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10 años para el VIH y 6 meses para la COVID-19: las claves de la carrera entre dos vacunas muy distintas

Fases vacunas

Mónica Zas Marcos

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Mientras que 14 vacunas de la COVID-19 están en Fase 3 y otras siete ya la han superado, una del VIH acaba de alcanzar la tercera base después de diez años. El pulso informativo de la pandemia produce la tentación de comparar dos procesos que tienen muy poco que ver. Ni los seis meses de la primera han sido apresurados ni el amplio plazo de la segunda implica que se haya descuidado la investigación. El triunfo del fármaco del VIH es algo que los científicos llevaban esperando desde 2009, cuando se comprobó que la vacuna más avanzada hasta ese momento solo evitaba un 30% de las infecciones.

La semana pasada, en medio de la vorágine sobre cómo afrontar la vacunación contra la COVID-19, salió a la luz que un ensayo contra el VIH apadrinado por la farmacéutica Janssen llegaba por fin a la Fase 3. Eso significa que la vacuna ha superado todos los controles de seguridad, pero que aún le esperan 24 meses más en el laboratorio para garantizar la permanencia de la protección y su efectividad. Un periodo que dista bastante de los que se manejan en la carrera contra el SARS-CoV-2.

“Con dinero, personal y con las agencias reguladoras de cara, se puede hacer todo más rápido”, explica Beatriz Mothe, investigadora de varias vacunas contra el VIH, incluyendo la del reciente éxito. “Si nosotros hubiéramos tenido las ayudas que se han dado para investigar la COVID, posiblemente habríamos tardado menos de 11 años”, defiende. De hecho, le parece un milagro que ambos avances hayan coincidido en el tiempo teniendo en cuenta la cantidad de recursos y de tiempo que ha congelado la pandemia. “La afectación ha sido brutal”, confiesa Mothe, que también es viróloga en el Instituto del Sida de IrsiCaixa y especialista en Enfermedades Infecciosas en el Hospital de Badalona.

“Por prudencia, todas las agencias reguladoras paralizaron nuestros estudios hasta saber cómo afectaba la COVID-19 al ensayo del VIH”, dice la investigadora. No obstante, también cree que la crisis sanitaria ha contribuido a aumentar el interés de la población por la virología y hacia otras vacunas que hasta entonces pasaban desapercibidas. Mothe lo considera una oportunidad para concienciar a la gente de lo diferente que es el procedimiento dependiendo de la enfermedad, sobre todo en su campo, donde “el reto inmunológico es incomparable”.

El VIH muta 100 veces más que el coronavirus

Ya lo dijo la científica del CSIC, Margarita del Val, durante el I Congreso Nacional COVID-19 sobre la investigación de la vacuna, y es que este “muta francamente menos que todos los demás virus de RNA”. En concreto, 10 veces menos que la gripe y 100 veces menos que el del sida. “El VIH es un retrovirus que crea un gran número de mutantes cada vez que se multiplica”, aclara Beatriz Mothe. Esta variabilidad ha traído de cabeza a los científicos a la hora de encontrar fármacos preventivos contra el sida, pero también terapéuticos, los que se aplican cuando ya se ha contraído la enfermedad.

El sistema inmunitario de los pacientes que ya están infectados de VIH genera respuestas contra cada una de esas mutaciones, lo que le deja exhausto. “Fortalecer un organismo que lleva años y años luchando contra esa capacidad de escape del virus es muy difícil”, cuenta Mothe. También ocurre en menor medida con la gripe, de ahí que cada año haya una vacuna con una cepa diferente. Pero esto no pasa en el caso del SARS CoV-2. “Se ha demostrado que la vacuna contra la COVID-19 crea anticuerpos contra la proteína Spike, que es muy constante”, compara la investigadora. Por eso cree que el reto científico con el VIH “es mayor e inmunológicamente más complejo”.

Menos urgencia por las vías de transmisión

Las altas tasas de transmisión en la pandemia de COVID-19 y los millones de contagios que se registran en todo el mundo han provocado que se pongan en marcha todos los mecanismos de urgencia. Algo que no ha ocurrido frente a la epidemia del VIH, que afecta a 33 millones de personas a nivel global y a 150.000 en España, según los últimos datos del Grupo Español para el Estudio del Sida (Gesida). “Estos números indican una necesidad y hay que hacer una reflexión sobre por qué se puede ir tan rápido en unas y no en otras”, cuestiona la investigadora del Instituto del Sida. Mothe apuesta por las vías de transmisión como principal elemento diferenciador.

“Te puedes contagiar de coronavirus en una cena, pero nadie quiere enfrentarse a la idea de que se pueda infectar de VIH”, dice. Actualmente, hay dos ramas diferentes de ensayos basadas en los nuevos focos de sida: el que se concentra en mujeres de países subdesarrollados, y el que se da en hombres que practican sexo con otros hombres en países de renta más alta. El primero, Invocodo, se encuentra en Fase 2B avanzada, mientras que el segundo, el programa Mosaico, realizado en Europa, Estados Unidos y Latinoamérica, es el que ha llegado a Fase 3, “aunque ambos están muy bien diseñados”, asegura la experta.

El tabú de la enfermedad

A pesar de los buenos avances en la vacuna del VIH, Beatriz Mothe reconoce que una de las mayores trabas es conseguir voluntarios. Ahora que la vacuna ha entrado en Fase 3, el ensayo Mosaico debe contar al menos con 3.800 personas que serán reclutadas durante los próximos meses en Europa y Norteamérica. Seis de los 57 puntos de vacunación disponibles estarán en España, pero la viróloga prevé que conseguir voluntarios no será un proceso fácil.

“Es una enfermedad estigmatizada desde el día uno”, piensa la investigadora. “Se asocia a ciertos colectivos y la gente no tiene conciencia de que le puede pasar a cualquiera”, se lamenta. Piensa que el 'problema' con la vacuna, al igual que ocurre con la de la COVID-19, es que genera anticuerpos, o lo que es lo mismo, “una marca”. “Adquirirlos por haber sido voluntario en un ensayo de vacuna contra el coronavirus está genial, pero nadie quiere generar anticuerpos contra el VIH sin tener la enfermedad porque va a tener que dar explicaciones”, dice en base a lo que ha visto durante sus más de diez años de experiencia. El estigma es lo que frena a la mayoría de los voluntarios y, por lo tanto, ralentiza el avance de los resultados de este suero.

Diferentes tipos de respuesta inmunitaria

Mientras que la vacuna contra el SARS-CoV-2 debe luchar contra este virus, la del sida debe albergar toda la diversidad del VIH y provocar una respuesta tanto de anticuerpos como celular. “Es importante inducir ambos tipos de inmunidad, no solo el anticuerpo contra el virión, el virus libre, sino también producir una respuesta citotóxica para eliminar cualquier célula que haya quedado infectada”, explica la investigadora catalana.

El ensayo Mosaico, por lo tanto, consistirá en la administración de cuatro dosis de dos vacunas que buscan activar el sistema inmunológico frente al virus y proteger contra la infección. Las dos primeras inoculan este “mosaico” formado por unos adenovirus o proteínas sintéticas que aglutinan varios subtipos de VIH, sobre todo los que más se repiten en los países occidentales.

Una vacuna que nace de otras vacunas

“El COVID-19 ha llegado en un momento con un nivel científico muy alto. Por un lado podemos ver la codicia de la farmacéutica, pero por el otro es una conquista que nos ha permitido tener una vacuna en menos de un año”, opina Beatriz Mothe. Con lo primero se refiere a que buena parte de las tecnologías genéticas, las instalaciones y las plataformas de producción que han servido con el coronavirus estaban ya en marcha para estudiar el VIH y otros virus de RNA.

“El ejemplo más claro es el Adenovirus 26, que ha llevado a la Fase 3 a la vacuna de la COVID de Johnson and Johnson”, y ahora también a la del VIH. Pero no es la única, pues otras plataformas que se habían desarrollado para el ébola, el zika, la malaria y el VIH han sido reutilizadas en la vacuna de Oxford. O, por ejemplo, Moderna y Pfizer han usado la tecnología ARN que llevaba años estudiándose para tratar el cáncer.

Aligeramiento burocrático: fast-track

La científica del Instituto del Sida IrsiCaixa cree que a nivel regulatorio no han tenido trabas, sino que “hemos pasado por el proceso habitual, que es largo, tedioso y minucioso”. “No significa que el de la COVID-19 sea menos riguroso, sino que las agencias reguladoras han puesto en marcha el mecanismo fast-track, preparado para situaciones de emergencia”, aclara. De hecho, admite que si el ensayo Mosaico del VIH presenta avances y llega a una efectividad del 60%, posiblemente su candidata a vacuna también pase a un circuito rápido parecido. Aunque el VIH mata a 700.000 personas al año y su prevención es urgente, “lamentablemente ningún fármaco ha demostrado la suficiente eficacia aún para ello”, reconoce Mothe.

Financiación millonaria

Por último, el imperioso tema de la financiación. Aunque históricamente el VIH ha recibido más fondos que cualquier otra enfermedad infecciosa, la inversión no ha sido continua y ha habido momentos en los que el grifo se ha cortado. Según ONUSIDA, hasta el año pasado se destinaban 900 millones de dólares al año a su lucha, que es “menos del 5% de los recursos necesarios para hacer frente al sida”, dijeron en un comunicado.

Este no ha sido el caso del coronavirus, en el que se han volcado decenas de farmacéuticas además de las agencias de financiación públicas. “No hay color en la rapidez con la que se han destinado los recursos a la COVID-19 y lo he nos ha costado a los investigadores del VIH conseguirlos en un tiempo razonable”, compara Mothe, haciendo hincapié en el factor tiempo. “El sida no es una prioridad para la agenda pública”. Por eso, reconoce que la apuesta que hacen grandes farmacéuticas como Janssen es vital y a la vez un riesgo para ellas, “porque ponen millones y millones en algo que muchas veces no funciona” pero cuyo ensayo y error, no obstante, es necesario.

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