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Así viven los docentes interinos: “En 10 años he pasado por 24 colegios”

Carolina González, maestra interina desde 2005. Foto cedida.

Sofía Pérez Mendoza

Contratos de meses, semanas e incluso días. Ahora aquí, ahora allá. Hoy en psicomotricidad y mañana en música. Es el día a día de los docentes interinos, los que aprobaron la oposición pero no obtuvieron la suficiente nota (o puntos) para optar a una plaza fija en algún centro educativo. Pasan por muchos y, entre uno y otro, la espera, la desesperación, la incertidumbre, los tiempos muertos sin cobrar.

El Ministerio de Hacienda y Administraciones Públicas no dispone de una relación de interinos en todo el Estado porque “las competencias en Educación están transferidas”. Ante la falta de información, el Sindicato de Profesores ANPE ha hecho un cálculo medio aproximado con la información “poco transparente” que proporcionan las regiones.

Según sus cifras, alrededor de un 20% de la plantilla de docentes en España son interinos, una proporción muy superior al 8% que se necesitan, de acuerdo con el sindicato, para cubrir comisiones de servicio, bajas por enfermedad y maternidad y excedencias. “No hay suficiente oferta de empleo público y se están sustituyendo por interinidades plazas que deberían ser fijas”, denuncia ANPE.

En algunas regiones, el porcentaje de interinos se dispara mucho más: en Cantabria alcanza el 31% en este curso y en su vecina Asturias llega al 26%. “Parece que todas las medidas, tanto estatales como autonómicas, van dirigidas a fomentar la rotatividad de las plantillas. En Madrid, por ejemplo, si no apruebas en las dos últimas convocatorias de oposiciones te sacan de la lista ordinaria, y eso es sinónimo de paro”, afirma Isabel Galvín, secretaria de Educación de CCOO.

Educación ha recuperado en los últimos presupuestos preelectorales la tasa de reposición del 100% para el curso 2016, tras reducirla al 10% en 2012. Esto significa que se cubrían solo una de cada diez jubilaciones. Con esta última modificación se presupone un aumento de la oferta en el próximo año, aunque los  entre 30.000 y 25.000 puestos de trabajo perdidos en la educación —según los cálculos de diferentes sindicatos— no se van a recuperar por el momento.

Carolina (34): “Mi vocación se está consumiendo”

Carolina González tiene 34 años y una hija. Lleva 10 dando vueltas por distintos colegios de la Comunidad de Madrid. Si echa la cuenta le salen 24. “La inestabilidad está consumiendo poco a poco mi vocación. La ilusión y las ganas no son las mismas”, admite. Este año ha sido el quinto que se ha presentado a las oposiciones y, una vez más, la nota no ha llegado para optar a una plaza fija. “Me llamaron pronto, pero la baja que cubro es de mes y medio. En dos semanas, asume, vuelvo al paro, hasta que vuelvan a reclamarme”.

La maestra tiene el máximo de puntos en experiencia, aunque desde el cambio de criterios en la Comunidad de Madrid el tope es de cinco años. “Da igual que hayas trabajado seis que veinte”, se lamenta. El decreto autonómico de 2013, donde se incluye esta modificación, contempla además variaciones en la composición de las listas que excluyen a los docentes que no han aprobado en las dos últimas convocatorias de oposiciones del listado ordinario, sea cual sea su experiencia. “Así es muy complicado ganar estabilidad”, se queja Carolina.

Mely (59): “Tengo la sensación de que acabo de llegar”

Mely de la Cruz lleva 26 años dando clase de francés en Escuelas Oficiales de Idiomas de Madrid. En 2012, con los recortes educativos, dejó de cobrar los meses de verano. Decidió echarse la manta a la cabeza y reclamar su salario. Ganó a la Administración y su sentencia, pionera, ha animado a otros docentes a luchar por sus derechos laborales. “El curso no acaba en junio. En septiembre hay exámenes y alumnos que atender. Es intolerable que nos cesen el 30 de junio y nos llamen días sueltos a la vuelta para cubrir las evaluaciones”, critica.

El próximo 20 de octubre tiene que volver a juicio, esta vez para pelear por su sueldo del verano de 2014. “Voy animada, con ilusión. La gente tiene que saber que no nos tratan bien”, dice al otro lado del teléfono mientras se prepara para ir a clase. Este año solo está contratada por media jornada: tiene 10 horas lectivas a la semana, dos por día. “Llevo toda mi vida como docente teniendo la sensación de que soy una recién llegada, de que acabo de terminar los estudios”.

María (24): “No me puedo pagar ni el piso”

María se presentó al examen en Madrid y en Andalucía “por si acaso”. El día que la llamaron para cubrir una baja por enfermedad tuvo que desplazarse a la carrera desde Córdoba, donde vivía, a la capital. Se incorporó 24 horas después con la idea de permanecer en el mismo colegio, un centro público de Galapagar, al menos hasta el 30 de octubre. Pero la sustitución, para apoyo a Infantil y psicomotricidad, terminó cuatro días después.

“Había firmado ya el contrato de alquiler del piso que tuve que buscar a la desesperada, con dinero prestado por mis padres, claro”, cuenta. Todavía no ha cobrado esos días trabajados, y no lo hará hasta finales de este mes porque las nóminas, según explica, “se cierran entre el 12 y el 15 del mes” y ella se incorporó el 18 de septiembre. 

“El problema de todo es que nadie sabe nada. Nadie te respalda ni tiene en cuenta que tenemos que vivir. Hasta que no acabe octubre mi familia me paga todo: el piso, el transporte...”, critica la psicopedagoga, que ahora trabaja en otro colegio de Las Rozas. ¿Hasta cuándo?: “No tengo ni idea”.

Carlos (23): “Trabajo en dos centros a la vez”

Lunes y miércoles a uno. Martes y jueves a otro. Y viernes, repartido entre los dos centros. Es la semana de Carlos, maestro de Audición y Lenguaje. Aprobó las oposiciones en junio y desde principios de curso cubre una sola vacante dividida en dos colegios. “Hace dos años todas las horas se dedicaban a un único centro, pero con los recortes el puesto se ha convertido en itinerante. Es decir, que la jornada completa se reparte en dos sitios distintos”, explica el docente.

El resultado de esta operación es que ambos centros educativos han sufrido un recorte de recursos destinados a los alumnos y alumnas de integración, además de a otros que requieran de apoyo en comprensión lectora, por ejemplo. “El niño o niña que queda fuera del paquete integración no puede recibir esa atención. Además, las clases reúnen a más personas. Da rabia verlo desde dentro”, reconoce.

Con todo, Carlos lleva su situación con estoicismo. Se consuela con “tener trabajo” tras opositar por primera vez. “Mi especialidad no es muy demandada y los dos coles están en el mismo municipio. Solo pierdo cinco minutos en coche para desplazarme de uno a otro. Podría haber sido peor”.

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