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España es el país de Europa más expuesto a la contaminación provocada por el creciente tráfico de cruceros

Buques de crucero en el puerto de Málaga.

Raúl Rejón

Contaminación a cambio de recibir cada vez más cruceros. España es el país europeo más expuesto a la polución del aire causada por los buques turísticos, según un estudio de la asociación Transport&Enviroment (T&E). Barcelona y Palma son los puertos con peores registros –especialmente de sulfuro– aunque también presentan niveles altos Santa Cruz de Tenerife, Las Palmas, Ibiza, Valencia, Cádiz,  Arrecife o Málaga.

El turismo de cruceros crece a ojos vista en España. El año pasado se rompió la barrera de los 10 millones de cruceristas con una incremento del 9,6% respecto al año anterior. En 2014 habían sido 7,6 millones, según el recuento de Puertos Españoles, un salto del 39%. El sector se ha multiplicado por 18 en los últimos 25 años, calcula el departamento dependiente del Ministerio de Fomento.

Todo ese volumen al alza impone una factura ambiental. A más turistas, más buques atracando en los 46 puertos del Estado. En 2017 utilizaron los atraques españoles 172 buques turísticos, según los datos del Sistema de Identificación Automatizado (AIS), recopilados por T&E. Supusieron 4.238 cruceros. Al año siguiente fueron 4.384, según la estadística de Puertos. 

Dependiente de combustibles fósiles

El transporte marítimo, de mercancías o personas, depende de los combustibles fósiles. Además, los carburantes que usan los buques para desplazarse están menos refinados y sujetos a estándares de emisión menos estrictos que, por ejemplo, el transporte por carretera. Este sector es el menos regulado del transporte en la Unión Europea. De esta manera, los niveles de emisión de óxidos de sulfuro exigidos a los barcos es cien veces inferior al del diésel o la gasolina de los coches.

Esto se ha traducido en que la navegación siga siendo un “considerable contaminador”, como lo describe T&E. “El análisis indica que las emisiones, sobre todo de los cruceros de lujo, empeoran gravemente la calidad del aire, en especial en los puertos más famosos”, ha concluido el estudio de la organización. El mar Mediterráneo es el más perjudicado por este continuo trasiego que contamina el aire.

La flota de cruceros que navega por Europa –no muy extensa: 203 barcos– emite al año 62.200 toneladas de óxidos de sulfuro y 155.000 de óxidos de nitrógeno, refleja el cálculo de T&E. Solo 30 compañías son responsables de este volumen de contaminación. 14.500 toneladas de ese sulfuro se libera en España. “50 veces más que lo que emite el parque completo de coches anualmente”, recuerda el estudio. En el caso de los dióxidos de nitrógeno, España recibe 27.000 toneladas desde las chimeneas de los barcos. Italia le sigue en el ranking con 25.000.

El Mediterráneo, otra vez, el más perjudicado

La mayoría de estas emisiones se producen en la cuenca mediterránea. Cuatro de los cinco países más expuestos están en sus costas: España, Italia, Grecia y Francia, al que se le une Noruega. Otros de los principales puertos perjudicados, además de los españoles, son Venecia, Civitavecchia o Nápoles en Italia y Marsella, Niza o Cannes en Francia. Esto es debido a que los cruceros “pasan más tiempo en la ribera de estos países del sur europeo”. 129.742 horas en el caso de España. Buena parte de lo que lanzan a la atmósfera se hace cuando los barcos están atracados para mantener en funcionamiento sus sistemas. Los países origen del negocio crucerista también tienen puertos altamente expuestos como Hamburgo en Alemania o Southampton en el Reino Unido.

El informe concluye que “incluso un número relativamente pequeño de buques implican grandes emisiones debido al rigor insuficiente que se aplica al combustible y los estándares de los motores marítimos”. La conclusión del estudio no pide menos tráfico de cruceros, sino implantar tecnologías de cero emisiones en los puertos para que los buques se enganchen a la red eléctrica cuando están atracados o extender las zonas de baja emisión (como las existentes en el mar Báltico), que impiden la navegación a barcos contaminantes, para empujar a las compañías a que sus flotas reduzcan sus emisiones. 

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