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La FIFA negocia un patrocinio de 100 millones de euros con la petrolera estatal saudí un mes después de darle el Mundial

El presidente de la FIFA, Gianni Infantino, el príncipe saudí Mohammed Bin-Salman y el presidente ruso Vladimir Putin en un partido del Mundial de Rusia 2018.

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Apenas dos semanas después de darle el Mundial de fútbol de 2034 a Arabia Saudí tras maniobrar para que no tuviera rival, la FIFA negocia con la petrolera estatal del país, Aramco, un contrato de patrocinio que se calcula en unos 100 millones de euros anuales hasta que se dispute el evento.

El acuerdo, adelantado por el Times, convertiría a Aramco en el principal benefactor de la Federación Internacional de Fútbol, una cartera de inversores que incluye a Adidas y Coca Cola, y supondría unos ingresos de 1.100 millones de euros para la entidad. Ahonda también en la buena relación entre Gianni Infantino, presidente de la FIFA, y el heredero saudí, Mohammed Bin-Salman.

Esta maniobra es ya un clásico de la FIFA, que suele buscar gigantes locales para patrocinar los eventos que organiza. En el Mundial de la ahora denostada Rusia, en 2018, fue la energética Gazprom y en Qatar 2022 le tocó el turno a Qatar Airways. La federación que dirige Infantino incluso intentó firmar un acuerdo para el reciente Mundial femenino con la agencia turística Visit Saudí –de un país que no respeta los derechos de las mujeres–, pero el acuerdo no fructificó finalmente, en parte por las protestas de las propias futbolistas.

La negociación llega menos de un mes después de que la FIFA anunciara por sorpresa que Arabia Saudí era la única candidata para organizar el Mundial de 2034. La designación no es oficial aún, pero es cuestión de tiempo porque no tiene rival. Esto ha sido posible por una serie de decisiones de la FIFA en los últimos años, que han llevado indefectiblemente a que el país árabe fuera el único candidato posible.

Primero fue la oficialización de que los mundiales tienen que alternar entre continentes (regiones del mundo fútbol, en concreto, que separan las dos américas) con un margen de ocho años, lo que provocó que Arabia no pudiese presentarse al Mundial de 2030 porque el de 2022 lo había celebrado la vecina Qatar. Esto a su vez derivó en que el de 2034 se adjudicara a España, Portugal, Marruecos, con un partido en Argentina, Uruguay, y Paraguay. Tres regiones (Europa, África y América del Sur) fuera. De esta manera, la competición de 2034 solo podía ser en Asia u Oceanía. Pero aún coleaba Australia, que había manifestado intenciones de presentarse. Este problema se arregló cuando Infantino anunció este pasado mes de octubre, por sorpresa y con pocos días de margen, que para organizar la cita de 2034 había que prepostularse antes de noviembre. Australia, con un proyecto muy verde, se retiró. Premio para Arabia, que culmina con esta maniobra años de inversión de la familia real saudí en el deporte para blanquear su dictadura.

“Si el sportswashing se da cuando los líderes políticos utilizan los deportes para tratar de legitimarse en el escenario mundial mientras desvían la atención de los problemas de derechos humanos en sus países, la Copa del Mundo de Arabia Saudí en 2034 es puro lavado deportivo, su manifestación sin disimulos”, explicaba a este diario el profesor de Ciencias Políticas de la Universidad del Pacífico (Oregón, EEUU) y experto en política deportiva Jules Boykoff. “El blanqueamiento deportivo al estilo saudí ha sido un caso clásico de utilización de eventos deportivos para absorber el excedente de capital y al mismo tiempo aumentar el prestigio nacional y promover el avance económico y político”.

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