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La escuela resiste a la COVID, pero preocupa el ascenso de la incidencia entre los menores

Medidas preventivas contra la COVID en un colegio

Daniel Sánchez Caballero

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Llevábamos, al menos a nivel informativo, un primer trimestre escolar muy tranquilo. La escuela parece aguantar frente a la COVID, como lo hizo el año pasado en lo peor de la pandemia, probablemente ayudada por el hecho de que es el sector, junto a la Sanidad, que menos ha desescalado: tiene básicamente las mismas medidas que el curso anterior, excepto que los alumnos están más cerca en algunas comunidades, pero siguen llevando mascarilla.

Pero, como ocurre a nivel general, la tendencia alcista de la incidencia está empezando a reflejarse en los centros educativos. La incidencia entre los menores de 11 años, el último colectivo sin vacunar, se ha duplicado en solo dos semanas: de 80 casos por cada 100.000 habitantes hace quince días ha pasado a 166 este viernes. Es exactamente la misma diferencia que hay entre la IA de este grupo de hasta 11 años respecto a la general: un 50% más alta. El grupo de edad de 0 a 11 ha pasado de tener menos contagios que la población general a tener más al quedarse como último colectivo sin vacunar. Además, la semana pasada dos brotes, uno en Catalunya y otro en Madrid, hicieron sonar alguna alarma por sus dimensiones: en San Cugat del Vallés se registraron 41 positivos y 347 personas fueron aisladas; en Getafe, los contagiados fueron 56 y 178 alumnos tuvieron que ponerse en cuarentena.

Pero una comunidad está adelantando a todas por la derecha. Navarra tiene una incidencia entre menores de 11 años de 661 casos por 100.000 habitantes en 14 días, el triple que la siguiente que más tiene si se excluye Euskadi, que tampoco le va la zaga, con 473 casos de incidencia en esa edad. En la comunidad foral hay 1.245 escolares confinados, cifra que supone un 2% del total cuando la tasa general es del 0,2%, diez veces menor.

Una cuestión a la que prestar atención, pero sin alarmismos, opinan los epidemiólogos. “Nunca habíamos visto brotes de esta magnitud”, explica el epidemiólogo y pediatra Quique Bassat. “Las escuelas habían sido un oasis de tranquilidad desde septiembre, pero a principios de noviembre empezó a haber más casos”, explica. “Las cosas irán a peor y la incidencia seguirá aumentando en los centros porque está aumentando en el conjunto del país”.

Y la situación tiene lógica, continúa: “Es el lugar donde quedan los no vacunados, por lo que es normal que suba la incidencia” (en la franja de entre 12 y 19 años hay un 83,2% de inmunizados con la pauta completa). La preocupación de Bassat radica en que aunque “los datos siguen siendo buenos, la tendencia no lo es tanto –llevamos tres semanas de subida– y es precisamente la tendencia más que el número lo que hay que mirar”.



Y la tendencia es clara al alza. El documento en el que el Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias (CCAES) actualiza cada semana la incidencia del coronavirus en los centros educativos refleja que el número de brotes lleva subiendo desde que empezó el curso. En menos de dos meses, los brotes detectados han pasado de 36 en la última semana de septiembre a 135 este viernes, casi cuatro veces más. En cuanto al número de contagios, la evolución es similar: de 239 casos detectados en siete días hemos pasado a 892. En ambas estadísticas, la Educación supera otros ámbitos como el laboral o el sanitario, aunque no el familiar ni el social.

Mario Fontán, epidemiólogo, coincide con Bassat en que “las escuelas son seguras”, y cree que en este punto es más conveniente mirar las incidencias por territorios porque la cobertura vacunal o la respuesta sanitaria son distintas. Si ese es el criterio, Navarra (con una IA de 661 a 14 días en menores de 11 años, según Sanidad) y Euskadi (473) son los territorios más señalados.

También alerta Fontán de que la especial atención a las escuelas puede tener un “sesgo de vigilancia”: como se temió en origen que serían focos descontrolados de transmisión del coronavirus, se mira especialmente lo que pasa en ellas. Y cree que, sin ser deseable, tiene su lado positivo: “Es indicativo [detectar brotes] de que estás vinculando casos, detectando el origen. Siempre es mejor filiar los casos”, explica.

El educativo es, junto al sanitario, el último sector en desescalar. De hecho, apenas ha habido cambios este curso respecto al anterior. La principal novedad este curso es que el alumnado ya no tiene que mantener el metro y medio de distancia entre sí, pero las mascarillas siguen siendo obligatorias en clase, lo que tiene contenida la expansión del virus: apenas el 0,2% de las aulas del país está confinada ahora mismo, según datos del Ministerio.

La flexibilización, paralizada

Sin embargo, a rebufo de la desescalada general y los buenos datos de incidencia de las últimas semanas (que ahora se han revertido), algunas comunidades estaban empezando a aplicar pequeñas medidas de relajación, que pasan a estar en entredicho. En Galicia, la Xunta se estaba planteando algunos cambios en la dirección de mejorar la interacción de las familias y los centros, reducida a la casi nada con la pandemia, según el conselleiro, Román Rodríguez. Pero el marco ha cambiado: “Vamos a analizarlas y estudiar si seguimos con ellas o no en función de la situación pandémica”, advirtió Rodríguez el pasado martes.

Madrid es una de las comunidades que ha retirado la obligatoriedad de llevar las mascarillas en los exteriores de los centros educativos si se puede mantener la distancia de seguridad de 1,5 metros. Otras comunidades lo valoraban también. El acuerdo entre gobierno central y autonomías del pasado verano para el inicio de curso deja poco margen para más.

Bassat no cree que haya mucho que hacer en los centros. “Quizás volver al uso generalizado de las mascarillas”, dice sin mucha convicción. Fontán cree que apenas tiene incidencia esta medida, si es que tiene alguna, y que actuar de manera focalizada sobre las escuelas puede ser injusto y además ineficaz. “Implementar medidas únicamente en la escuela si el resto la vida es normal, deja al sector educativo en una situación desigual respecto a otros”, opina, y añade que tampoco tendría mucho sentido: “Aplicar medidas selectivas en una población no vacunada puede no ser suficiente si la transmisión está subiendo de manera generalizada en la comunidad”, argumenta.

Pero la evolución de los datos sí ha cambiado el parecer de Bassat respecto a la vacunación de los menores de 12 años. “A la espera de que se apruebe la vacuna para menores de 12, en un contexto de subida de la incidencia y de los casos igual sí está justificado fomentar la vacunación de los menores”, reflexiona. “Yo siempre había sido reacio con incidencias más bajas, pero ahora igual sí”, concluye.

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