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“Ser profesora fuera del armario es ver a niños que te miran con cara de 'hay alguien más como yo', es ser referentes”

Marian Moreno, profesora de Lengua y Literatura

Marta Borraz

No suelen tener claro qué va antes, si la propia necesidad personal de mostrarse tal y como son o la necesidad del alumnado de contar con espejos en los que mirarse. Son punta de lanza de la educación en diversidad, todavía la gran ausente de las aulas y los currículos, y con su propia experiencia ayudan a mitigar la homofobia, la bifobia y la transfobia. Desafiando las resistencias sociales todavía presentes, hay profesores que han decidido salir del armario en las aulas, un ejercicio de visibilidad que reivindica también la Federación Estatal de Lesbianas, Gais, Trans y Bisexuales (FELGTB) a través de una campaña que hará pública este jueves, declarado Día Internacional de la Salida del Armario.

Con la iniciativa, la FELGTB pretende animar a los docentes a hacerse visibles y a convertirse en referentes para combatir el acoso escolar con el objetivo de convertir la escuela en un espacio de seguridad para el alumnado LGTBI. “La LGTBIfobia se erradica educando desde las primeras etapas educativas. Hacernos visibles como docentes LGTBI ayuda al alumnado a naturalizar la diversidad y a dar libertad para ser”, explica Visi González, coordinadora de Educación de la federación.

Sin embargo, la LGTBIfobia sigue dificultando la visibilidad y el trabajo es uno de los ámbitos en los que las personas LGTBI encuentran más resistencias. “En mi caso, el trabajo fue el último espacio en el que decidí salir del armario. No me atrevía, tenía miedo a las posibles reacciones. Se supone que yo representaba la autoridad y pensaba que esto iba a restar parte de esa autoridad. Con el tiempo me di cuenta de que tenía un poder impresionante para proteger al alumnado LGTBI”, cuenta Kika Fumero, lesbiana y profesora durante diez años ahora especializada en coeducación.

La experta opina que “la inmensa mayoría” de profesores no están fuera del armario debido a “la presión que sigue habiendo”. Marian Moreno, maestra de Lengua y Literatura en Gijón, también reconoce que aún pesan los estereotipos y prejuicios instalados en el imaginario colectivo. Aún así, esta lesbiana visible que lleva dedicada a la docencia 29 años está convencida de la importancia de la visibilidad en las aulas: Si no, ¿qué referentes van a tener las y los alumnos? ¿qué mensajes les llegan? En general les faltan los de la vida cotidiana, de carne y hueso. Ser profesora fuera del armario es ver a niños o niñas que te miran con la cara esa de 'hay alguien más como yo, hay alguien más ahí'. Eso es importantísimo, es ser referentes“.

Para Estefanía González, que trabaja en un equipo itinerante para niños y niñas con necesidades especiales de la Comunidad de Madrid, la visibilidad es sinónimo de la existencia –“Si no nos visibilizamos, parece que no somos”, señala–. Esta docente bisexual estuvo en el armario durante varios años en los centros en los que trabajaba como profesora de apoyo hasta que tuvo una hija. “Tuve una niña con otra mujer en un entorno laboral en el que no me había visibilizado. Y, claro, cuando nació, la gente me preguntaba si se parecía al padre. A mí hubo algo que se me revolvió dentro y pensé que tenía que explicar cómo se había formado mi familia y mi realidad”, cuenta.

Mitigar el acoso LGTBIfóbico

Los docentes consultados para este reportaje coinciden en afirmar que el efecto de su visibilidad se reproduce por varios canales. Por un lado, está el propio derecho a mostrarse tal y como son. Estefanía, que forma parte de la Asociación de Familias LGTBI Galehi, lo ejemplifica recordando como cuando estaba en el armario, se encontraba también excluida de cosas cotidianas. “Hay mucha gente que en el entorno laboral no puede hacer partícipe a su familia. Cuando en los claustros de profesores se habla del fin de semana, por ejemplo, no puedes contar que has ido con tu novia al cine o que tuviste una boda de la familia de tu novia. Se nos cierran los espacios sociales”.

Así, al propio bienestar, se suma la capacidad de paliar los casos de acoso LGTBIfóbico que puedan darse en las aulas. Por un lado, se suelen convertir en personas cercanas del alumnado LGTBI y, por otro, al tratar y naturalizar la diversidad afectivo sexual y de género, conciencian también a los que no lo son.

Según los últimos datos recopilados por la FELGTB, el bullying homófobo, bífobo y tránsfobo sigue siendo una realidad en los centros educativos. Según una investigación de COGAM elaborada en 2015, el 60% de adolescentes ha presenciado agresiones homófobas en su instituto. En Aragón, el informe realizado por la asociación SOMOS el año pasado, reveló que un 75% del alumnado LGTBI encuestado afirma tener miedo al rechazo y no sentirse a gusto en clase.

“Yo cuando me presentó al inicio del curso, les hablo de quién soy y también del proyecto educativo LGTBI que tenemos en el instituto. Les cuento que yo como adolescente sufrí acoso por ser gay. Para mí es importante visibilizarme desde esta realidad y no lo quiero ocultar, al contrario, creo que mejora la convivencia”, explica Joaquín Álvarez, profesor del instituto público madrileño Duque de Rivas, que cuenta con una Tutoría LGTBI y varias acciones formativas y de sensibilización para alumnado, profesorado y familias.

Álvarez, sin embargo, lamenta que este tipo de proyectos no sean la tónica habitual en todos los centros educativos y critica que depende de la voluntariedad del propio instituto o colegio y de los profesores que lo integran. “La experiencia es muy positiva. Lo primero para combatir las situaciones de acoso y hostigamiento que puedan darse en las clases es hablar abiertamente, es nombrar la diversidad. Lo que siento es que no hay demasiado interés por parte de las instituciones educativas”.

“Profe... ¿podemos hablar?”

A Víctor García, profesor de música en un instituto público de Elche, su alumnado le ha acompañado en el proceso de transición que empezó hace nueve meses. Llegó al centro el curso pasado sin haber iniciado ningún tratamiento hormonal, así que “los alumnos al principio estaban desconcertados porque me veían con el físico de una mujer, pero yo desde el principio puse sobre la mesa mi identidad masculina”, cuenta el docente. Desde entonces, además de enseñar música, Víctor también se dedica a sensibilizar en el centro sobre las realidades trans, gracias tanto a su propia experiencia como a las charlas que da.

“Hay mucha gente para la que no es fácil porque vivimos en una sociedad tránsfoba, por eso es importante la visibilidad. Cuando yo era adolescente me sentí muy solo y perdido y no me atreví a decir nada. No tenía ningún referente al que podérselo contar. Yo quiero ser esa persona a la que las y los alumnos puedan ver como alguien a quién contárselo y tirar para adelante”, cuenta Víctor, que hace hincapié en que una vez que un docente sale del armario se convierte en una especie de confidente.

“Ese 'profe...¿podemos hablar?' de algunos niños y niñas que te esperan en el pasillo, que te hablan bajo, es tan significativo. Ya sabes qué va a venir después”, cuenta Moreno, que asegura que la reacción mayoritaria entre los alumnos y alumnas son las dudas y la sorpresa por la falta de educación en diversidad. Lo mismo opina Fumero, para la que “las risas son comunes porque no están acostumbrados, pero en general las reacciones son positivas”.

En cuanto a los compañeros de trabajo, ambas explican cómo lo mayoritario pasa por el silencio. “Se sigue coartando la expresión de la homosexualidad o la bisexualidad. Creo que se sigue pensando que es como una provocación o que se vaya a contagiar. Detrás de esto hay una consideración negativa y, como consecuencia, se crea un armario social del que los docentes también formamos parte”, argumenta Fumero, que aún así defiende la visibilidad como la herramienta clave de la lucha contra la LGTBIfobia: “Dentro del centro, donde pasan tanto tiempo, se deben sentir identificados y, de alguna forma, validados a la hora de expresar y desarrollar su identidad”, zanja.

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