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ENTREVISTA | Tara Westover (escritora)

“La educación está demasiado centrada en hacer que la gente sea empleable”

La escritora estadounidense Tara Westover durante la entrevista con eldiario.es.

Matías de Diego

Tara Westover no sabe qué día nació. Recuerda que fue en Idaho (EEUU) a finales del mes de septiembre del año 1986, pero nadie recuerda el día exacto porque el parto fue en la casa familiar y no se inscribió su nacimiento en el registro civil hasta que cumplió los siete años de edad. “Hasta que mi madre decidió inscribirme en el registro civil, nunca me había parecido extraño ignorar mi fecha de nacimiento”, cuenta la escritora en Una educación (Lumen, 2018).

Westover nunca fue a la escuela. Sus padres, dos mormones obsesionados con la llegada del Apocalipsis, creían que los profesores eran “enviados de Satán” y que su hija no necesitaba aprender historia, literatura o matemáticas para seguir el camino que Dios había escrito para ella: aprender primeros auxilios y botánica para apoyar a su madre como comadrona y cuidar de su familia. Una educación es la historia de cómo la autora decidió romper con la vida que su padre había escrito para ella.

Doctorada en Historia por la Universidad de Cambridge después de una estancia en Harvard, Westover decidió aprender por su cuenta todo lo que tendrían que haberle enseñado en el colegio. Cuando llegó a la facultad, con 16 años, no había oído hablar de guerras mundiales ni sabía si Napoleón Bonaparte era un personaje más de Los miserables o un personaje real.

¿Por qué decidió escribir la historia de su relación con su familia y de su proceso de aprendizaje?

La historia sobre mi familia y la de mi educación es la misma historia. La parte educativa es una historia que habla de cambio y de la forma en la que podemos evolucionar cuando entramos en contacto con el mundo, con la filosofía o con los libros. En mi caso, esa parte tuvo un efecto profundísimo en mi relación con mi familia.

Pasó su infancia sin pisar un aula, sin ir a un hospital.

Así es. Nunca fui al médico y nunca fui al colegio, pero eso era lo normal para mí. Una de las cosas buenas que tiene la infancia es que cualquier cosa que vivas te parece normal porque no tienes ningún otro punto de referencia, no tienes otro modelo con el que compararte. Desde pequeña, por las creencias de mi padre, en mi casa me enseñaron que esas cosas eran malas.

A lo largo de Una educación, las ideas de su padre, un fundamentalista mormón obsesionado con el Apocalipsis, empiezan a radicalizarse. Por ejemplo, sus hermanos pasan de poder ir al colegio a quedarse en casa por decisión de su padre. ¿Cómo explica esos cambios? ¿Qué cree que pudo producir esas pinceladas de radicalización?Una educación

Personalmente, creo que mi padre padece algún tipo de trastorno mental... Sé que no soy médico y nunca lo sabré con certeza porque nunca permitiría que le examinen o que le hagan un diagnóstico, pero pensar que se comportaba así por algún tipo de trastorno me permite comprender mejor mi infancia, reconciliarme con algunas experiencias difíciles y responder a algunas preguntas que me sigo haciendo.

¿Qué le ayuda a comprender?

Por ejemplo, por qué amándonos tanto como nos amaba, nos ponía en peligro con cada una de sus decisiones. Cuando pienso que eso lo hace porque tiene un trastorno mental, puedo aceptar algunas cosas complicadas, como el hecho de que quisiera mantenernos seguros y no fuera capaz de hacerlo. Sus relaciones con nosotros podían ser bienintencionadas y basadas en el amor, pero al mismo tiempo nos hacía mucho daño.

¿No había una especie de incoherencia en su forma de actuar?

Sí, era una persona muy aleatoria, que pasaba de un extremo a otro rápidamente. Nunca tuvimos un televisor en casa y de repente teníamos televisión por cable. Pasó lo mismo con el teléfono y con Internet: no lo quería, pero acabó aceptándolo. Era una enorme falta de coherencia. 

¿Qué papel jugaba su madre en esos cambios que se van produciendo en su casa? ¿Cree que era ella la que los impulsaba?

Mi madre defendía a mi padre y le permitía hacer todo lo que hizo, o al menos era quien lo propiciaba. Al principio, pensaba que era alguien inofensivo y que apoyándole las cosas estarían tranquilas en su casa, pero al final tomó algunas decisiones que tuvieron consecuencias terribles que no supo prever.

¿Se fueron radicalizando las ideas de su madre por la influencia de su padre o ella también comulgaba con el mormonismo radical y la obsesión por la supervivencia?

Ambas a la vez. Cuando mi padre tenía una idea nueva que era algo extrema, mi madre le seguía la corriente. El problema es que rápidamente pasaba a creer en lo que proponía mi padre en sus sermones y empezaba a asumir esas ideas como propias. Y lo hacía con la misma intensidad con la que lo hacía él.

Cuando con siete años usted empieza a trabajar asistiendo a su madre en su trabajo como comadrona, su abuela, que siempre se ha posicionado en contra de las creencias de su padre, le propone marcharse con ella y empezar una nueva vida.

Sí.

¿Por qué tomó la decisión de quedarse en casa?

Porque confiaba más en mis padres que en mi abuela. Ella pertenecía a ese mundo exterior que iba al médico y que había ido a la escuela. En la educación que me dieron en mi casa, eso quería decir que esa persona era ajena a la familia. 

¿Se arrepintió de quedarse?

No. Tampoco creo que mi vida hubiera cambiado mucho. Sí, habría ido unos meses a la escuela, pero mi padre habría venido a buscarme para llevarme de vuelta a casa y nunca me habría permitido volver a ver a mi abuela.

¿En qué momento empieza a cuestionar las ideas religiosas que se imponen en su casa?

Tenía unos 16 años y recuerdo que mi hermano acababa de tener un accidente de tráfico: se había caído de la moto, estaba tirado en una cuneta y tenía la cabeza abierta. Cuando llamé a mi padre porque no sabía lo que tenía que hacer, me dijo que lo llevase directamente a casa, que podíamos curarle. No lo entendí. Tenía la cabeza abierta y me estaba diciendo que debía volver a casa con él. Colgué, cogí a mi hermano y le llevé a un hospital. Nunca antes había estado en uno y estaba aterrada porque siempre me habían dicho que eran lugares peligrosos y que Dios se enfadaría si iba a ver a un médico. 

Creo que en ese momento fue cuando decidí romper con mi familia y con las creencias de mi padre.

En el libro cuenta que usted quiere ir al colegio pero que no puede hacerlo porque su padre no se lo permite. A pesar de ello, decide empezar a estudiar por su cuenta ¿de dónde saca la motivación para hacerlo? ¿Qué le lleva, por ejemplo, a comprar libros de álgebra para estudiarlos?

Va a sonar raro, pero la motivación procedía de mi amor por la música. Quería ir a la universidad porque quería ir a la escuela de canto, así que no creo que sea exagerado decir que aprendí álgebra porque quería aprender a cantar. 

No sé si se puede extraer alguna enseñanza de esto, pero lo que sí tengo claro es que no podemos matar nuestras pasiones o dejar de hacer aquello que nos gusta. Yo quería estudiar música y eso es lo que me llevó a estudiar Filosofía e Historia, me permitió doctorarme y escribir un libro. Toda mi trayectoria empezó con el deseo de cantar y eso me ha enseñado que hay que avanzar en lo que nos apasiona porque no sabemos hasta dónde nos puede llevar. Lo que no nos llevará a ningún sitio es la apatía.

¿En los colegios no se fomenta esa pasión?

La educación está extremadamente cerrada en hacer que la gente sea empleable. A veces se confunde el valor de la educación con la formación para el trabajo. Sí, están relacionadas, pero no son lo mismo: adquirir formación para un empleo consiste en adquirir las destrezas necesarias para trabajar en una empresa, mientras que la educación debería servir para dotarnos de competencias que sean útiles para nuestro desarrollo personal e intelectual. 

Cuando cuenta cómo fueron sus primeras lectura, centradas sobre todo en los textos religiosos de su familia, escribe: “Estaba adquiriendo una aptitud fundamental: la paciencia para leer algo que aún no entendía”. ¿Ha perdido eso la educación? ¿Nos estamos acostumbrando a simplificar las cosas y a huir de lo complejo?

Probablemente. Si de verdad creemos en la educación como un proceso de autocreación, lo primero que deberíamos hacer es dejar que los estudiantes puedan participar de forma más activa en el proceso, que puedan sentir que son dueños de su propia formación y se les permita opinar sobre ello. La educación, tal y como la entendemos ahora, es demasiado pasiva: los alumnos llegan, escuchan, memorizan y se marchan. Ese proceso tiene que cambiar.

¿Qué descubre en esa primera lectura de los textos mormónicos?

Me ayudó a saber cómo debía afrontar algunas ideas complejas. Las doctrinas de la teología mormónica son muy difíciles y complejas, pero fue muy útil tratar de comprender todo lo que estaba leyendo ahí. En aquel entonces, leía la Biblia tratando de encontrar en las escrituras pistas sobre cómo debía pensar pero, a medida que fui creciendo y empecé a confiar en mis propias capacidades de razonamiento, empecé a interpretar y reflexionar sobre lo que pensaba que los textos querían decir. Adquirí la capacidad de decidir y debatir sobre aquello en lo que estaba de acuerdo y sobre aquello en lo que no lo estaba. 

¿Cómo es su relación con la iglesia mormónica?

Ya no soy mormona, pero les respeto mucho. Quiero dejar claro que mi familia y todo lo que cuento en el libro no es representativo de lo que es ser mormón. Los mormones –y muchos de mis vecinos lo son– van a los hospitales y van a la escuela. 

Creí firmemente en el mormonismo radical de mi padre. Creí con tal intensidad que no creo que pueda volver a creer en algo con la misma fuerza con la que lo hacía entonces. Y también quiero dejar claro que no culpo a la iglesia mormónica por el radicalismo de mis padres, pero ya no soy una de ellos.

¿Echa de menos a su familia?

 Sí... No lamento mis decisiones, pero es una pérdida que me dolió y me sigue doliendo. Ha sido una pérdida enorme.

¿Qué ha aprendido escribiendo Una educación?Una educación

No sé si he aprendido algo... Sí he conseguido recuperar algunas cosas, como los buenos recuerdos de mi infancia. Cuando me aparté de mi familia hubo un periodo largo de tiempo en el que traté de convencerme de que todo lo que había pasado en casa de mis padres había sido malo. Me consolaba pensar eso porque no quería sentirme mal conmigo misma por haber perdido la relación con ellos. Ahora siento el dolor de la pérdida, pero he recuperado todos esos recuerdos.

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