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De Berkeley a Madrid: las protestas estudiantiles en la década de los 60

Mario Savio, estudiante activista estadounidense

Rubén Díez García

Profesor de Sociología, Universidad Complutense de Madrid —

En la década de 1960, la juventud norteamericana y los estudiantes universitarios fueron los protagonistas de la contracultura y de la acción política, en la que se incluye también el movimiento por los derechos civiles.

Las movilizaciones estudiantiles y las discrepancias y disputas entre la “nueva” y la “vieja izquierda” emergieron en dicha década. En particular, las protestas de los estudiantes en Berkeley en 1964 tuvieron un impacto determinante sobre las movilizaciones de los estudiantes en países como Francia o Alemania Oriental.

Californianas en la Complutense

Este es el contexto de procedencia de las dos principales protagonistas del caso en el que he trabajado últimamente, –que va a ser publicado como parte de un libro colectivo, Miradas encontradas. Sociedades y ciudadanías de España y Estados Unidos, que profundiza en las relaciones entre Estados Unidos y España desde una perspectiva histórica–: las estudiantes de la Universidad de California, Berkeley, Roberta Alexander y Karen Winn, de 20 años.

Ambas entraron en contacto y establecieron estrechas relaciones de amistad con algunos estudiantes españoles implicados en el movimiento de oposición a la dictadura en la universidad madrileña de la Complutense durante su estancia en España entre 1966 y 1967.

Estas jóvenes crearon en la primavera de 1967 junto a otros compañeros un comité de estudiantes norteamericanos contra la guerra de Vietnam. Participaron en un acto organizado por estudiantes antifranquistas españoles que tuvo lugar en la Facultad de Ciencias Políticas y Económicas de la Universidad de Madrid para denunciar la intervención de Estados Unidos en Vietnam, razón por la cual fueron deportadas por el régimen de Franco en connivencia con la Embajada de su país, que demandó tal expulsión a las autoridades franquistas.

En España fueron precisamente algunos grupos y organizaciones de estudiantes antifranquistas los que introdujeron nuevas formas de acción, reivindicando su autonomía y quebrando el principio de subordinación a las organizaciones políticas de la “vieja izquierda”. Un fenómeno que caracterizaba a las movilizaciones que tuvieron lugar en aquellos años en contextos como el norteamericano, y el de algunos países europeos, y que inauguran una nueva etapa contemporánea de los movimientos sociales de carácter postmoderno. Estas dinámicas emergieron en los años 60 en estas sociedades y han adquirido progresiva visibilidad y relevancia desde entonces.

Nuevas manifestaciones y movilizaciones

Estamos finalizando la segunda década del siglo XXI y a lo largo de ella hemos sido testigos de las últimas oleadas de movilizaciones a escala global. La irrupción de marchas y manifestaciones feministas en numerosos países parece ser su última expresión, tras las movilizaciones de indignación que surgieron a principios de la década.

Aunque el caso de estudio se desarrolle medio siglo antes, y sus protagonistas transitasen por los epicentros de otra mítica gran oleada de movilizaciones de carácter igualmente internacional, estas jóvenes anticiparon dinámicas de interés y de utilidad para comprender el tiempo presente.

Se ofrecen claves interpretativas acerca de procesos sociales que están teniendo lugar en nuestras sociedades desde el advenimiento de lo que autores como Daniel Bell o Alain Touraine denominaron sociedad postindustrial. En cierto modo estos autores profetizaron otras conceptualizaciones con mayor predicamento desde finales del siglo XX, centradas en el protagonismo que han adquirido las tecnologías de la información o el carácter reflexivo de la segunda modernidad.

Discursos rivales y tensiones

Una característica de los movimientos sociales contemporáneos, por el grado de frecuencia, expresividad y centralidad que comienzan a adquirir desde entonces, es la emergencia de movimientos que rivalizan entre sí en torno a una misma cuestión.

En el pasado ya encontramos problemas que dieron lugar a discursos rivales en torno a importantes cuestiones, como los conflictos bélicos y el pacifismo, la esclavitud, el consumo de alcohol o los derechos de la mujer. Esta característica quedó camuflada por una visión historicista del cambio social, que vio durante mucho tiempo en el movimiento obrero al sujeto colectivo que impulsa a las sociedades en una dirección de progreso.

Una visión que comenzó a resquebrajarse con el advenimiento de la sociedad postindustrial, que trajo consigo una nueva estructura social y de estratificación, con un elemento vertebrador de los sistemas de producción y distribución en torno a nuevos grupos sociales con capacidad para controlar y gestionar la información y el conocimiento.

En este contexto, es destacable cómo, al calor de la contracultura, fue de la mano el surgimiento de la New Left en Estados Unidos, pero también de un fenómeno no tan estudiado y conocido, el afianzamiento de grupos y organizaciones que conformaron lo que se conoce como New Right.

En épocas en las que las sociedades se encuentran sujetas a tensiones como resultado de los intensos cambios sociales que se dan en sus estructuras sociales y sistemas de valores, y la incapacidad de las instituciones políticas para acomodarse a dichos cambios, es más frecuente observar posiciones discursivas que rivalizan entre sí. En ocasiones, en torno a cosmovisiones referidas a cómo entendemos el mundo, cómo nos dotamos de una identidad propia o los sistemas normativos e instituciones que guían nuestra vida social.

Tales tensiones se han convertido en la norma en sociedades occidentales, muestra del carácter reflexivo de la segunda modernidad, –o el carácter líquido, en palabras de Bauman–, que caracteriza nuestra vida individual y colectiva.

Juventud y movilización social

Este caso de activismo transatlántico informa sobre un tema clave en el estudio de los movimientos sociales, las cuestiones que tienen que ver con el carácter transnacional que progresivamente han ido adquiriendo éstos.

Con sus acciones en un ambiente muy poco propicio, estas entonces veinteañeras dieron muestra del empuje, brío y osadía de las cohortes de activistas más jóvenes en los contextos de movilización más adversos, como también les sucediera a los jóvenes españoles en su lucha contra la dictadura, informando de un aspecto clave en muchos movimientos sociales y revueltas que llegan hasta nuestros días: el empuje de la juventud en el surgimiento de protestas y movilizaciones.

Esto tiene relación con el hecho de que la juventud está jugando un papel clave en los procesos de cambio, dada la posición simbólica que ocupa. Dicha posición viene derivada de estilos de vida y de su participación en prácticas subculturales que ponen en cuestión las normas sociales, reivindicando su redefinición en la búsqueda de autonomía y autoafirmación. Ser joven deja de ser una condición biológica para complementariamente ser definida en términos culturales, potenciando a su vez la capacidad de ampliar la base social de dicho cuestionamiento, ya que abre la puerta a procesos de alineamiento entre personas con diferentes edades.

Este caso informa de cómo unos sucesos que tuvieron lugar hace medio siglo ya alumbraban algunos de los debates más significativos en el estudio de los movimientos sociales en las sociedades contemporáneas. En definitiva, cómo un sistema de valores pujante guió a los que participaron en aquella oleada de movilizaciones en su búsqueda de autonomía y realización personal y colectiva, y en la construcción de sociedades más democráticas.

En este sentido, sus formas de pensar y actuar fueron abanderadas en algunas cuestiones que hoy son moneda común, no sólo entre muchos jóvenes, sino para un conjunto importante de los ciudadanos, incluso para aquellos ciudadanos y grupos sociales no alineados estrechamente con el cambio.

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Puedes leer el original aquíThe Conversationaquí.

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