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“La ciencia no es para mí”. Y entonces, ¿para quién va a ser?

Una mujer se protege del sol con un abanico para aliviar el calor ante la subida de las temperaturas, en una fotografía de archivo.

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En 1959 el físico Charles Percy Snow, que después de pasar su jornada con científicos frecuentaba ambientes intelectuales literarios, dio una conferencia en la que se quejó de la falta de cultura de sus compañeros de tertulias:

“Muchas veces he asistido a reuniones de personas que, según la cultura tradicional, se consideran muy cultas y han expresado su incredulidad ante el analfabetismo de los científicos. Una o dos veces me han provocado y he preguntado cuántas de ellas podrían describir la Segunda Ley de la Termodinámica. La respuesta ha sido fría: también negativa. Sin embargo, yo preguntaba algo que es el equivalente científico de: '¿Ha leído alguna obra de Shakespeare?'”.

La tesis de “las dos culturas” que separan ciencias y humanidades ha sido muy influyente y discutida, y esta cita se ha utilizado por parte de algunos divulgadores para echarle la bronca a la gente que no sabe cosas, lo cual es una pésima estrategia. Más allá del tonito de reproche, la provocación de Snow me interesa porque incita a hacerse preguntas vigentes: ¿qué sabe la gente sobre ciencia?, ¿nos interesa la ciencia? y, si no es así, ¿por qué?

Existen sondeos para responder a estas preguntas. En España, la Encuesta de Percepción Social de la Ciencia y la Tecnología que realiza FECYT cada dos años lleva ya once ediciones desde 2002 y recientemente, se han presentado los resultados de la última, realizada en 2022. 

Es una encuesta puerta a puerta sobre más de 6.000 personas de todo el Estado español de la que se extraen datos como estos: en España, 9 de cada 10 personas saben que la Tierra gira alrededor del Sol y 8 entienden que humanos y dinosaurios solo han estado juntos en las películas. Casi tres de cada cuatro identifican el origen del cambio climático y una menor proporción es consciente de que los antibióticos sirven contra infecciones de bacterias.

No consiste en un examen de conocimientos —las preguntas que acabo de enunciar son solo una parte del sondeo—, sino que va mucho más allá: trata de evaluar cómo se relaciona la ciudadanía con la ciencia y también hacer preguntas sobre temas concretos que se van reformulando en cada edición, como inteligencia artificial, negacionismo, cambio climático o vacunas. Los resultados son oro puro para quienes tengan interés sobre estos temas y es difícil elegir uno solo; hay material para entretenerse hasta el infinito. 

Si los medios no sirven, tendremos solo información de los productores [información de parte].; o de cualquier otro canal, que puede ser un terraplanista

Gema Revuelta directora de Centro de Estudios de Ciencia, Comunicación y Sociedad en la Universitat Pompeu Fabra

Lo que a mí más me interesa: ¿en quién confía la gente para informarse sobre ciencia? Una gran mayoría cree que las organizaciones más adecuadas son las universidades y centro públicos de investigación, es decir, los propios generadores de conocimiento. A mucha distancia se sitúan los divulgadores científicos y museos de ciencia; y entre los considerados como menos adecuados estamos los periodistas. Vaya.

Como reflexionaba Gema Revuelta, directora de Centro de Estudios de Ciencia, Comunicación y Sociedad en la Universitat Pompeu Fabra, “esto es muy preocupante porque los medios de comunicación no solo deben transmitir el conocimiento que se va generando, sino también tener una actitud crítica para detectar aquellas cosas que no están funcionando bien y explicarlas al público”. Los periodistas tenemos por delante el reto de recuperar la confianza del público a la hora de informarse sobre ciencia. “Si los medios no sirven, tendremos solo información de los productores [información de parte].; o de cualquier otro canal, que puede ser un terraplanista”, añadía Revuelta.

Conquistar esta confianza va a ser clave, sobre todo en internet, que es el medio más utilizado—vídeos, podcasts, redes sociales y medios digitales—, superando por primera vez a la televisión, sobre todo entre las personas jóvenes y con más estudios.

Más datos relevantes, estos sobre brechas sociales: en el último año ha aumentado el número de personas que visitan museos de ciencia, leen divulgación o consumen medios sobre ciencia, pero no para todos por igual. Sí, también hay desigualdad en el acceso a los conocimientos científicos y está determinada por el género, la clase socioeconómica y la edad. Cómo no. En general, los hombres, las personas con mayor nivel de formación, ingresos y las más jóvenes participan más que el resto. Las mujeres, las personas mayores de 64 años y aquellas con menor nivel formativo son las que menos participan y la razón que aducen es que “No es algo para mí”. 

Por supuesto, todo el mundo es libre de no interesarse por algo; a mí no me interesan nada el fútbol, los concursos de cocina ni los deportes de riesgo, y no es porque no tenga acceso a ello —basta con encender la tele—, sino porque no apelan a nada con lo que me sienta implicada. Hay otras cosas que sí me interesan, como la ópera o la música clásica, a las que presto poca atención porque no sé casi nada de ellas.

Me decía un investigador de hábitos culturales que la proporción de gente que consume ópera es bastante constante y es muy difícil que aumente, y que no está claro que incentivar el acceso bajando el precio de las entradas revierta esta situación. ¿Pasará esto con la ciencia, habrá un techo de interés? Yo quiero creer que no. Me cuesta imaginar que a esos ciudadanos a los que no estamos llegando no les apetezca saber lo que la investigación científica tiene que decir sobre sus vidas; que no les cause curiosidad entender cómo explicamos el mundo para desenvolvernos en él.

Más allá de esos temas que nos afectan de manera directa y evidente (salud, sexo, clima), la ciencia toca una tecla que todos tenemos y que no es patrimonio de un género, una edad o una clase económica o cultural: la de la curiosidad

Posiblemente, no estén encontrando informaciones o actividades sobre ciencia que apelen a sus intereses. Sin embargo, cada semana se publican estudios relacionados con desigualdad, género, longevidad, acceso a la salud, bienestar, pobreza energética, olas de calor y un sinfín de temas que tocan directamente a estos grupos de población más que a otros. ¿No se cuentan en los medios, no son tan espectaculares como para generar titulares? Sí, los estamos contando. Cada día este diario, como la mayor parte de los medios generalistas, los lleva en portada; lo que creo que sucede es que el público no los identifica tan claramente con la ciencia como el lanzamiento de una misión de la NASA o de un nuevo fármaco.

Pero, más allá de esos temas que nos afectan de manera directa y evidente (salud, sexo, clima), la ciencia toca una tecla que todos tenemos y que no es patrimonio de un género, una edad o una clase económica o cultural: la de la curiosidad. Quizá estemos contando la ciencia como algo para unos pocos, para los muy listos, los cultivados, los que tienen tiempo de pararse a entenderla. 

A usted que me lee, ¿cree que le interesa la ciencia? Ojalá no. No lo digo por epatar, ojalá sea una de esas personas que no flipan con la ciencia y, aun así, haya llegado hasta aquí. Esta es una de las obsesiones de los periodistas científicos: atraer a esa mayoría que no piensa en la ciencia cuando se les pregunta por sus intereses más inmediatos.

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