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La adjudicación del Mundial de fútbol de 2034 cierra el círculo del 'sportswashing' de Arabia Saudí

El presidente de la FIFA, Gianni Infantino, el príncipe saudí Mohammed Bin-Salman y el presidente ruso Vladimir Putin en un partido del Mundial de Rusia 2018.

Daniel Sánchez Caballero

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De repente, al presidente de la FIFA, Gianni Infantino, le entraron las prisas. Había que designar ya al país que alojará el Mundial de Fútbol de 2034. Este mismo noviembre, aunque queden 11 años y se acabe de adjudicar el de 2030. El mero hecho de anunciar que este mes se cerraban las precandidaturas descabalgó a Australia de la carrera. Solo queda un aspirante, pues. Arabia Saudí será el anfitrión de la máxima competición futbolística del planeta. Se viene otro mundial en invierno.

A diferencia de lo que sucedió con la candidatura de Qatar en su momento, esta vez no habrá votaciones que comprar ni de las que sospechar a posteriori. Los movimientos de Infantino, junto a los requisitos mínimos que se han ido imponiendo para organizar el torneo, llevaban meses apuntando a Arabia Saudí como ganadora de una carrera que nunca fue tal. El país que –según todas las investigaciones, aunque nunca se ha llegado a culpar a nadie– descuartizó al periodista disidente Jamal Khashoggi en su embajada de Estambul obtiene el beneplácito de la FIFA. “El fútbol une al mundo como ningún otro deporte”, celebra Infantino.

Con esta designación –oficiosa aún, pero es cuestión de tiempo ante la falta de rivales–, se cierra de alguna manera el círculo del sportwashing saudí. El país ha invertido en los últimos tres años escasos unos 5.700 millones de euros en lavar su imagen a través del deporte. La contratación de futbolistas de primer nivel, a cambio de cantidades que en los casos más extremos llegan a las nueve cifras, es solo la última maniobra de una estrategia a medio plazo que también ha puesto patas arriba el golf o el pádel mundial e incluso el boxeo, recientemente, para desviar la atención de las violaciones de derechos humanos que se dan en el país, según los grupos internacionales que velan por su cumplimiento.

Algunos expertos ven la maniobra como un ejemplo claro del llamado sportswashing, término anglosajón que define el blanqueamiento de un régimen a través del deporte y el intento de aumentar su prestigio, como sucedió con Qatar en 2022. En el caso saudí, explica a elDiario.es el profesor de Ciencias Políticas de la Universidad del Pacífico (Oregón, EEUU) y experto en política deportiva Jules Boykoff, es “un caso clásico”.

Es puro lavado deportivo, su manifestación sin disimulos. El estilo saudí ha sido un caso clásico de utilización de eventos deportivos para aumentar el prestigio nacional y promover el avance económico y político

Jules Boykoff Prprofesor de Ciencias Políticas de la Universidad del Pacífico y experto en política deportiva

“Si el sportswashing se da cuando los líderes políticos utilizan los deportes para tratar de legitimarse en el escenario mundial mientras desvían la atención de los problemas de derechos humanos en sus países, la Copa del Mundo de Arabia Saudí en 2034 es puro lavado deportivo, su manifestación sin disimulos”, reflexiona Boykoff. “El blanqueamiento deportivo al estilo saudí ha sido un caso clásico de utilización de eventos deportivos para absorber el excedente de capital y al mismo tiempo aumentar el prestigio nacional y promover el avance económico y político”.

Organizaciones como Amnistía Internacional (AI) o Human Rights Watch también han elevado ya protestas. “Habida cuenta de la enorme magnitud de la Copa Mundial, existen grandes riesgos en materia de derechos humanos que hay que tener en cuenta en todas las candidaturas para albergar este torneo, y también se brindan oportunidades de cambio que no se deben dejar pasar”, sostiene Minky Worden, directora de Iniciativas Globales de Human Rights Watch. “La política de derechos humanos de la FIFA no debe reducirse a un texto en papel cuando se refiere a elegir el país anfitrión del evento deportivo con más espectadores del mundo”, añade en una nota.

Amnistía Internacional recuerda que según las propias directrices publicadas por la FIFA, todos los países que se postulen para albergar las Copas Mundiales 2030 o 2034 deben comprometerse a “[respetar] los derechos humanos reconocidos en el ámbito internacional”, y la FIFA “exige la implantación de unas normas en materia de derechos humanos y laborales por parte de las federaciones miembro candidatas, los gobiernos y otras entidades implicadas en la organización de las competiciones”. En el pasado Mundial de Qatar, además de las cuestiones propias de un país que no respeta los derechos humanos fundamentales de buena parte de sus residentes, fallecieron un alto número de trabajadores –cientos o miles, según diversas investigaciones– durante la construcción de los estadios de fútbol para el evento.

Boykoff cree que “si la FIFA entrega la Copa Mundial a Arabia Saudí, se burlará de los procedimientos de debida diligencia en materia de derechos humanos que supuestamente respeta. Sería un movimiento de puro poder que indicaría a los violadores de derechos humanos en todas partes que no deben preocuparse porque a la FIFA esto no le importa. Cuando se trata de derechos humanos, a la FIFA parece importarle más el espectáculo y las apariencias que la salud y seguridad reales de las personas marginadas en todo el mundo”. Y cierra acusando al presidente de la FIFA, Infantino, de ponerse “plenamente al servicio del blanqueamiento deportivo”: “La historia no lo verá con buenos ojos”, advierte.

Una alfombra roja para Arabia

Buena parte de la clave de la designación –que no elección– de Arabia Saudí se debe a la buena y creciente relación del responsable de la FIFA con el heredero saudí, Mohammed Bin-Salman, y la batalla UEFA-FIFA por el control del fútbol mundial –de los millones de euros que se mueven a su alrededor– en lo que es una especie de proyección de la rivalidad entre los vecinos Qatar-Arabia Saudí.

Según este relato, esbozado entre otros por el periodista británico Sam Wallace, del Daily Telegraph, la FIFA y Arabia Saudí tienen motivos para coaligarse en busca de una mejor posición frente a sus antagonistas. La UEFA domina el fútbol europeo y con él la Liga de Campeones, la competición de clubes más prestigiosa del mundo y que mueve cientos de millones de euros cada año. Qatar tocó techo –en relevancia deportiva– con la celebración del pasado Mundial de Fútbol y uno de sus multimillonarios, Nasser Al-Khelaifi, dueño del equipo francés Paris Saint Germain, es el presidente de la asociación de clubes europeos.

El matrimonio de conveniencia FIFA-Arabia está tratando de equilibrar la balanza. Ya se aliaron para que la agencia turística de Arabia Visit Saudi –de un país que no respeta los derechos de las mujeres– patrocinara el reciente mundial femenino, maniobra que no acabó fraguando por la oposición de varias organizaciones internacionales de derechos y de las propias jugadoras. La gestión del proceso de elección de Arabia Saudí como anfitriona del Mundial de 2034 ahonda en esta teoría: visto a posteriori, parece haber sido diseñado para acabar inevitablemente designando al país árabe.

Todas las decisiones de la FIFA para elegir anfitrión del Mundial de 2034 han ido favoreciendo a Arabia Saudí hasta que el país se ha quedado como único candidato posible

A finales de la década de los 2000 se oficializó una norma no escrita de la FIFA por la que un mismo continente (regiones futbolísticas, en concreto, porque la FIFA separa las Américas en dos) no puede albergar dos mundiales en el plazo de ocho años. Esto imposibilitó que Arabia Saudí se presentara a la edición de 2030 porque en 2022 la había organizado su vecino Qatar. Pero también se dejaba fuera de competición para 2034 a América Central y del Norte porque a ellos les corresponde la cita de 2026 (EEUU, Canadá y México).

Hace pocas semanas, se designó –también sin rival ni votación, lo que se está convirtiendo en una práctica habitual en la FIFA– a España, Portugal, Marruecos, Argentina, Uruguay y Paraguay. Tres regiones futbolísticas descartadas también para 2034 de una tacada.

Ya solo quedaban Asia y Oceanía como posibles aspirantes. Y entonces llegó la última maniobra de Infantino: avisó con apenas unos días, para sorpresa de todos, de que había que cumplir con una serie de requisitos y mostrar intención de organizar el mundial antes de que acabara octubre. Esta premura se llevó por delante a Australia, único país que había mostrado disposición a presentarse. Vencido el 31 de octubre, la FIFA confirmó finalmente que solo Arabia Saudí, que llevaba años preparando su candidatura, aspira organizar el mundial.

Con la designación llega la polémica. La FIFA apelará, ya lo hizo con Qatar, al creciente reconocimiento del país por otros Gobiernos, a los pactos que otros Estados están firmando y a los precedentes. Señalará la hipocresía de Occidente, vaticinan quienes conocen su proceder. España, sin ir más lejos, celebra allí su Supercopa –un torneo que junta a los cuatro mejores equipos del año anterior– desde hace unos años en base a un acuerdo alcanzado por el expresidente de la Real Federación Española de Fútbol, Luis Rubiales, que se está investigando por un pelotazo de 24 millones de euros en el que está implicado el exfutbolista Gerard Piqué.

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