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Más organizada y radicalizada: la extrema derecha usa el coronavirus para impulsar bulos y propaganda en las redes

Mensaje de la dirección de Vox en un grupo de sus simpatizantes, indicando qué mensajes compartir en sus redes sociales, cuándo y cómo, con objetivo de aumentar el impacto del discurso de la formación.

Carlos del Castillo

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“Hay una contrarrevolución reaccionaria en las redes que no vimos venir”, avisaba hace justo dos años la más reputada investigadora de la identidad colectiva Anonymous y otras herramientas de activismo digital, Gabriella Coleman, en una entrevista con eldiario.es. El territorio virtual, hasta entonces explotado principalmente por movimientos progresistas, había entrado en un ciclo completamente distinto. El punto de inflexión fue el uso de la propaganda digital y la desinformación por Donald Trump. Esa ola llegó a España hace aproximadamente un año, cuando la extrema derecha (apoyada en estrategias fraudulentas) se hizo fuerte en la conversación online. Continúa en pleno auge ahora, cuando España se ha encerrado en casa para intentar contener la pandemia de coronavirus.

Los datos reflejan esa predominancia de los discursos de la extrema derecha. Según el CIS, en las pasadas elecciones generales casi un 10% de los ciudadanos fue impactado por mensajes sobre Vox (ya fueran positivos o negativos), más que cualquier otro partido. La formación de extrema derecha también consiguió una clara ventaja a la hora de involucrar a los usuarios para hablar de sus consignas. Un 57,5% de los españoles lo hicieron. Son casi 13 puntos más que la cifra del PSOE (44,9%), ganador de las elecciones.

Estas tendencias de conversación en las redes sociales no surgen desde abajo, desde la ciudadanía, sino que están coordinadas desde muy arriba. La dirección de Vox ordena a través de grupos de WhatsApp y Telegram a sus simpatizantes qué mensajes compartir en las redes sociales e incluso a qué hora hacerlo. Es una estrategia pensada para utilizar en su beneficio los algoritmos de estas plataformas y aumentar la visibilidad de su discurso. Las quejas, críticas y censuras del resto de usuarios no hacen más que aumentar el eco digital de la extrema derecha.

En tiempos de pandemia, la efectividad de esta estrategia se ha multiplicado. “Cuando llegan estas situaciones de tragedia, la reacción normal es replegarse, por la gran incertidumbre y miedo que genera el virus. Los mensajes autoritarios, de fuerza, agresivos, se compran mejor que los mensajes de la prudencia y el raciocinio de la ciencia”, expone Ignacio Martín Granados, politólogo y vicepresidente de la Asociación de Comunicación Política.

El experto explica que el corto período de tiempo que ha transcurrido desde las elecciones provoca que los activistas que reproducen los mensajes de extrema derecha de Vox, que ya fueron los más activos en la campaña electoral, como reflejan los datos del CIS, permanezcan movilizados: “Esas bases no han desconectado, son más receptivos a seguir difundiendo los bulos y los mensajes que les mandan desde arriba”.

“En la pandemia han encontrado una posición en la que pueden ir contra el Gobierno haga lo que haga, desacreditarlo y sembrar una semilla de desconfianza”, continúa Martín Granados. “Para ello les da igual realizar ataques personales, les da igual utilizar bulos, porque al final todo cala y todo va quedando en el subconsciente del ciudadano que ve que cuando hay tantas críticas al Gobierno, por algo será, sin mirar si son ciertas o no”.

Bulos y una enfermedad como ataque político: esto tampoco es nuevo. Vox intenta relacionar a los partidos del Gobierno con el COVID-19, una estrategia calcada a la que utilizó Donald Trump contra Hillary Clinton. Cuando esta cayó enferma durante la campaña electoral, el empresario lo usó para criticar que era “demasiado vieja” para presidir el país a pesar de que él es, de hecho, un año mayor. Para intentar aprovechar la pandemia, Vox ha distribuido a sus simpatizantes propaganda con las siglas de PSOE y Unidas Podemos modificadas para incluir la imagen del virus y hace campaña sobre los contagios de ministras en la manifestación del 8M, cuando tanto su presidente (Santiago Abascal) como su secretario general (Javier Ortega Smith) estuvieron en un mitin multitudinario celebrado el mismo fin de semana que la convocatoria feminista y también han contraído la enfermedad.

Avalancha de bulos

La desinformación se ha multiplicado a la vez que lo más duro de la pandemia de coronavirus golpea España. “La mayoría tiene mucho más que ver con el miedo y la inseguridad de la gente ante una situación así, que con una intención de influir en la opinión pública”, detalla Clara Jiménez Cruz, cofundadora de Maldita.es. “Cuando la gente comparte el meme de saliendo al balcón te puedes contagiar, no lo hace con una intención política. Lo hace porque tiene miedo”, describe.

Este medio de verificación, que trabaja respondiendo a las consultas de la ciudadanía, ha desmentido ya unos 300 bulos sobre el coronavirus. Aproximadamente un 30% tenían que ver con la acción del Gobierno o sus miembros, revela Jiménez Cruz: “La primera semana prácticamente no tocamos el espectro político, estábamos muy dedicados a la ciencia. Pero de repente, conforme se ha ido normalizando la situación del estado de alarma, han empezado a llegar más bulos sobre política”.

Es casi imposible trazar si el origen exacto de un bulo ha sido Facebook o Twitter, redes abiertas en la que es posible rastrear el movimiento de los contenidos, o WhatsApp o Telegram, cuyos mensajes están encriptados mientras viajan por la red y solo se descifran al llegar al dispositivo del receptor del mensaje. Este es el principal reto al que se enfrentan los investigadores y las propias compañías a la hora de analizar cómo se distribuye (y cómo se podría parar) la desinformación en sus plataformas. No obstante, en lo que coinciden buena parte de los bulos sobre política compartidos esta semana es que su primera aparición en las redes abiertas se produce a través de cuentas críticas con el Gobierno o sus miembros, no a través de ciudadanos indecisos sobre su origen. Son propagaciones intencionadas.

Así ha ocurrido, por ejemplo, con el bulo que aseguraban que Pablo Iglesias había ordenado que dos UVIs móviles se desplegaran a la entrada de su domicilio particular por si tenía que recurrir a ellas a causa del COVID-19; o con el que afirmaba que Pedro Sánchez había “enviado” a sus hijas y su mujer a Huete (Cuenca), de donde proviene la familia de esta última, para que pasaran allí la cuarentena.

Menos bots, más perfiles radicales

Estos picotazos de desinformación suelen apoyarse después en una red de bots (cuentas automatizadas que replican contenidos para aumentar su impacto) o cyborgs (controlados por un humano que a su vez maneja otras 15 o 20 cuentas para intoxicar el debate digital sin dejar el rastro artificial que caracteriza a los bots), para extender esa manipulación por las redes sociales. Sin embargo, la tendencia que impera en los últimos tiempos no es tanto la automatización de cuentas sino la “radicalización usando perfiles falsos”: “El crecimiento de perfiles reales radicales también va en aumento y eso es lo preocupante”, explica Mariluz Congosto, investigadora de la Universidad Carlos III especializada en la propagación de mensajes a través de las redes sociales.

Sus últimos análisis de la conversación en Twitter apuntan en este sentido. Cuentas que parecían ser parte de estrategias de intoxicación automática resultaron estar manejadas por personas reales, pero cuya actividad en la plataforma se había radicalizado.

La creación de cuentas falsas de Twitter para impulsar mensajes artificialmente no ha desaparecido. Desde Unidas Podemos han denunciado esta semana que hasta 1.700 de ellas, creadas este mismo mes, han participado en la viralización de críticas contra el Gobierno. Aunque sigue dando algunos réditos, se trata de una estrategia obsoleta, cada vez más fácil de identificar y muy perseguida por la plataforma.

El empleo de perfiles radicalizados y guerrillas digitales organizadas, al contrario, se encuentra en auge. Twitter intenta que la conversación no vaya siempre al límite de sus reglas de uso, pero no prohíbe la creación de cuentas con identidades falsas o el uso de seudónimos. Si hay una persona real detrás del perfil y los contenidos que publica no violan los términos de la plataforma, tiene luz verde.

Es lo que ha ocurrido con el perfil de Miguel Lacambra, la gran historia de esta semana en Twitter. Un heterónimo (seudónimo al que también se le incorpora una biografía falsa) que tuvo tal éxito en la plataforma que disparó todas las alarmas por la posibilidad de que se tratase de una cuenta mercenaria destinada a la manipulación del debate y el astroturfing.

El caso Lacambra

La persona tras el perfil de Lacambra fingió ser un periodista con experiencia en varios medios que aprovechaba la cuarentena para hacer análisis de los datos de la pandemia de coronavirus en Twitter. Sus gráficos, centrados en ofrecer una visión optimista sobre la evolución de la enfermedad, se viralizaron a una velocidad inusual. La cuenta de Miguel Lacambra, creada este mes de marzo, superó los 15.500 seguidores en tiempo récord.

Cuando uno de sus análisis de datos se publicó en La Marea y alguien se preguntó por qué Miguel Lacambra no tenía ningún rastro digital previo saltaron todas las alarmas. Su alto número de seguidores conseguidos en tan poco tiempo y su biografía falsa no eran los únicos factores sospechosos. La persona que manejaba el perfil también utilizó un rostro creado con inteligencia artificial, un ardid típico de las estrategias de manipulación basadas en bots. En ese momento Lacambra andaba como un pato, graznaba como un pato y nadaba como un pato. Miles de usuarios lo señalaron y fue el tema más comentado del jueves en Twitter.

Pero resultó que Lacambra no era un pato.

“Es todo loquísimo, tengo miedo de que salgan más versiones falsas, de que se vuelva todo esto loco contra mí”, ha confesado a El País Diego Álvarez, la persona detrás de Lacambra. Es un joven poeta de 29 años, autor de varios libros. También estudió ingeniería y parió a su alter ego para tener otra identidad en la plataforma además de la propia, centrada en su interés por la literatura. Quería “contar cosas de tecnología, de datos, de economía, de los mercados, criptomonedas, blockchain”, asegura en conversación con el periodista Jordi Colomé.

El joven asegura que no hay nada más detrás. “Sé lo que difícil que es conseguir seguidores y sé que es una historia muy loca. Alimenta la conspiración porque no es normal que ocurra. Pero si haces la auditoría de seguidores verás que son reales”. Ya hay investigadores que han hecho la auditoría que pide Álvarez, entre ellos la propia Mariluz Congosto. El resultado, que ha compartido con eldiario.es, corrobora las palabras de Lacambra. No hay trampa.

“Se ve claramente que cuando hace RT o alguna cuenta con muchos seguidores comenta sus gráficos, a continuación hay un crecimiento de tweets, RTs y comentarios sobre Lacambra”, explica la investigadora. Es el comportamiento normal, que en tiempos de pandemia y con toda España en casa, ha multiplicado el crecimiento de la cuenta.

La Marea, por su parte, pidió perdón el jueves por no haber especificado que la firma de Miguel Lacambra era un seudónimo/heterónimo. Su directora, Magda Bandera, detalla que se revisó varias veces el texto y los datos que aportaba antes de publicarlo. Sobre el gran alboroto generado en torno a él, el medio ha publicado un artículo en el que lanza una sola conclusión: “Un falso debate creado por la ultraderecha”.

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