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Lo que sabemos de las secuelas que comparten meses después los pacientes graves y leves de COVID

UCI Covid Hospital Valdecilla

Adeline Marcos / Agencia Sinc

19 de enero de 2021 09:47 h

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Antonio Olave, de 63 años, estuvo tres semanas ingresado en el Hospital Universitario Infanta Sofía de San Sebastián de los Reyes, Madrid, a finales de octubre de 2020. Su diagnóstico fue neumonía bilateral grave por COVID-19 e insuficiencia respiratoria severa, entre otras afecciones. El día que le dieron el alta había perdido 12,5 kilos y seguía con oxígeno, pero pensó estar totalmente curado. No fue más que el principio de un largo proceso de recuperación que aún hoy continúa.

“Me trajeron en silla de ruedas a casa porque me costaba mucho caminar. Para subir las escaleras a la planta de arriba de mi casa tenía que descansar a mitad del rellano”, cuenta Olave a SINC. A pesar de haber salido del hospital, Antonio sufría un gran cansancio, le dolían todos los músculos, tenía astenia y dificultades para concentrarse y memorizar las cosas, confiesa. 

Estos efectos posCOVID, además de la deshidratación, sobre todo en palmas de manos y pies, duraron varios días después del alta; algunos, incluso semanas, en particular la astenia. “No me podía levantar del sillón”, dice. Pero poco a poco, los síntomas fueron remitiendo, salvo en el caso de los pulmones, que no le dejaban del todo inspirar profundamente.

Como Antonio, unos 65 millones de personas de los 95 millones que se han infectado de SARS-CoV-2 se han curado en todo el mundo. Sin embargo, aún se sabe poco sobre la salud pulmonar y el bienestar general de los supervivientes, independientemente del grado de gravedad de COVID-19 que hayan sufrido.

“Solo ahora estamos comenzando a saber realmente cuáles son las secuelas de la COVID-19. Se han observado problemas de salud persistentes, en particular fatiga y dificultad para respirar”, señala a SINC Liam Townsend, investigador en el departamento de Enfermedades Infecciosas del Hospital St James’s en Dublín, Irlanda.

Además de la fatiga —el síntoma más común— y de la dificultad para respirar, los pacientes recuperados también reportan dolores y molestias musculares, así como falta de concentración y memoria. “Si bien muchos pacientes pierden el sentido del gusto y el olfato cuando inicialmente no se encuentran bien, esto tiende a recuperarse con el tiempo”, recalca Townsend, que ha liderado un estudio en su país donde han monitorizado durante 75 días después del diagnóstico el restablecimiento de 153 personas.

Estos efectos secundarios se repiten en pacientes en España. “A los dos o tres meses del alta, cerca de la mitad de los pacientes siguen con síntomas y el más frecuente es la disnea, es decir, la sensación de falta de aire”, asegura a SINC Jaime Signes-Costa, jefe del Servicio de Neumología del Hospital Clínico Universitario de Valencia que ha liderado un proyecto para ver qué ocurría con los pacientes ingresados por neumonía bilateral por SARS-CoV-2 en varios hospitales españoles.

El estudio, que ha contado con el apoyo financiero del Instituto de Salud Carlos III, muestra que muchas personas también se quejan de falta de energía y cansancio muscular. “Estas últimas dolencias nos han sorprendido porque en las enfermedades respiratorias de causa viral los síntomas desaparecen a las pocas semanas”, cuenta Signes-Costa, también coordinador del Grupo de Investigación en Enfermedades Respiratorias del Instituto de Investigación Sanitaria (INCLIVA).

Distintos enfermos, mismas secuelas

En el estudio irlandés, publicado en la revista Annals of the American Thoracic Society, se realizaron pruebas de esfuerzo físico, como andar durante seis minutos, a los pacientes que se habían restablecido. Más del 62 % de ellos sintió que no había recuperado la salud por completo. Otro 47 % dijo tener fatiga.

Pero ¿qué personas tienden a sufrir más estas secuelas? “De momento no conocemos a priori qué pacientes seguirán con síntomas tras la desaparición del cuadro agudo y tampoco por qué ocurre”, admite Signes-Costa. Pero cada vez más investigaciones apuntan a que los efectos secundarios son comunes a todos los pacientes, independientemente de la gravedad de COVID-19 que hayan padecido.

“La hipótesis con la que partíamos, ante la experiencia de anteriores epidemias de virus respiratorios, es que cuanto más severo era el cuadro agudo, más posibilidades de aparecer secuelas a corto y medio plazo había”, destaca a SINC el neumólogo español. Pero las secuelas de la COVID-19 no son más frecuentes en pacientes más graves.

Los estudios demuestran que puede haber pacientes con una afectación leve que siguen presentando síntomas en los controles posteriores. Aunque aún no se conoce la explicación, una posible razón es que el receptor del virus (ACE-2) se encuentra en muchos órganos diferentes.

“Si bien es posible que los pacientes no experimenten una enfermedad grave durante la infección inicial, el efecto del impacto del virus en varios sistemas podría provocar síntomas prolongados”, informa a SINC Liam Townsend, también en el departamento de Medicina Clínica del Instituto Trinity de Medicina Traslacional del Trinity College.

Esta es una de las principales conclusiones de su estudio: la mala salud, la fatiga y la dificultad para respirar son secuelas comunes, pero no están relacionadas con la gravedad inicial de la infección.

“Además, los pacientes pueden perder su condición física después de la infección, ya que pueden haber estado encamados durante varios días o semanas en casa, y esto puede aumentar el tiempo de recuperación”, afirma Townsend.

Este fenómeno se observa en los pacientes de la segunda ola. “Hay personas que tuvieron una infección leve y siguen con sensación de cansancio y fatiga varias semanas después”, advierte el científico español.

Una lenta recuperación de los pulmones

A la fatiga y malestar general, se unen los efectos en los pulmones. Las pruebas de capacidad pulmonar en España mostraron que el 58 % de los pacientes recuperados tenía alterado el test de difusión pulmonar y cerca del 40 % seguía presentando lesiones en la radiografía de tórax.

“Todos estos pacientes se están siguiendo y ya tenemos datos a los seis meses, en los que parece haber una mejoría de todos los datos clínicos, radiográficos y de capacidad pulmonar”, añade el neumólogo español.

Los pulmones parecen restablecerse con el tiempo, o por lo menos los problemas observados en radiografías no persisten, aunque aún falta por comprobar cuáles serán las secuelas a más largo plazo, así como el porcentaje de pacientes que lo presentará. “Esta información la tendremos a los doce meses del alta hospitalaria”, indica Signes-Costa, cuyo estudio muestra los efectos al mes, tres meses, seis meses y año del alta.

En este sentido, aunque pocos estudios habían analizado hasta ahora el estado de los pulmones de los pacientes que han padecido COVID-19, las radiografías realizadas son reveladoras. En el estudio liderado por Liam Townsend, el equipo observó una cifra muy baja (el 4 %) de radiografías de tórax anormales con la detección de fibrosis, es decir de infección persistente o cicatrices significativas en los pulmones.

“Esto resulta tranquilizador, ya que es poco probable que haya un daño significativo en los pulmones”, subraya el científico irlandés. Los hallazgos de los autores sugieren así que esta enfermedad no causa una fibrosis importante, según las cicatrices pulmonares observadas en las tomografías computarizadas. Con el tiempo, gran parte de la inflamación y las cicatrices del tejido pulmonar parecen repararse.

¿Se puede prevenir el impacto de la COVID-19?

Uno de los objetivos de la comunidad científica es determinar qué pacientes tienen más posibilidad de presentar secuelas. Para ello, en el seguimiento que se realiza en España a las personas recuperadas tras el alta se hace una exploración clínica y una recopilación de datos en la historia clínica (anamnesis), se solicitan, además, pruebas respiratorias, tests de esfuerzo, radiografía y TAC de tórax y analítica con marcadores de fibrogénesis y metabolómica.

Pero por ahora, “desafortunadamente, no hay forma de predecir quién desarrollará síntomas persistentes, ni es posible prevenir su desarrollo”, señala Townsend, que insiste en la necesidad de realizar más estudios que analicen las razones por las que los pacientes desarrollan estos síntomas prolongados. “Una vez que entendamos eso, será posible tanto tratarlos como prevenirlos”, añade.

Además de los efectos secundarios físicos, a Signes-Costa le preocupan los psicológicos. “Pueden ser muy incapacitantes y además están poco explorados, por eso hemos puesto en marcha un estudio para analizar las alteraciones psicológicas, como ansiedad, depresión, fobia social, etc., que aparecen en pacientes que han tenido un ingreso hospitalario por COVID-19”, informa a SINC. 

Para los neumólogos, como las que han tratado a Antonio, que hasta la semana pasada se ha inyectado heparina para controlar los trombos de sus pulmones, el seguimiento del paciente es esencial, independientemente de la gravedad de la infección inicial. “Tendrá, además, implicaciones en el sistema sanitario, que sufrirá una mayor carga, porque aún no es posible predecir quién tendrá síntomas continuos”, concluye Townsend.

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