestos policiales, y cuando lo hizo defendió la operación militar y restó gravedad al desastre.

Todo ello llevó a que organizaciones de defensa de los derechos humanos, antiguos colaboradores de cuando era presa política de la junta militar y personalidades galardonadas como ella con el Nobel de la Paz se hayan ido uniendo al creciente coro de críticas.

“Durante años he tenido una fotografía tuya en mi escritorio para recordarme la injusticia y el sacrificio que soportaste por amor y compromiso con el pueblo de Myanmar”, dijo en una carta el arzobispo sudafricano Desmond Tutu días después de la ofensiva militar.

“Es incongruente para un símbolo de virtud liderar un país así (...) Si el precio político de tu ascensión al más alto cargo en Myanmar es tu silencio, este precio es sin duda demasiado alto”, añadió.

El año pasado unas 386.000 personas firmaron una petición online para que se le retirara el Nobel de la Paz y la Universidad de Oxford retiró su nombre de una sala de la facultad en la que estudió por “ir en contra de los principios e ideales que una vez promovió”.

Desde el gobierno Suu Kyi ha fiado la respuesta a la violencia en Rakáin y a los abusos de los militares a la creación de comisiones lideradas por personalidades internacionales como el ex secretario general de la ONU, Kofi Annan.

Este presentó un informe con recomendaciones para corregir la “profunda discriminación” que padecen los rohinyá pero la mayoría de ellas no han sido implementadas.

De cómo hacerlo tenía que encargarse otra comisión de la que dimitió a la primera reunión el exembajador en la ONU de EEUU y viejo amigo de Suu Kyi, Bill Richardson, que denunció que el organismo era utilizado como “grupo de animadoras del gobierno”.

“La ausencia de liderazgo moral de Suu Kyi en este asunto es de gran preocupación”, dijo Richardson en un comunicado.

Los defensores de Suu Kyi señalan al escaso margen del gobierno para mantener a raya al Ejército, que al dirigir la transición hacia la democracia se reservó amplios poderes, incluidos los ministerios de Defensa, Interior y Fronteras, y poder de veto en el parlamento.

Sus críticos más acérrimos, en cambio, aseguran que su gestión de la crisis revela su racismo contra los musulmanes y un nacionalismo budista compartido con los militares.

“Tanto los generales como Aung San Suu Kyi cantan el mismo libro de himnos de nacionalismo budista y su visión de Birmania no deja mucho espacio a los musulmanes, y ninguno a los rohinyá”, dijo el académico exiliado en el Reino Unido, Maung Zarni, durante un viaje a Bangladesh.

Por Jordi Calvet

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