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El espíritu navideño de los beirutíes, roto en cien pedazos

El espíritu navideño de los beirutíes, roto en cien pedazos
Beirut —

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Beirut, 24 dic (EFE).- Es media mañana, falta poco para Navidad y Silvie Mousalli está sentada en una silla de ruedas en el balcón de su casa en el barrio beirutí de Karantina, la zona cero de la explosión que el pasado agosto devastó la capital libanesa. Parece un día cualquiera, si no fuese por dos solitarias guirnaldas colgadas a la entrada del inmueble.

Una planta de Pascua sobre un mantel rojo con motivos navideños no logra dar a la estancia el espíritu festivo de otros años; una ONG colocó cristales nuevos en las ventanas y arregló las puertas de la vivienda, pero todavía quedan paredes por pintar, huecos por tapar y varias cosas que remendar.

“Solía decorar y poner un árbol, colocar un pesebre, pero esta año no. Mi árbol se rompió en cien pedazos a causa de la explosión”, explica a Efe Mousalli, en el salón de la misma casa en la que se encontraba con su cuidadora, Rita Khoury, el día de la tragedia, el 4 de agosto.

A su lado, en el sofá, Khoury señala que ambas sobrevivieron “de milagro” a la deflagración que se cobró la vida de más de 200 personas, causó heridas a más de 6.500 y dejó a cerca de 300.000 sin hogar, sin que por ahora se conozcan los motivos detrás del estallido.

Las dos resultaron heridas aquella tarde. La mujer mayor debe acudir, además, dos veces por semana al hospital para ser sometida a diálisis.

Mousalli espera poder ir a misa el 25 de diciembre en la iglesia de Karantina, donde los obreros trabajan a contrarreloj en la reconstrucción con la esperanza de poder reabrir el templo para celebrar el nacimiento de Jesucristo.

UN AÑO PARA OLVIDAR

A pesar de las luces y abetos colocados en algunas calles y de los todoterrenos que se pasean a ratos con los villancicos a todo volumen, el Líbano, donde algo menos del 40 % de la población es cristiana, tiene poco que celebrar estas fiestas.

A su peor crisis económica desde la guerra civil (1975-1990) se ha sumado la pandemia del coronavirus y la deflagración en el puerto de Beirut no a hecho más que dar el golpe de gracia a la hastiada población del pequeño país mediterráneo.

“Duele dentro, esta explosión es algo que no puedes procesar, ahora cualquier ruido nos hace saltar y este sentimiento es muy doloroso”, comenta Khoury, al defender que sus heridas fueron “nada” comparadas con “aquellos que perdieron una pierna o un brazo” o con “los niños que murieron”.

“La agonía que sentimos el día de la deflagración o la noche de después no se la desearías a tus enemigos”, agrega.

Mientras tanto, la crisis económica no da un respiro y Mousalli lamenta el incremento generalizado de los precios. Afirma que ahora se gasta unos 650 dólares mensuales (al cambio oficial) en medicinas, mucho más que antes, e incluso los analgésicos son difíciles de encontrar.

FORZAR UNA SONRISA

En el vecino barrio de Mar Mikhael, otro de los más afectados por la explosión, la casa de Marie y Michel Deeb también necesita todavía una mano de pintura y cubrir el cemento colocado en las grietas.

“Ayer vino al callejón un grupo de gente con un Papá Noel y estaban cantando y bailando. Sientes un poco de alegría, pero por dentro no estamos felices”, explica a Efe Marie, de 54 años, que recibió 22 puntos de sutura en la cabeza y el brazo tras resultar herida.

Doce personas fallecieron el 4 de agosto en su zona y Michel, de 70 años, asevera con los ojos vidriosos que la actual situación es “peor que la guerra”.

“En los días de la guerra, solían caer misiles en nuestra área y algunas cosas solían romperse, pero esta vez en un minuto todo desapareció”, sentencia.

Aquel fatídico 4 de agosto, la explosión de casi 3.000 toneladas de nitrato de amonio generó una onda expansiva que destrozó todos los barrios de alrededor del puerto y su efecto se hizo notar en casi toda la ciudad.

A pesar de todo, Marie va a celebrar la inminente Navidad, aunque sin “hacer preparativos y ser felices como antes”. Y lo hace por su familia, aferrándose como puede al verdadero espíritu navideño de compasión y ayudar al prójimo.

“Tenemos hijos y nietos, por lo que estamos obligados a convertirnos en personas felices, aunque realmente no lo somos”, lamenta.

Noemí Jabois y Anna María Guzelian

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