¿Ha firmado Shohei Ohtani el mejor partido de la historia de la MLB? Una noche perfecta que reescribe los límites del béisbol moderno

Shohei Ohtani desafía los límites físicos y mentales del béisbol moderno

Héctor Farrés

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La exigencia física y técnica de lanzar y batear al máximo nivel en el béisbol actual define la excepcionalidad de Shohei Ohtani. Cada faceta requiere un dominio completo de músculos, reflejos y estrategia, además de una concentración que rara vez se sostiene en ambos ámbitos a la vez.

Los lanzadores deben cuidar una mecánica minuciosa, mientras que los bateadores ajustan constantemente el tiempo de reacción y la lectura de los lanzamientos. Que un solo jugador mantenga esas dos exigencias sin perder rendimiento resulta casi inimaginable. Ohtani ha hecho de lo excepcional su forma de competir, una singularidad que ha borrado las fronteras clásicas entre lanzador y bateador y multiplica su dimensión histórica. Esa doble especialidad lo llevó a vivir una noche que cambió el curso de la temporada y probablemente del propio deporte.

Una noche que agrandó su figura hasta lo imposible

El 17 de octubre, Ohtani firmó una actuación que muchos consideran la mejor jamás vista en un estadio de beisbol. En la victoria de Los Ángeles Dodgers frente a Milwaukee Brewers por 5-1, conectó tres home runs solitarios y lanzó seis entradas sin conceder carrera, con diez eliminados por la vía del strike.

The Wall Street Journal describió la escena como “una hoja de resultados que desafía la lógica” y señaló que el japonés “impuso su ley en el Dodger Stadium”. En una misma noche dominó a los bateadores rivales y castigó a tres lanzadores diferentes con potentes golpes que superaron los 120 metros.

Esa explosión tuvo un largo recorrido de fondo. Ohtani venía de superar una compleja cirugía en el hombro izquierdo, sumada a una segunda intervención en el ligamento del codo. Pasó meses rehabilitándose para volver al montículo con garantías, después de haber pasado toda la temporada anterior sin lanzar.

Su regreso en junio no fue perfecto, pero mantuvo la ambición de recuperar la doble faceta que lo define. El empeño por conservar ambas funciones no obedecía solo a una meta personal, sino a la convicción de que podía aportar más al equipo cuando su cuerpo y su mente actuaban en paralelo.

Antes de ese partido, su rendimiento ofensivo en los playoffs generaba dudas. En nueve encuentros apenas bateaba para .158, y sus turnos mostraban una pérdida de coordinación impropia de su nivel. Según el reportaje del diario estadounidense, incluso comenzó a mostrarse irritable ante las preguntas sobre si el esfuerzo de lanzar afectaba a su bateo. En una rueda de prensa previa, se limitó a responder: “Mi respuesta sigue siendo la misma”. Poco después, tomó el bate en los entrenamientos y envió una bola fuera del estadio, un anticipo de lo que ocurriría esa noche.

Una gesta que redefine la historia del deporte

El impacto de su actuación provocó comparaciones inmediatas con otras gestas deportivas memorables. Se recordó el partido de la gripe de Michael Jordan en las Finales de 1997, el triunfo cojeando de Tiger Woods en el Abierto de Estados Unidos de 2008 y la final de Wimbledon de 2008 entre Rafael Nadal y Roger Federer. También se mencionó a Reggie Jackson y sus tres home runs con los Yankees en 1977, aunque sin el añadido de lanzar. Frente a todos esos episodios, Ohtani logró algo distinto: la unión de dos disciplinas dentro de un mismo juego y en el máximo nivel competitivo.

Sus compañeros fueron testigos de una demostración que, en palabras de Dave Roberts, “nadie había visto antes”. Mookie Betts añadió que “Ohtani hace que todo lo imaginable quede pequeño”, mientras Max Muncy comentó que esperaba poder contar a sus hijos que vio “el mejor partido en la historia del béisbol”. La reacción del vestuario evidenció que incluso quienes comparten su entorno profesional quedaron sorprendidos por la magnitud del logro.

Ese desempeño no fue un destello aislado, sino la culminación de una carrera marcada por la obstinación. Desde adolescente, Ohtani se negó a abandonar el doble papel que lo distinguía. En Japón eligió al Hokkaido Nippon-Ham Fighters porque le permitían desarrollarse como lanzador y bateador. En Estados Unidos, firmó con Los Ángeles Angels bajo la misma promesa. Aun después de dos operaciones, se mantuvo fiel a esa idea de juego total que lo ha convertido en el principal referente del béisbol moderno.

El partido frente a Milwaukee selló su consagración. Tres home runs, diez strikeouts y un pase directo a la Serie Mundial en una sola jornada resumen lo que Ohtani representa: la demostración de que las fronteras entre funciones pueden romperse cuando el talento y la disciplina se alinean. Más que un triunfo puntual, fue la confirmación de que el deporte aún guarda espacio para lo inaudito.

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