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No sabemos si es posible alcanzar la inmunidad de grupo, pero tampoco importa

Dosis de la vacuna de AstraZeneca. EFE/Bienvenido Velasco/Archivo

Sergio Ferrer

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Una de las lecciones de la pandemia es que el mundo real no siempre coincide con lo observado en ensayos clínicos, experimentos de laboratorio, modelos matemáticos y cálculos teóricos. Quizá por eso los porcentajes que rodean a la inmunidad, tanto individual como colectiva, no son fáciles de entender. ¿Qué significa que la inmunidad de grupo se alcance una vez que el 70% de la población está protegida? ¿Y que una vacuna tenga una eficacia del 95%?

A los investigadores que trabajan con vacunas les gusta aclarar que la “eficacia” es el resultado de los ensayos clínicos (fase III), mientras que la “efectividad” es lo que se observa durante las campañas de vacunación en el mundo real (fase IV). Fuera de los artículos científicos, a menudo ambos términos se entremezclan.

Una eficacia del 95% no significa que el 95% de los vacunados esté protegido, ni que las personas inmunizadas solo tengan un 5% de probabilidades de infectarse si entran en contacto con el virus. El investigador de la Universidad de Oxford (Reino Unido) Piero Olliaro aclaraba en una carta enviada a la revista The Lancet Infectious Diseases que este porcentaje hace referencia a la disminución de casos observada en una población concreta a lo largo de un tiempo determinado.

“Una eficacia del 95% significa que, en vez de 1.000 casos de COVID-19 en una población de 100.000 personas a lo largo de tres meses, tendríamos 50 casos [si las vacunamos a todas]”, explicaba Olliaro. Por eso advertía de que estos porcentajes observados podían variar si los sueros se usaban en poblaciones con diferentes exposiciones y niveles de transmisión. Desde un punto de vista individual, la eficacia se puede entender como “la disminución que tiene una persona en el riesgo de desarrollar la enfermedad”, según explica a elDiario.es el investigador del King’s College de Londres (Reino Unido), José Jiménez.

Las vacunas (todavía) no se pueden comparar

Jiménez matiza que la eficacia “es el porcentaje de protección en un momento determinado en una población determinada”. En otras palabras, los porcentajes ofrecidos por ensayos clínicos y notas de prensa no son comparables ni extrapolables entre diferentes vacunas. A pesar de esto en la población ha calado la idea, basada en estas cifras, de que algunos sueros protegen más que otros.

“Cuando ves los porcentajes de eficacia de los ensayos clínicos piensas que Pfizer es mejor que AstraZeneca, pero eso no se puede concluir porque cada compañía establece criterios diferentes de lo que es la enfermedad leve, moderada y grave”, asegura Jiménez. “Además, hay que tener en cuenta los factores demográficos, porque los ensayos de cada vacuna no se hacen con la misma población”.

Las diferencias no terminan ahí: el lugar geográfico y el momento en el que se llevan a cabo los ensayos también determinan los resultados. “Depende de la situación del país: la incidencia de la COVID-19, las medidas en marcha, las variantes presentes…”, enumera el virólogo.

Cuando ves los porcentajes de eficacia de los ensayos clínicos piensas que Pfizer es mejor que AstraZeneca, pero eso no se puede concluir porque hay que tener en cuenta factores demográficos, y los ensayos de cada vacuna no se hacen con la misma población

José Jiménez Investigador del King’s College de Londres

Para Jiménez nada de esto implica que no haya vacunas mejores que otras, simplemente que “ahora mismo no podemos saberlo”. Explica que “la mejor vacuna es la que induce una mejor respuesta, protege contra variantes e induce inmunidad durante más tiempo”. ¿Qué suero logrará todo esto con mejor nota? “Lo sabremos en el futuro con más datos”.

A todo esto hay que sumar que para decir que una vacuna es mejor que otra hay que mirar más allá de la eficacia: una vacuna perfecta no sirve de nada si un país determinado no puede adquirirla, almacenarla e implementarla. La mejor vacuna contra la COVID-19 es aquella que se utiliza. Lo importante a día de hoy, recuerda Jiménez, es que “todas las vacunas autorizadas evitan la forma grave de la enfermedad y muertes”. Esto, sin embargo, no implica que una persona inmunizada no pueda infectarse.

“En mis pacientes veo que la gente asocia la vacuna con una protección perfecta y eso es un problema, porque no es así”, asegura el MIR de medicina preventiva Mario Fontán. Lo más probable es que las infecciones sean asintomáticas o leves, pero esto no quita para que se produzcan.

“La eficacia de una vacuna nunca es del cien por cien”, dice Jiménez. “Cuando la aplicas a millones de personas siempre habrá individuos en los que no funcione bien por su sistema inmunitario o porque no se almacene bien, se rompa la cadena de frío o no se ponga bien”. El investigador advierte de que, debido a esto, en los próximos meses veremos casos de fallecimientos en personas completamente vacunadas: “Hay que incidir en que no significa que sean malas, porque pasará muchísimo menos que si no se usaran”.

En mis pacientes veo que la gente asocia la vacuna con una protección perfecta y eso es un problema, porque no es así. Lo más probable es que las infecciones sean asintomáticas o leves, pero esto no quita para que se produzcan.

Mario Fontan MIR de Medicina Preventiva

La malinterpretada inmunidad de grupo

El término inmunidad de grupo, de rebaño o colectiva ha sido uno de los más repetidos durante la pandemia. Por desgracia, también es de los más malinterpretados. Tanto, que se puede dividir su significado en dos: el real y el que se ha adoptado en el imaginario colectivo. “Desde un punto de vista teórico, la inmunidad de grupo se obtiene del número básico de reproducción R”, explica Fontán. “No deja de ser una estimación puramente teórica del punto a partir del cual estaría por debajo de 1” y por lo tanto la epidemia iría decayendo. “Esto no quiere decir que la transmisión inmediatamente sea 0, sino que esta tiende a decrecer hasta ser residual”.

Ese es el origen del famoso 70% de inmunidad a partir del cual la pandemia remitiría. Como todos los modelos y cálculos teóricos, cuenta con importantes limitaciones. “Es un cálculo numérico muy bruto y poco afinado, con pocos matices. La realidad es otra”, asegura Fontán. La R, otro término malinterpretado, no se mantiene constante sino que cambia según el momento y el lugar. Además, ni las vacunas ni las campañas de inmnunización son perfectas en el mundo real.

El porcentaje no es una verdad inmutable escrita en piedra, pero Fontán sí cree que permite obtener un “horizonte” de cobertura vacunal “muy tangible” para el imaginario colectivo: un punto de inflexión. Ese punto, sin embargo, podría llegar antes. “El primer hito es tener una cobertura vacunal suficiente en los grupos vulnerables, porque el objetivo de la campaña es proteger a quien es más probable que sea ingresado o fallezca”. En otras palabras, que “el impacto social de la pandemia sea el mínimo posible”.

Este hito, según Fontán, es mucho más importante que el del 70% de población total vacunada y también mucho más cercano. “Lo que condiciona la respuesta de los gobiernos y la implementación de medidas restrictivas es que el coronavirus se traduce en un colapso sanitario. Cuando los ingresos sean manejables la situación estará más controlada”.

No sabemos a ciencia cierta cuál va a ser el nivel de transmisión cuando llegue ese 70%, lo que sí tenemos claro es que tener vacunados a los más vulnerables mitigará la pandemia como fenómeno social y hará que el escenario sea diferente

Mario Fontán

Alcanzar un 70% de población vacunada tampoco implica, en el mundo real, que el número básico de reproducción no pueda crecer por encima de 1. “Hay muchos factores que hacen que suba, como que la efectividad de las vacunas no es del 100% y no todo el mundo responde igual de bien a ellas, sin contar con las variantes”, dice Fontán. Por otro lado, la inmunidad natural de quienes han pasado la infección puede hacer que la R baje.

“No sabemos a ciencia cierta cuál va a ser el nivel de transmisión cuando llegue ese 70%, lo que sí tenemos claro es que tener vacunados a los más vulnerables mitigará la pandemia como fenómeno social y hará que el escenario sea diferente”, añade Fontán. El médico considera que el enfoque de si se puede alcanzar la inmunidad de grupo “puede ser interesante a nivel académico, pero lo que nos preocupa es cómo repercute la COVID-19 socialmente”. Este debate “perderá relevancia” si la mayoría de infectados son asintomáticos y la circulación del SARS-CoV-2 no se traduce en un impacto social, económico y político como el observado hasta ahora.

Además, el sanitario cree que el horizonte del 70% “desplaza el foco de una de las principales virtudes de las vacunas, que es evitar el mayor sufrimiento posible”. Fontán teme que “marcar en el calendario” esta meta “no favorezca la necesaria comunicación sobre los matices” que tienen las vacunas. Estas evitan fallecimientos y cuadros graves con una altísima eficacia, pero no son perfectas.

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