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Con derecho a voto, pero sin techo

Julián pide para salir de la calle

Aurora Santos-Olmo

La Iglesia de San Antón figura como su domicilio en el padrón. Julián -nombre ficticio- tiene 52 años. Tras toda una vida trabajando e, incluso, un negocio propio, desde el pasado verano se ha convertido en una de las cerca de 2.800 personas sin hogar que, según el censo municipal, están empadronadas en Madrid. “No creo que ningún político venga en algún momento a preguntarme qué tal. Te puedo asegurar que pasa cualquiera de ellos en su coche, se para en ese semáforo (señala el que tiene enfrente) y lo que piensa de mí es: 'Mira la imagen que está dando'. No se bajaría para preguntarme cómo estoy o si necesito que llame a algún sitio para que me ayude”. 

Ahora vive con lo puesto y sus pertenencias se reparten entre una maleta, una mochila y un neceser. Y todo en soledad: “Por miedo o por orgullo no he querido contárselo a nadie”. Y con una convicción que le mantiene en pie: “Si no me rindo, si no me echo abajo, más tarde o más temprano conseguiré salir”.

Su jornada empieza por la mañana temprano y se extiende hasta pasada la medianoche. Este viernes, tras trece horas en la calle más concurrida de la capital, donde habitualmente se coloca, apenas ha juntado algo más de ocho euros. “Sinceramente es como si no estuvieras. Me han pegado dos veces patadas al cartel porque van con el móvil y ni se dan la vuelta”, lamenta. “Leen el mensaje, 'Para salir de la calle', y se ríen o te miran con desprecio. Y no es un chiste”. 

“No voy a votar porque no merece la pena. Se dice que un voto cambia mucho pero yo, vistas las cosas, no voy a votar”. Julián no va a participar en las elecciones, se siente decepcionado con el sistema y asegura que uno de los mayores errores es “que se mira mucho para otro lado”. “De este mundo oyes hablar en Navidad o en campaña de frío. Pero en verano no; en verano no existimos, y el problema que tenemos es que en esta época cierran albergues, comedores sociales, roperos... y es cuando más complicado lo tenemos. Mucho más que en diciembre”, clama.

Julián pasa las horas pensando cómo ha llegado hasta aquí, donde nunca se imaginó, el drama que eso supone y lo olvidado que está. Se siente como “una estatua rodeada de gente”. Así confiesa que titularía su libro, si algún día llegara a publicarse. De momento, son anotaciones en una pequeña libreta que siempre le acompaña. Parte de sus pertenencias han salido de la caridad de la gente. Destaca especialmente a un grupo de voluntarios, “chavales de 20 años que se pasan todos los fines de semana a repartir bocadillos, zumos… a preguntar qué tal. No pertenecen a ninguna ONG, lo hacen porque quieren”. Ahora espera una manta que les pidió el domingo pasado. Son su gran esperanza.

“Los políticos realmente no están haciendo nada por nosotros”, lamenta. Es de la opinión de que es mejor que un mandatario demuestre en cuatro años qué cosas puede hacer, en lugar de prometer, porque “no lo cumplen”. “Somos un mundo muy abandonado. No somos rentables, no generamos beneficios. Suena mal, pero somos una lacra, una lacra que no quiere nadie”, se sincera.

Le gustaría un gobierno “que haga cosas para la clase media, la alta, la baja y los mendigos. Para todo el mundo”. Un alcalde como Tierno Galván, para él, el mejor de Madrid: “Se preocupaba por la juventud, por la gente mayor, por la gente sin hogar… hizo miles de cosas. Los de ahora, en cambio, no gobiernan con vistas al ciudadano”. 

“Para ellos, nosotros no somos políticamente correctos. ¿Por qué? Porque no sabrían realmente qué hacer, no sabrían qué prometer”, reflexiona mientras juega a hacer movimientos con los dedos de sus manos. La vida en la calle le ha hecho cambiar muchos de sus pensamientos. Pone un ejemplo del que está convencido: “El Samur Social lo pusieron para tener controlada a la gente que está en esta situación, no como una ayuda en sí. Han pasado delante de mí dos trabajadores y como si no estuviera. Que la gente no te mire, es comprensible; pero que una entidad que está para supuestamente ayudarte te ignore, te duele”.

Con una media sonrisa que todavía conserva a pesar de su situación, Julián esboza una serie de propuestas para el gobierno que este domingo salga de las urnas. No pasan por el dinero, “porque la gran mayoría de los que están en la calle lo aprovecharían para los vicios, pero no para salir de aquí”. Sugiere otro tipo de medidas: “Pediría recursos reales. Hay un montón de casas abandonadas, hay pisos vacíos. Me gustaría una asociación que ayude de verdad a la gente. También sanidad”. 

“El tema de las personas sin hogar, no entra en campaña”, reflexiona. Está convencido de que los políticos “tendrían que darse cuenta de que realmente se están equivocando y de que hay cosas que no están ni molestándose en mirar y ayudas que están dando a gente que no lo necesita”. 

Tras casi un año sin techo y después de haber pasado por dos albergues, en los que no ha tenido una buena experiencia, Julián está convencido de que uno de los principales problemas de los políticos de hoy es que no empatizan. Por eso tiene una propuesta para ellos: “que se pongan a pedir”. En esta prueba, les ofrecería ventaja con respecto a la realidad: “Que lo hagan una semana. Y que vayan a su casa a dormir y a ducharse”. Pero, insiste, es importante “que se pongan a pedir para que realmente sepan lo que siente una persona aquí”.

“Hay gente que se ha hundido por el desprecio de la sociedad. Por no existir, no hablar con la gente, no sentirse persona”, explica. En el día de hoy casi no ha conseguido monedas, aunque gran parte de los viandantes leen el mensaje que plasma en un pequeño trozo de cartón. “Estoy por cambiar un día el cartel. Pondría 'Me has leído: ayúdame”.

Aún le quedan unas horas para acabar su jornada y, probablemente, le caerá alguna moneda más. Pero la pesadilla no acabará al meterse en su saco de dormir. Mañana tendrá que repetir. Y pasado. Y mientras siga siendo invisible para la sociedad y los políticos a los que este 26M ha decidido no votar.

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