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Un grupo de arqueólogos españoles desentierra en solitario los secretos de Somalilandia, el país que no existe

Alfredo González-Ruibal, codirector del equipo del CSIC-Incipit, prospectando una zona cercana a la ciudad de Berbera. | Álvaro Minguito.

Elena Cabrera

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“Imagínate que de repente aterrizas en un país con el patrimonio y el tamaño de Portugal y Galicia, y tuvieras que documentar la catedral de Santiago, los castros del norte de Portugal, las ciudades romanas... todo, porque nadie más lo está estudiando”. Esta es la sensación de algo inmenso, inagotable e inabarcable que tiene Alfredo González Ruibal sobre Somalilandia, “un país donde no hay ningún arqueólogo, quitándonos a nosotros mismos, en un territorio de una riqueza arqueológica excepcional”.

Alfredo, cuyo trabajo sobre arqueología de la Guerra Civil se ha hecho muy popular gracias a su blog y su cuenta de Twitter, Guerra en la Universidad, ha regresado a España dos días después de conceder esta entrevista, mientras su equipo, compuesto por seis españoles y un número variable de somalíes, permanece una semana más en Somalilandia rematando algunos asuntos de las excavaciones que han realizado allí durante un mes.

Somalilandia es una república autoproclamada cuya independencia de Somalia no está reconocida por la comunidad internacional. Y este es el principal motivo por el que un grupo de investigadores del Instituto de Ciencias del Patrimonio del CSIC sean los únicos en desarrollar un programa arqueológico a largo plazo en una región que vivió un esplendor comercial multicultural en la Antigüedad. Hoy Somalilandia sigue siendo excepcional, pero en otros sentidos.

¿No afecta al país su falta de reconocimiento internacional?

Hay un cierto debate sobre eso. Para ellos es un problema y luchan por conseguirlo, porque hay unos beneficios diplomáticos o económicos que vienen asociados a ser un Estado-nación reconocido. Pero tiene su contrapartida. En una zona que es tremendamente conflictiva, violenta e inestable, Somalilandia es el país más pacífico, más democrático y más estable de todos. Y en parte es gracias a ese perfil bajo que le permite ser un Estado no reconocido, que se libra en cierta manera de las luchas de poder y los intereses que sufren y en los que están involucrados otros Estados del cuerno. Si miras alrededor, Somalia lleva en guerra desde los años 70; Eritrea y Etiopía han estado en guerra de forma más o menos continua hasta el año 2001; Sudán del Sur y Sudán del Norte, en una guerra horrorosa, conflictos y dictaduras, y Somalilandia, en cambio, lleva con una democracia que más o menos funciona desde el año 91.

¿Por qué sois los únicos en estar allí?

Cuando era parte de Somalia, era imposible trabajar aquí. Después, a la mayor parte de nuestros colegas no les dejaban trabajar en Somalilandia. Los primeros fueron los franceses, que empezaron un proyecto hacia el año 2003 porque les interesaba el Neolítico. Y encontraron las pinturas de Laas Geel, que son espectaculares y que están en proceso de convertirse en Patrimonio de la Humanidad. Abandonaron el proyecto porque la Embajada francesa les prohibió seguir trabajando en el país alegando razones de seguridad, ya que oficialmente Somalilandia sigue siendo Somalia, un país al que no se puede ir por amenazas de terrorismo.

Nosotros somos los únicos arqueólogos en Somalilandia porque a nuestro país le damos igual, no se preocupan por nosotros (risas).

Bueno, porque no es peligroso.

Son más peligrosos otros sitios de África donde la gente sigue trabajando. Nadie nos ha dicho 'no podéis ir porque es peligroso'. Además, no nos podemos quejar, porque tenemos muy buena financiación, tanto pública como privada, española y europea. Tenemos fondos del Ministerio de Ciencia y del Ministerio de Cultura, pero España no tiene una presencia diplomática destacada en el Este de África, no conoce muy bien la situación y no está tan pendiente de lo que hagan los arqueólogos o dejen de hacer.

¿Crees que eso podría cambiar?

Sería un problema para nosotros si de repente se desarrollara algún tipo de interés en la región que implicara tener una presencia diplomática más activa o más involucrada, pues igual seguiría la dinámica de otros países. La verdad es que no lo creo, francamente, sería muy raro.

¿Qué os permite hacer la financiación que tenéis?

Pues bastante. Por una vez, y después de mucho tiempo, no nos podemos quejar, porque tenemos un proyecto del Plan Nacional del Ministerio de Ciencia que son 60.000 euros a tres años. Y de la Fundación Palarq, que es privada, y nos da 10.000 euros anuales. Más unos 8.000 euros de la beca europea Marie Curie de mi colega, con quien codirijo el proyecto, Jorge de Torres para este año. Son unos 50.000 euros de financiación anuales que nos permiten realizar un mes de trabajo de campo en el país, pagar los salarios de los técnicos y procesar los materiales.

El proyecto empezó en 2014 y estaríamos cubiertos hasta 2025. Vamos a publicar un libro académico y uno divulgativo, que se traduzca al somalí. Los estudiantes somalíes no tienen un buen libro de texto de su propia historia y muchas veces lo están supliendo con publicaciones que hace gente de la diáspora y que es un poco de ciencia ficción, que dicen cosas como que los egipcios fueron los fundadores de la cultura somalí. Nuestro trabajo puede ser una forma de contrarrestar esos mitos con una historia basada en los datos históricos, incluidas las propias fuentes somalíes.

De manera que hay cierto retorno.

La financiación también nos da para hacer divulgación allí: hemos publicado folletos con nuestro trabajo, hacemos visitas guiadas, mantenemos relaciones con la gente del Departamento de Turismo para poder dar una dimensión más pública a nuestro trabajo allí, también con los medios de comunicación locales. Hay que tener en cuenta que un país emergente que quiere legitimarse a sí mismo como un Estado moderno, el hecho de que pueda poner en valor su patrimonio es fundamental. Ahora están pensando en abrir un Museo Nacional y el 100% de los objetos que se van a exponer ahí vienen de nuestras excavaciones, quitando algo de los franceses. Es una responsabilidad muy grande estar contribuyendo a la memoria colectiva de un país, de un país nuevo.

¿Cómo era la Somalilandia de hace 15 siglos en relación a cómo es hoy?

Me gusta hacer arqueología en África por la posibilidad de trabajar entre el pasado y el presente continuamente. En el África subsahariana hay cuestiones que han permanecido a lo largo de los siglos, como el nomadismo. En Europa nos hemos acostumbrado a pensar que una vez que surge el Estado y la ciudad, ya están aquí para siempre. En cambio, en el cuerno de África surgen los Estados, colapsan, vuelven a surgir. Lo que estamos viendo ahora en Somalilandia es un momento de florecimiento urbano y de conexiones a larga distancia, muy parecido a lo que había en el año 1500 pero muy distinto a lo que había en 1850. Y eso nos obliga a repensar el mundo: qué cosas consideramos que son esenciales para la civilización y en realidad no lo son tanto. Uno puede tener una sociedad maravillosa sin necesidad de ciudades ni Estado. Somalilandia es una sociedad tremendamente resiliente y adaptativa, que puede funcionar igual con unas estructuras estatales, con comercio a larga distancia y conexiones internacionales, como sin nada de eso. En el momento en el que eso colapsa, cogen sus camellos y sus cabras y vuelven a ser nómadas.

¿Cuál es el aprendizaje que estáis extrayendo?

Hemos estudiado cosas que van del Neolítico de hace 6.000 años hasta el colonialismo inglés que acabó en 1960. En el fondo, tenemos historias muy distintas de periodos distintos, que tienen un hilo conductor que está en esa capacidad de adaptación de las sociedades de Somalia a un entorno que es muy duro; es una zona muy esteparia, en buena medida de desierto, con una geografía y un clima muy complicados y han demostrado una capacidad de adaptabilidad impresionante. Y eso se refleja en una diversidad de formas culturales, desde ciudades de diez hectáreas como la que estamos excavando en Ferdusa, hasta caravanserais y ferias en medio del desierto.

Una de las cosas que vemos es que, al mismo tiempo, en Somalilandia existen formas de vida, organizaciones culturales y políticas que son increíblemente diferentes. Y para nuestra mentalidad occidental y moderna, cuando tienes una determinada nación no puede haber diversidad de culturas o de etnias conviviendo en el mismo espacio a veces con unas perspectivas e identidades completamente dispares. Lo que encontramos es un mundo increíblemente diverso y tolerante, que es casi la contraimagen que uno tiene de Somalia o del cuerno de África, que parece que es un sitio de fundamentalismo, de conflicto, de violencia continua.

¿Habéis hecho algún hallazgo donde esto pueda verse?

Uno de los sitios más espectaculares que hemos encontrado este año es un lugar en la playa donde realizaron rituales, seguramente acuerdos matrimoniales y transacciones comerciales, y todo eso ha quedado materializado en el suelo en forma de un banquete espectacular, donde se consumieron docenas de camellos y de cabras y pescado y marisco. Y está todo ahí: los restos de los animales, las cerámicas que utilizaron en el banquete, los objetos que se intercambiaron, algunos de los regalos que quedaron perdidos como pulseras y pendientes. Lo que nos dicen estos restos materiales es que era gente muy diferente. Había pastores nómadas locales participando del festín y yemeníes, que ya eran musulmanes. Es un lugar lugar único y maravilloso de gente de religiones muy distintas participando en un ritual común, celebrando e intercambiando. Me emociono un poco, porque en la arqueología de Somalilandia se encuentran historias de un mundo hermoso que ha desaparecido. Hermoso desde un punto de vista social y político por esa libertad y ese mestizaje, y también desde un punto de vista estético: un mundo lleno de color y materiales muy espectaculares. Yo creo que en el fondo esa hermosura material es reflejo de que era un mundo bello desde el punto de vista social, un mundo tolerante y cosmopolita.

De ese mundo de conexiones e intercambios, ¿queda algo más que los restos?

Me parece que Somalilandia está empezando a volver a ser un mundo de conexión por malas razones: por estrategia militar. Emiratos Árabes está construyendo una base militar. Rusia va a construir otra. Desde un punto de vista geopolítico, esta tierra siempre ha sido importante por el sitio en el que se ubica, a las puertas del océano Índico, y eso puede dar lugar a un mundo cosmopolita, de paz y de interacciones sociales o a un mundo de intereses espurios, de violencia o la militarización del espacio.

Pero es una zona pacífica.

Sí, pero en la frontera entre Somalilandia y Puntlandia hay ataques con drones de Estados Unidos, y hay militantes del Isis y de Al Shabab, que en sí mismo es otro fenómeno de globalización de la violencia. Está muy cerca de la Africom, el Mando de África de Estados Unidos. En Yibuti está una de las mayores bases de la Otan, con miles de soldados europeos y estadounidenses. Estamos a solo 200 kilómetros de Yemen, donde hay una guerra horrorosa en la que está involucrada todo Oriente Próximo.

Creo que en Somalilandia pervive un elemento inmaterial, una propensión cultural por parte de la gente a esa curiosidad por el mundo y una hospitalidad que también es muy propia de sociedades que han sido nómadas. En 1855, uno de los grandes viajeros del siglo XIX, el inglés Richard Burton, estuvo en Somalilandia y pasó por muchos de los sitios en los que hemos estado nosotros ahora. Le llamó la atención que llegara a un campamento nómada en medio del desierto, alejado de cualquier ciudad o nudo de comunicación y le preguntaran qué tal les iba a los ingleses en la Guerra de Crimea, que es como si ahora te preguntan por la última noticia de política internacional, y era gente que llevaba 300 años de aislamiento y estaba muy desconectada del comercio índico en comparación a cómo había sido la Edad Media. De hecho, en somalí, para decirte cómo estás, se dice is ka warran, que significa 'da noticias'. Lo que quieren es saber del mundo. Me parece que tiene mucho que ver con esta historia de conexión de larga distancia en la que llevan participando 4.000 años.

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